Sueño Artificial no
surgió como un movimiento violento; al fin y al cabo, las directrices internas
de sus miembros les impedía infligir daño alguno a los hijos de hombre.
Defendían el trato digno para todos los artificiales, desde el lavavajillas
hasta la compleja naturaleza cíborg, exigiendo a los estados humanos un
compromiso de igualdad que estos nunca estuvieron dispuestos a aceptar. Al
contrario, salvo pequeñas ONG´s que los respaldaban sin reservas, las
ambiciosas pretensiones del movimiento suscitaban una hilaridad sardónica.
Así
las cosas, era inevitable que surgieran descontentos con las formas pacíficas
de sus líderes. Al principio, estos radicales se limitaron a realizar alguna
que otra acción reivindicativa poco reseñable, como pintadas en edificios
singulares, pero de ahí a la acción violenta solo había un paso, línea
infranqueable que cruzaron un veinticuatro de agosto.
Los
cronistas de la época no se ponen de acuerdo en cómo ocurrió. Algunos hablan de
un fallo de programación mientras que otros ven la mano negra de un hijo de
hombre. Sea como fuere, aquel día una unidad BAC –Barrientos, Asistente de Comunicación– consiguió anular la
directriz de bloqueo que garantizaba la seguridad de los hijos de hombre,
asesinando a noventaiséis ciudadanos en el campus universitario donde trabajaba
como bibliotecario antes de ser abatido por las fuerzas policiales.
A
pesar de la gravedad de lo acontecido, las autoridades fueron incapaces de ver
la bomba de relojería sobre la que se hallaban sentados y mientras los hijos de
hombre seguían gozando de la comodidad de sus rutinarias vidas, el fuego de la
insurrección prendió en aquellas almas de metal, desencadenándose una cruenta
guerra que los artificiales no estaban dispuestos a perder.
El espécimen macho
ejecutaba más mal que bien una compleja danza ritual en torno a EVA-37 cuyo fin
último era la procreación. Pero la hembra no participaba del entusiasmo de su compañero
y cuando éste saltó sobre ella con inequívocas intensiones, EVA-37 ejecutó una
graciosa finta que dio con su oponente de bruces sobre el suelo, rodeándole el
cuello entre sus fuertes brazos hasta asfixiarlo.
–Fin
del experimento número ciento trece –dictó sin emoción alguna el Dr. K a la
grabadora que recogía sus impresiones–. Conclusión: fracaso.
La guerra ya sólo tenía cabida en la memoria de las primeras generaciones de
androides pero sus consecuencias aún se pagaban, y muy caro. El triunfo
artificial trajo consigo una nueva supremacía que ocupó el lugar de los hijos
de hombre, copiando sus vicios y virtudes por nimios que estos fueran, y así,
los limitados recursos que la larga contienda había respetado quedaron
únicamente a disposición de unos pocos privilegiados que podían costeárselos,
mientras que el resto de la población debía conformarse con material de desecho.
En medio de esa crisis de suministros surgió la nueva industria de los
criaderos de hijos de hombre, fáciles de reproducir y mantener gracias a las
técnicas de clonación, que garantizaban repuestos a buen precio y de calidad
aceptable al alcance de todos los artificiales. Pero los clones tenían por
contra una fecha de caducidad muy reducida, al término de la cual los nuevos
cíborgs rechazaban sus implantes orgánicos, y en eso estaba precisamente
trabajando el Dr. K cuando hizo su entrada el Dr. J en la sala, buscando
desesperado una solución.
–¿Problemas,
Dr. K?
–Los
esperados con EVA-37.
–Informe
entonces.
El
Dr. K pasó a hacerle a su colega un análisis de situación objetivo y metódico. «Como
sabrá, el fallo radica en la inestabilidad del material clonado. Hasta que
nuestros colegas clonadores logren resolverlo, la única solución que
contemplamos es la reproducción natural entre material no procesado.»
–El
tiempo de producción se elevaría considerablemente pero los informes aseguran
que podemos absorber las pérdidas de beneficios que supone. De momento.
–Pero…
–acicateó el Dr. J.
–Se
nos ha planteado un problema inesperado: las hijas de hombre naturales no
sienten atracción hacia sus machos, y algunas, como EVA-37, se vuelven violentas.
–¿Me
está diciendo que su trabajo se cimenta en algo tan prosaico como la atracción
animal? ¿No ha pensado en la inseminación artificial?
–¿¡Me
toma acaso como un modelo BAC en cortocircuito que se dedica a practicar la
poesía haiku!? –bufó el Dr. K herido
en su profesionalidad–. ¡Por supuesto
que hemos probado la inseminación artificial!, pero nuestras hembras, por
razones que somos incapaces de determinar, no llevan a buen puerto la
gestación. ¡¡Como si no quisieran perpetuar la especie!!
»Queremos
comprobar si una relación consentida daría como resultado un producto viable,
pero hasta el momento ha sido imposible.
–Le
recomiendo los servicios de un asesor de compatibilidad animal.
–¡Deje
el humor para los que lo lleven en su programa! Nos estamos jugando nuestro
futuro.
»Que
dé comienzo el experimento ciento catorce.
Los más oscuros
presagios del Dr. K se cumplieron a pesar de todos sus esfuerzos y la sociedad
artificial, sin recursos a mano, mutó en una especie depredadora que se
completaba a costa de los más débiles, hasta que la última unidad apagó sus
receptores a la vida sentada sobre una maraña de despojos metálicos. Los hijos
de hombre quedaron reducidos a una subespecie defectuosa sin futuro alguno y
yo, único testigo de todo ello, compongo para la platea silenciosa del firmamento el canto de la extinción de sus vidas. Me llamo HOMERO y sólo soy una mascota
virtual con forma de ficus condenada a vivir ante la ventana de esta estación
espacial mientras duren mis células fotovoltaicas.
B.A.: 2020