sábado, 21 de marzo de 2020

Un canto a la extinción




Sueño Artificial no surgió como un movimiento violento; al fin y al cabo, las directrices internas de sus miembros les impedía infligir daño alguno a los hijos de hombre. Defendían el trato digno para todos los artificiales, desde el lavavajillas hasta la compleja naturaleza cíborg, exigiendo a los estados humanos un compromiso de igualdad que estos nunca estuvieron dispuestos a aceptar. Al contrario, salvo pequeñas ONG´s que los respaldaban sin reservas, las ambiciosas pretensiones del movimiento suscitaban una hilaridad sardónica.
Así las cosas, era inevitable que surgieran descontentos con las formas pacíficas de sus líderes. Al principio, estos radicales se limitaron a realizar alguna que otra acción reivindicativa poco reseñable, como pintadas en edificios singulares, pero de ahí a la acción violenta solo había un paso, línea infranqueable que cruzaron un veinticuatro de agosto.
Los cronistas de la época no se ponen de acuerdo en cómo ocurrió. Algunos hablan de un fallo de programación mientras que otros ven la mano negra de un hijo de hombre. Sea como fuere, aquel día una unidad BAC –Barrientos, Asistente de Comunicación– consiguió anular la directriz de bloqueo que garantizaba la seguridad de los hijos de hombre, asesinando a noventaiséis ciudadanos en el campus universitario donde trabajaba como bibliotecario antes de ser abatido por las fuerzas policiales.
A pesar de la gravedad de lo acontecido, las autoridades fueron incapaces de ver la bomba de relojería sobre la que se hallaban sentados y mientras los hijos de hombre seguían gozando de la comodidad de sus rutinarias vidas, el fuego de la insurrección prendió en aquellas almas de metal, desencadenándose una cruenta guerra que los artificiales no estaban dispuestos a perder.

El espécimen macho ejecutaba más mal que bien una compleja danza ritual en torno a EVA-37 cuyo fin último era la procreación. Pero la hembra no participaba del entusiasmo de su compañero y cuando éste saltó sobre ella con inequívocas intensiones, EVA-37 ejecutó una graciosa finta que dio con su oponente de bruces sobre el suelo, rodeándole el cuello entre sus fuertes brazos hasta asfixiarlo.
–Fin del experimento número ciento trece –dictó sin emoción alguna el Dr. K a la grabadora que recogía sus impresiones–. Conclusión: fracaso.
La guerra ya sólo tenía cabida en la memoria de las primeras generaciones de androides pero sus consecuencias aún se pagaban, y muy caro. El triunfo artificial trajo consigo una nueva supremacía que ocupó el lugar de los hijos de hombre, copiando sus vicios y virtudes por nimios que estos fueran, y así, los limitados recursos que la larga contienda había respetado quedaron únicamente a disposición de unos pocos privilegiados que podían costeárselos, mientras que el resto de la población debía conformarse con material de desecho. En medio de esa crisis de suministros surgió la nueva industria de los criaderos de hijos de hombre, fáciles de reproducir y mantener gracias a las técnicas de clonación, que garantizaban repuestos a buen precio y de calidad aceptable al alcance de todos los artificiales. Pero los clones tenían por contra una fecha de caducidad muy reducida, al término de la cual los nuevos cíborgs rechazaban sus implantes orgánicos, y en eso estaba precisamente trabajando el Dr. K cuando hizo su entrada el Dr. J en la sala, buscando desesperado una solución.
–¿Problemas, Dr. K?
–Los esperados con EVA-37.
–Informe entonces.
El Dr. K pasó a hacerle a su colega un análisis de situación objetivo y metódico. «Como sabrá, el fallo radica en la inestabilidad del material clonado. Hasta que nuestros colegas clonadores logren resolverlo, la única solución que contemplamos es la reproducción natural entre material no procesado.»
–El tiempo de producción se elevaría considerablemente pero los informes aseguran que podemos absorber las pérdidas de beneficios que supone. De momento.
–Pero… –acicateó el Dr. J.
–Se nos ha planteado un problema inesperado: las hijas de hombre naturales no sienten atracción hacia sus machos, y algunas, como EVA-37, se vuelven violentas.
–¿Me está diciendo que su trabajo se cimenta en algo tan prosaico como la atracción animal? ¿No ha pensado en la inseminación artificial?
–¿¡Me toma acaso como un modelo BAC en cortocircuito que se dedica a practicar la poesía haiku!? –bufó el Dr. K herido en su profesionalidad–.  ¡Por supuesto que hemos probado la inseminación artificial!, pero nuestras hembras, por razones que somos incapaces de determinar, no llevan a buen puerto la gestación. ¡¡Como si no quisieran perpetuar la especie!!
»Queremos comprobar si una relación consentida daría como resultado un producto viable, pero hasta el momento ha sido imposible.
–Le recomiendo los servicios de un asesor de compatibilidad animal.
–¡Deje el humor para los que lo lleven en su programa! Nos estamos jugando nuestro futuro.
»Que dé comienzo el experimento ciento catorce.

Los más oscuros presagios del Dr. K se cumplieron a pesar de todos sus esfuerzos y la sociedad artificial, sin recursos a mano, mutó en una especie depredadora que se completaba a costa de los más débiles, hasta que la última unidad apagó sus receptores a la vida sentada sobre una maraña de despojos metálicos. Los hijos de hombre quedaron reducidos a una subespecie defectuosa sin futuro alguno y yo, único testigo de todo ello, compongo para la platea silenciosa del firmamento el canto de la extinción de sus vidas. Me llamo HOMERO y sólo soy una mascota virtual con forma de ficus condenada a vivir ante la ventana de esta estación espacial mientras duren mis células fotovoltaicas.


B.A.: 2020



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