miércoles, 11 de octubre de 2023

Desde el mismo infierno

 

Nota: Imágenes sacadas de internes para su retoque.

––––––––––––––––––––––––––––––––––

Hacia la mitad del puente recibe una nueva notificación. ¡Bip! No debería leerla pero le es imposible resistirse al embrujo. Y allí está el veneno de siempre. Que si ha arruinado su infancia. Que si ojalá muriera entre dolores. Que si su madre debería haber abortado…

Le es imposible recordar las veces que ha cambiado de número de teléfono. Impotente, con el móvil fuertemente agarrado, maldice por enésima vez aquella audición, «El papel de mi vida», como le dijo a su orgullosa madre. Sí, claro, el papel de su vida. Ser parte de la saga fantástica Zomblince debería haber sido su catapulta al estrellato y no una caída en picado hacia los infiernos.

Mensajes, pintadas, ruedas pinchadas,… ¡Hasta correo postal había recibido conteniendo lo peor del ser humano! ¿Qué culpa tenía ella de que el director, mediante un disparatado giro de guión, transformara en mujer al apreciado doctor Anderson, protagonista de los cómics oficiales de la saga? Por si fuera poco era negra y homosexual, la combinación perfecta para desencadenar la tormenta del odio en el mundo de los haters.

Las aguas susurran al pasar entre los pilares del puente centenario, canto de sirena que atrae a la joven al descanso del olvido eterno. Y con cada segundo transcurrido más inclina el torso sobre la barandilla, el áspero metal tibio por el calor de su afiebrado cuerpo. «Perdóname, mamá», murmura entre lágrimas e inicia una cuenta atrás que nunca debió iniciarse.

Tres.

Dos.

Un…

–¿Se te ha caído algo?

Una niña de siete u ocho años clava sus inocentes ojos en ella, exigiendo una respuesta. Junto a ella se encuentra un hombre, su padre por el evidente parecido, quien con el móvil en una mano y la chaqueta tirada en el suelo se prepara para lo peor.

–Sí –miente la joven a la desesperada–. Una medallita.

–Pues creo que la has perdido.

–Eso creo yo también.

–¿Podemos ayudarla? –pregunta el hombre algo más calmado al ver cómo la joven se aleja del borde.

–Nadie puede ayudarme.

–En eso se equivoca, señorita Reina.

–Me ha reconocido.

–Desde hace años sigo la prometedora carrera de Gracia Reina.

–¿Prometedora, dice? No me haga reír.

–No era mi intensión.

–Esto… Un momento. ¿Usted no es ese actor que…?

–Sí. Yo soy ese actor que también perdió una medallita.

 

¿Misma ciudad? ¿Mismo río?... Mismo infierno.

Constantino Rivero, Tino para los amigos, no veía salida alguna. Las aguas fluían violentas a causa de las últimas lluvias pero en ellas el hombre sólo veía la paz negada. El fandom es capaz de lo mejor, pero también de lo peor, y desgraciadamente suelen ser quienes odian los que más tiempo y energías dedican a las redes sociales.

La película era mala, de las peor valoradas por Rotten Tomatoes, no así su trabajo. Pero los haters lo tomaron a él como chivo expiatorio. Quién sabe si por haber sustituido al actor escogido en primer lugar para el papel, por ser murciano o por dejarse barba. La razón era lo de menos para los sinrazón. Se había convertido en un apestado y ningún productor quería entre sus filas al blanco de la ira de los violentos. El destierro al inframundo de la teletienda fue la única forma digna de ganarse la vida que encontró y ni aún así dejaban de acosarle.

Un nuevo mensaje. ¡Ti-tum! Con sorpresa vio que era de Raquel, su esposa, quien le enviaba tres emojis de corazones bajo una fotografía que el temblor de la culpabilidad abrió a pantalla completa, surgiendo ante sus ojos un test de embarazo. ¡¿Positivo?! Tino llamó a Raquel y mientras hablaban de la buena nueva se alejó con decisión de las aguas, furiosas por no recibir el sacrificio prometido.

