Nota: Imagen extraídas de Pixabay e Internet.
—¡Susanaaa…! ¡¡SUSI!!
¿Eres tú?
—…
—¿Quién
anda ahí? Conteste, por favor.
—¡No
se acerque!
—Que
no me acerque… ¿Adónde? ¡¡No veo una mierda con esta maldita niebla!!
—Quédese
donde está. Se lo ruego.
—¿Qué
podría hacerle? Mido un metro sesenta y estoy sola.
—También
estaba sola la mujer que pedía ayuda cerca del chiringuito y cuando llegué
hasta ella intentó atracarme con un cúter.
—¿¡Se encuentra bien!?
—Nada
serio que lamentar.
—¡Menos
mal!
—Pues
sí.
—Mire,
sé que es difícil pero le juro que puede confiar en mí.
—Está
bien…
—¿Busca
a alguien?
—A
mis dos hijos, Róber y Lina. Los dejé junto a las boyas. Lina tenía sed y me
acerqué a por unos refrescos.
»¿No
los habrá…?
—No,
lo siento. Usted es el primero con el que me cruzo. Yo también estoy buscando a
una amiga. Se llama Susana.
—¿Cómo
se separaron?
—Hacía
tan buen tiempo que quiso darse un baño. A mí no me apetecía y entonces…
—Cayó
la niebla.
—…
—¡Ei,
ei! Seguro que está bien. Me llamo Nicolás. ¿Y usted?
—Beba.
—Mire,
Beba. Siento lo de antes, estaba muy alterado.
—Es
comprensible, dadas las circunstancias… ¿No le resulta extraña esta niebla?
—¡Y
que lo diga! Tan densa, tan repentina… ¿Funciona su teléfono?
—No.
—Tampoco
el mío. Beba…
—¿Sí?
—Estooo…
¿Le parece bien que los busquemos juntos?
—¿Podrá
fiarse de mí?
—¿Qué
puedo temer de su metro sesenta?
—Je,
je. Tome mi mano.
»La
orilla está a la izquierda.
—¡¡LINAAA…!!
¡¡RÓBERRR…!!
—¡¡SUSIII…!!
¿¡Me oyes, cariño!?
B.A.: 2019