Parque de Doñana. 2025
–Jodie, en
verdad es una visión sobrecogedora… Y fascinante –dice el Dr. Melvin a su
colega británica sin poder apartar la mirada–. Jamás te hubiera creído si no lo
estuviera viendo con mis propios ojos.
–Yo nunca te mentiría.
–¡Venga ya, Jodie! Que nos conocemos desde hace tiempo.
–Me ofendes –responde la aludida con fingido dolor y ambos se
echan a reír, crueles, pues saben de lo que el otro es capaz por su único y
exclusivo bien.
–Volviendo a nuestro asunto. ¿Está verificada su procedencia
exterior?
–Sin lugar a dudas –responde la mujer ahora seria y profesional;
no por nada la Dra. Maloney es una eminente astroquímica–. Y por eso me han
pedido que te contacte para el programa Correcaminos; un neurocientífico como
tú nos sería de gran ayuda en el estudio de la naturaleza extraterrestre.
–Antes tendríais que localizar a los sujetos causantes de esto.
–Estamos a un paso de conseguirlo. Entonces… ¿Contamos contigo?
–¿Lo dudas?
–Estupendo.
Ambos miran de nuevo la larga hilera de cuerpos que reposan a sus
pies. Doce, para ser exactos. Todas mujeres; ninguna mayor de los veinte. Yacen
en el suelo sobre su lado derecho y en posición fetal, sólo vestidas con unas
sencillas medias de las que se ajustan al muslo por una banda elástica. Para
aumentar la turbación provocada por esos doce cuerpos semidesnudos en medio de
Doñana, en paralelo a sus cabezas y a sus pies el responsable había erigido
sendos muros de tierra apisonada, formando una suerte de corredor sin extremos
y a cielo abierto de dieciséis metros de largo y nueve de ancho. Exactos.
El aviso lo había dado uno de los pocos excursionistas que se
habían aventurado por las marismas durante la última tormenta y en menos de 24
horas la zona era ya un hervidero de especialistas vestidos con trajes EPI,
vehículos oficiales y material científico de toda índole, los dos muros y la
fila de cuerpos protegidos de los elementos y de las miradas curiosas por una
gran carpa impermeable.
–¿Los medios de comunicación? –se interesó el Dr. Melvin.
–De momento contenidos.
–¿Y el excursionista?
–Silenciado.
–¿Por medios monetarios?
–¿Acaso importa?
–Realmente no.
Acuclillado ante la víctima número siete, el Dr. Melvin examina
con curiosidad las medias que viste. «Compuesto desconocido –comenta su compañera
desde arriba–. No he encontrado concordancia alguna con los materiales
utilizados habitualmente para este tipo de prendas».
–¿Moda alienígena?
–Llamémoslo así.
–Y sin embargo, no veo maldad alguna en este grotesco… acertijo
–se atreve el doctor a expresar en voz alta, la mirada fija en la placidez que
muestra la joven ante él.
–Soy de la misma opinión.
–Y hablando de todo un poco, ¿cuál es la razón de llamar «Anomalía
Willis» al primer contacto extraterrestre?
–Verás. Poco antes del aviso, los radiotransmisores de la zona
captaron una señal. Una vez decodificada obtuvimos esta imagen.
Melvin toma el papel que le alarga su colega y no puede evitar un
silbido de sorpresa.
–¿Bruce Willis?
–Eso creemos. Antes de raparse.
–¿De cuándo estamos hablando?
–Principios de los noventa, aproximadamente.
–¡Joder!
Sevilla. 33 años antes
Elizabeth
Pavés –Eli para los amigos–, de dieciséis años de edad, llevaba con su familia
desde las 9 de la mañana pateando el recinto de la Expo´92 y ni tan siquiera
sufría una leve fatiga, entretenida como estaba con las innumerables
atracciones. Fotos ante el pabellón de Japón, almuerzo en tierras australianas,
bailoteo al paso de la cabalgata... Tras disfrutar de la frescura del pabellón
de Chile a causa del iceberg antártico allí expuesto –la temperatura media
exterior era de 40 grados–, ante una consola del Pabellón del Universo lanzó
por radio un mensaje al espacio exterior, creyéndose muy ingeniosa. «Doce
señoritas en un corredor. Tienen medias, zapatos no». Jua, jua, jua. ¡A ver si
lo aciertas, ET! La adivinanza se la había enseñado su tía Encarni, la misma
con la que se había marcado una picante lambada ante los azafatos brasileños
para escándalo de la mojigata de su madre.
El mensaje podía acompañarse de una foto y Eli decidió colocar
ante el objetivo de la cámara un recorte de la revista Teleindiscreta que
siempre llevaba consigo, en la que aparece Bruce Willis con su característica
sonrisa de sinvergüenza adorable. ¿Podía haber acaso un actor más sexy?
–¿Has terminado, Eli?
–¡Voy, abuela! Y… enviar.
¡Click!
Estación científica en órbita aerosincrónica
alrededor de Marte. Mismo día. Horas después
¡Cuán curiosas
son las bromas del Destino! De los muchos mensajes lanzados por la Humanidad en
su afán por contactar con inteligencias extraterrestres; de todos los intentos del
hombre por demostrar que no estaba solo en el universo, fue la adivinanza de
una adolescente chistosa la única comunicación terrestre que llegó a manos del
científico Bleqqs-Prut.
Tras varias décadas de estudio junto a su colega y pareja
sentimental Blaiqs-Pude, el de la voz cristalina como las aguas del lago
Glensfuldu, Bleqqs-Prut consiguió darle sentido a todas las palabras por
separado, no así al conjunto. Una vez expuestos los resultados ante el Consejo
Superior Científico, se decidió mandar como respuesta una representación física
del mensaje, señalando su localización con la imagen del supuesto responsable.
La finalidad era demostrar a los terrícolas que los marcianos eran seres
sintientes con quienes se podía establecer vínculos de hermandad. Imposible
saber de antemano que las doce humanas seleccionadas para el primer contacto no
resistirían el viaje interplanetario.
B.A.: 2025