 

–Mi hija Ángela me salvó aquel día –le comenta Tino a Gracia, sentados ante sendas tazas de café. La pequeña se halla alejada de los adultos, disfrutando de un helado mientras juega al Candy Crush–, y hoy me gustaría ayudarla a usted.

–Pero es tan difícil…

–Lo sé y por eso le propongo una cosa. Venga el viernes por la tarde a la librería El perro de Ulises. Hay jornada cultural y varios compañeros iremos allí a charlar con los vecinos del barrio. Creo que puede venirle muy bien la compañía.

–No sé si…

–Por favor.

–Si insiste.

–Insisto.

 

La librería rebosa de actividad. Tino sonríe en cuanto la ve aparecer y desplegando sus grandes dotes actorales, sin nada que envidiar a Hugh Jackman en El gran showman, anuncia a la apretada concurrencia:

Ladies and gentleman! ¡Niños y niñas! Un momento de atención, por favor. Nos hemos reunido hoy aquí para asistir a la inauguración del Club de Fans de Gracia Reina. ¡Y qué mejor forma de hacerlo que de mano de la mismísima doctora Anderson! Amigos míos, demostrémosle nuestro cariño con este fuerte aplauso.

La ovación es atronadora y cuando la joven quiere darse cuenta ya se halla sentada tras una mesa, firmando autógrafos a diestro y siniestro. «Su interpretación en Zomblince fue inspiradora», dice alguien. «¿Cuál será su próximo papel?», le preguntan desde atrás. «Debe haberlo pasado tan mal…»

–Tino, esto es un sueño –se hace oír Gracia por encima del barullo.

–Fue anunciar el club en las redes y al momento ya había docenas de inscripciones.

–Muchas gracias. No sé cómo…

–Disfrútalo. Te lo mereces.

¡Bip! Llega una nueva notificación pero Gracia la ignora henchida de felicidad.

 

B.A.: 2023

El mundo de Zomblice

 









viernes, 16 de junio de 2023

Exceso de equipaje

 


Nota: la República de Vinavistán es ficticia. No pierda el tiempo buscándola en el mapa.

 

–Es guapa.

–¿Eso cree?

–¡No sea tonto! Es muy guapa y lo sabe bien.

Los dos se giraron para admirar la figura postrada de Ángela. La joven disfrutaba del sol en sugerente bikini, mancha de color sobre las grises orillas de la playa artificial de Orellana donde pasaba el día festivo junto a Diego Leal. Agua, sol, el cielo extremeño, la cálida presencia de Ángela y unos espectaculares bocadillos de filete empanado que la joven preparaba como le enseñara su abuela paterna. Ni las excelencias del exclusivo club Du Pont de Miami podía superar semejante plan, por muy bien surtidas que estuvieran sus bodegas de Dom Pérignon ´46.

Diego y la desconocida, quien se presentara como Bárbara, habían coincidido en el chiringuito, entablando conversación mientras esperaban sus bebidas.

–También su acompañante es atractivo –comentó Diego por cortesía.

–¡Bah! Perfil griego, músculos bien trabajados, un pelo de envidia,… Aunque es poco imaginativo. Ya me comprende.

La pareja de Bárbara montaba en ese momento una moto de agua en el canal habilitado. Muchos eran los que seguían con interés sus virajes y saltos extremos pero Bárbara no se encontraba entre ellos. «¿Le apetece una partida?», dijo, señalando una máquina recreativa de pantalla horizontal.

–Debería marcharme.

–Sólo una.

–Si insiste…

El juego se llamaba «Caída libre» y Bárbara lo definió como sólo apto para jugadores con nervios de acero.

–Las reglas son sencillas –dijo tras echar sendas monedas de 1 euro en las ranuras de jugadores–. Gana quien abra más tarde el paracaídas. Hay que esquivar los objetos que aparecen en nuestro camino o perderemos velocidad. Tenemos una pistola para desviarlos.

»¿Preparado?

