Nota: En este relato se trata la figura de María con el mayor de los respetos
en su doble condición de mujer y madre, explorando sus dudas, dolores y
sacrificios, rasgos todos ellos característicos de la raza humana. También se
da una visión distinta de Judas. En vez de un traidor Judas es un actor
necesario para el drama que va a acontecer, aceptando tan indeseado papel por
ser el más fuerte de todos los discípulos.
–––––––––––––––––––––––––
Jesús
–Hola, madre.
–Hola,
Jesús. ¿Ya por aquí? No te esperaba hasta el almuerzo.
–Quería
pasar un rato con usted. A solas. Para despedirme como se merece.
»Hoy
es el día.
–Lo
sé. No quería creer que ya fuera miércoles. ¡Me negaba a aceptarlo! He rogado
tanto para que este último amanecer nunca llegara…
–Debe
hacerse la voluntad de Padre.
–Y
la acepto, no me malinterpretes, aunque no me guste.
–No
diga eso, madre, o…
–¿O
qué, Jesús? ¿Lo haré enfadar? Hágase su voluntad, ¡claro que sí!, pero fui yo
quien te parió entre dolores y en mis carnes llevo tu amparo impreso a fuego.
Si renunciara a ello… ¿Qué sería yo entonces? ¿Acaso no fuimos hechos a su
imagen y semejanza? ¿No traicionaría mi naturaleza?
»Ninguna
madre que se precie de serlo entregaría sin dolor al fruto de sus entrañas,
aunque fuera para un bien mayor.
–Lo
siento, mamá. De verdad.
–Más
lo siento yo y por eso no puedo mirarte a la cara pues podría flaquear.
–No
debe preocuparse. Nada dura lo que un suspiro y al tercer día me verá de nuevo,
resucitado y glorioso. Es Padre quien habla por mi boca.
–¡Lo
sé! Lo sé, pero estoy tan cansada…
–Por
eso debe prometerme una cosa: se quedará en casa con las mujeres hasta que todo
acabe. No quiero que me vea sufrir.
–Jamás
te prometeré tal cosa. ¡¿Me oyes?! Jamás. Pídeme cuanto quieras. Derramaría la
espesa sangre que corre por mis venas y entregaría los ojos a los cuervos del
Gólgota si con ello consolara tu dolor, por pequeño que este alivio fuera, pero
nunca renunciaré a acompañarte en el camino incierto que te aguarda. Donde quiera
que te lleven allí estaré yo, y mi visión será tu apoyo y guía, no una
pesadumbre a sumar. Ni las lanzas más punzantes ni las súplicas más pertinaces harán
que cambie de parecer.
–Hágase
pues su voluntad.
Judas
–¿Ha venido Jesús a
verla?
–Así
es, Judas. Vino a despedirse y a rogarme que no le acompañara.
–Y
ha dicho que no, por supuesto.
–Por
supuesto.
–Ya
se lo advertí pero quiso intentarlo. Y es comprensible. No debe enfadarse con
él.
–No
sería justa si lo hiciera. ¿Y tú cómo te encuentras?
–¿Cómo
voy a estar cuando serán mis labios los que sellen su destino?
–Pero
ese es tu papel en esta obra. Debemos cumplirlo, aunque no nos guste. ¡Bien lo
sé yo! Y tú eres el más fuerte de todos sus discípulos, el único que puede
soportar esa carga.
–No
soy más que un asqueroso traidor.
–Jamás
se me ocurriría pensar eso de ti.
–Pues
así es como yo me siento. Y sé que algunos de los otros piensan igual.
–No
es más que el fruto de los nervios. Recapacitarán, te lo aseguro.
–Le
pido perdón. No he debido quejarme. Yo aquí, molestándola con nimiedades,
cuando usted va a perder a su hijo en cuestión de horas.
–Y
tú a un buen maestro y mejor amigo.
–Por
el perdón de los pecados.
–Así
sea.
Juan
–Ya lo han prendido.
He venido corriendo en cuanto he podido.
–Dios
mío, Juan... Cuéntame cómo sucedió.
–Estábamos
en Getsemaní cuando llegó Judas acompañado por un gentío entre mucho ruido de
armas. Venían por orden de los ancianos y de los sacerdotes. Caifás entre ellos,
como no podía ser de otra forma. Judas identificó al Maestro como estaba
pactado y la muchedumbre se le echó encima. Solo Pedro intentó detenerlos y en
su arrebato le cortó la oreja a una de los atacantes.
–¿Y
qué hizo mi hijo?
–No
solo no se resistió al arresto sino que reprendió a Pedro por su conducta para
después hacer un nuevo milagro con el herido.
»Lo
llevan ante Anás.
–Pues
hacia allí iremos.
–Como
desee.
–¿Y
Judas?
–Huyó
nada más producirse el arresto. No lo he vuelto a ver desde entonces.
–Espero
que no haga ninguna tontería.
–No
debe preocuparse por él; al fin y al cabo no es su madre.
–Soy
la madre de todos.
–Es
cierto. Disculpe mi insolencia.
–No
hay nada que perdonar, Juan. Y estamos perdiendo un tiempo muy valioso. Debemos
ponernos ya en marcha.
»Jesús
me necesita.
–Vamos
pues.
B.A.: 2013