Una musiquilla de 8 bits, muy retro, anunció el inicio del juego y en la pantalla aparecieron dos paracaidistas, rojo frente a azul, que en caída libre descendían a tierra. A la derecha de cada saltador un gráfico indicaba la altitud a la que se encontraba, la altura recomendada para la apertura del paracaídas marcada con una línea roja. Pájaros, aviones e incluso ovnis aparecían repentinamente, obstaculizando el descenso.

Bárbara era endiabladamente buena. Aferraba el joystick con suavidad no exenta de firmeza, como si sujetara un gorrión. Con la derecha disparaba la pequeña pistola de su paracaidista, desviando los objetos en vuelo para lanzarlos con endiablada precisión hacia su oponente. Diego conseguía repelerlos sin mayores problemas pero siempre a costa de un precioso milisegundo que lo alejaba más y más de la victoria.

La línea roja se acercaba peligrosamente. Los ojos de los adversarios se cruzaron en un momento dado y Diego vio en los de Bárbara una férrea determinación, sazonada con una buena pizca de locura que hizo saltar todas las alarmas en el agente.

Un, dos, tres,… Al cuarto segundo después de pasar la línea roja Diego abrió el paracaídas, apurando en demasía el tiempo. Su intrépido personaje llegó a salvo al suelo aunque se rompió las dos piernas con el impacto. El de Bárbara no tuvo tanta suerte y quedó convertido en una mancha de píxeles rojizos, el paracaídas a medio desplegar.

–Yo gano –dijo Diego muy serio. Había gato encerrado en aquel encuentro y no le gustaba en absoluto.

–Nada de eso, Diego –negó Bárbara, tajante. Sonreía satisfecha, visiblemente excitada–. Mientras que usted se ha aferrado a la vida yo la he exprimido hasta la última gota.

–A costa de morir.

–No temo a la muerte. ¿Y usted, señor Leal?

–No le he dicho mi apellido.

Touchée.

–Y ahora me dirá a qué agencia pertenece, Bárbara, si realmente es ese su nombre.

La mujer le dio un buen trago a su cerveza, mediándola notablemente; estaba sedienta como si hubiera corrido una maratón.

–No me llamo Bárbara, lógicamente. En cuanto a mi nacionalidad… Digamos que actualmente estamos en el mismo bando.

–¿Vinivistán?

–Muy buen oído, Diego.

Efectivamente, la república de Vinivistán se había declarado aliada de la OTAN nada más comenzar la guerra, aunque la volubilidad del presidente Yuri Vasílievich era legendaria y los pactos de hoy pudieran no ser los de mañana. Y eso incluía los de sus agentes en suelo extranjero.

Diego lanzó una furtiva mirada de preocupación a Ángela. La pistola se hallaba en la bolsa de aseo, fuera de alcance, pero su vaso de refresco podía ser una estupenda arma defensiva. Decidido, Diego tensionó el cuerpo, listo para actuar, reacción que no pasó desapercibida para Bárbara, apreciándola positivamente.

–Relájese, querido. No vine a pelear. Sólo quería conocerle.

–¿Nada más?

–Palabrita.

–¿Y su amigo?

–¿Julián? No es más que un chulo a tanto la hora. Tiene de espía lo que yo de monja… ¿Cree que me sentaría bien el hábito de las hermanas del Dolor de María?

–Me temo que no duraría mucho en el convento.

–Supongo que no. Volviendo a mi amigo, cree que soy una recién divorciada con ganas de pasármelo bien. Cobra su tarifa y no hace preguntas. Nada significa para mí, sólo es cobertura. Una cobertura sacrificable si fuera necesario.

–Es todo corazón.

–Soy una profesional. En cuanto a Ángela…

–Poco sabe de mí.

–A la oposición no le interesa qué saben nuestros seres queridos de nosotros, sólo su mera existencia. Con ellos en su poder pueden obligarnos a hacer lo que quieran. Por eso yo siempre viajo ligera de equipaje.

»Y como colega y posible enemiga, le recomiendo que haga lo mismo.

 

B.A., 2023



Serie Diego Leal

 


Exceso de equipaje



lunes, 10 de abril de 2023

Roderico, el caballero de Alto Arcadia

 



Érase una vez, en el lejano reino de Alto Arcadia, un joven noble llamado Roderico de los Cantos. Destinado por derecho de sangre a ocupar el puesto de consejero real, desde su privilegiada posición Roderico pasaba los días suspirando por ganarse los favores de Nilda, la de los ojos prístinos, hija de un próspero comerciante local.

En los páramos del reino vivía por aquel entonces un solitario anciano de rasgos caprinos. La población recurría a Ducardo, tal era su nombre, en busca de preparados medicinales, amén de ser requerido para cuanto consejo era menester, demanda que cubría previo desorbitado pago de un cuarto de cobre. Ducardo además era notable orador y a él era asiduo Roderico pues disfrutaba enormemente con las historias de caballeros, duendes y magos desgranadas por el viejo al amor de la lumbre en las frías noches de invierno. Y resultó que como también él soñaba en secreto con la virtuosa Nilda, con palabras bien afiladas y no buenas intensiones sembró el horizonte de Roderico de promesas y esperanzas sólo al alcance del bendecido con el corazón del león y la fuerza del toro, armas indispensables éstas para dar muerte a fieros dragones escupefuego, recuperar reliquias de la verdadera religión o salvar de su desventura a la bella princesa de un exótico reino, ya estuviera encerrada en la más alta de las torres o adormecida por mano de su cruel madrastra.

Así fue como se fue Roderico en pos de la aventura. Nilda quedó bajo custodia de su enfurecido padre, quien veía el ascenso de la familia a la hermética clase noble truncado por la insensatez del muchacho. Con el primer y último beso la joven le prometió a Roderico su eterna fidelidad, aprovechando la espera para preparar el ajuar del futuro matrimonio.

 

Diez años duró el viaje de ida y de vuelta, y otros tantos las aventuras que en él se topó Roderico. Tras un primer lance victorioso con el guardián del puente sobre el río Ira y un no tan satisfactorio encontronazo con una pandilla de cuatreros, el joven se ganó en buena lid la posesión de la espada Silbante del usurpador Fabaceo, dio muerte a la bruja Mirrena en la Cueva de las Sirenas y conquistó para Nanoc, el salvaje, el reino de Carunar, todas ellas aventuras dignas de conocer y que este trovador cantará cuando los poderes superiores así lo designen.

 

Amaneció el día del retorno a casa. Nube alguna oscurecía el horizonte desplegado ante Roderico y los polluelos lanzaban sus chillidos hambrientos al cielo de un azul luminoso. Poco quedaba en el reino de lo recordado. Salvo el viejo castillo y alguna que otra edificación de recia estructura, veinte años de luchas territoriales, desastres naturales y periodos de bonanza habían trazado un mapa por completo desconocido para nuestro héroe. Siendo honestos, también quedaba poco del otrora muchacho imberbe y alocado en el hombre fibroso, de rostro curtido, que era Roderico ahora, el cuerpo surcado de múltiples cicatrices. La familia real conocida fue expulsada de las tierras tiempo ha y de su amada Nilda ninguna noticia halló el caballero. Ya desesperado, por boca de un lugareño supo de Ducardo. Su viejo conocido seguía donde entonces a pesar de hallarse cerca de la centena, viviendo de sus consejos, relatos y plantas medicinales, y hacia allí se encaminó nuestro héroe a uña de caballo.

 

–Saludos, Ducardo, viejo del páramo.

–Salud, mi señor, sea quien sea.

–¿Ya no te acuerdas de tu amigo Roderico de los Cantos?

–Nadie queda de la familia De los Cantos. Todos huyeron en pos del destronado y Roderico murió hace tiempo en tierras lejanas.

–No murió pues heme aquí.

–¡¿Roderico…?! ¡En buena hora, muchacho! Veo que la vida te ha tratado bien; vuelves renovado y purificado. Serás conocido por las generaciones futuras como El caballero de Alto Arcadia y las ninfas suspirarán por vos entre velos de gasa.

–Déjate de ninfas. Busco a Nilda. ¿Sabes dónde puedo hallarla?

–Oh, hace mucho que perdimos el amor de Nilda, la de los ojos marchitos.

–¿Qué quieres decir con «Perdimos»?

–Pues eso, mi señor, que yo también la cortejé y la perdí.

–¡Serás malnacido…!

–Compréndalo. Nilda era joven y vos se hallaba lejos, inmerso en aventuras insensatas.

–¡Fuiste tú quien me empujó a ellas!

–Difiero, excelencia. Yo sólo narro historias.

–Sabandija asquerosa…

–¡Pero no se apure! Nunca tuve oportunidad alguna con la virtuosa Nilda, aunque su padre no le hacía ascos a mi pequeña fortuna hecha a base de palabras y emplastos.

–¿Entonces qué ocurrió?

–Felicítese, mi señor, pues Nilda se mantuvo fiel a su amor… Al menos al principio. Para desesperación de su padre, la joven rechazaba a los más prometedores pretendientes con cada puntada dada a las sábanas que debían calentar vuestro sagrado lecho. Pero las arrugas llegaban y vos no lo hacía, y un buen día, con el ajuar amarilleando en el arcón nupcial, su recuerdo poco más que un aparecido ante el primer beso de la Aurora, huyó con cierto caballero procedente de tierras lejanas. ¿Capta la ironía?

–¡Ironía la que te voy a dibujar con la punta de la Silbante, gusano!

–No se enfade conmigo; la culpa es sólo de vuesa merced. Pero puede extraer de su experiencia la siguiente moraleja: ¿Para qué buscar grandezas en la lejanía cuando se tiene la felicidad al alcance de la mano?

»Por cierto, el consejo le costará un cuarto de cobre. 

B.A.: 2023


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viernes, 31 de marzo de 2023

Madre



Nota: En este relato se trata la figura de María con el mayor de los respetos en su doble condición de mujer y madre, explorando sus dudas, dolores y sacrificios, rasgos todos ellos característicos de la raza humana. También se da una visión distinta de Judas. En vez de un traidor Judas es un actor necesario para el drama que va a acontecer, aceptando tan indeseado papel por ser el más fuerte de todos los discípulos.

 

–––––––––––––––––––––––––

Jesús

 

–Hola, madre.

–Hola, Jesús. ¿Ya por aquí? No te esperaba hasta el almuerzo.

–Quería pasar un rato con usted. A solas. Para despedirme como se merece.

»Hoy es el día.

–Lo sé. No quería creer que ya fuera miércoles. ¡Me negaba a aceptarlo! He rogado tanto para que este último amanecer nunca llegara…

–Debe hacerse la voluntad de Padre.

–Y la acepto, no me malinterpretes, aunque no me guste.

–No diga eso, madre, o…

–¿O qué, Jesús? ¿Lo haré enfadar? Hágase su voluntad, ¡claro que sí!, pero fui yo quien te parió entre dolores y en mis carnes llevo tu amparo impreso a fuego. Si renunciara a ello… ¿Qué sería yo entonces? ¿Acaso no fuimos hechos a su imagen y semejanza? ¿No traicionaría mi naturaleza?

»Ninguna madre que se precie de serlo entregaría sin dolor al fruto de sus entrañas, aunque fuera para un bien mayor.

–Lo siento, mamá. De verdad.

–Más lo siento yo y por eso no puedo mirarte a la cara pues podría flaquear.

–No debe preocuparse. Nada dura lo que un suspiro y al tercer día me verá de nuevo, resucitado y glorioso. Es Padre quien habla por mi boca.

–¡Lo sé! Lo sé, pero estoy tan cansada…

–Por eso debe prometerme una cosa: se quedará en casa con las mujeres hasta que todo acabe. No quiero que me vea sufrir.

–Jamás te prometeré tal cosa. ¡¿Me oyes?! Jamás. Pídeme cuanto quieras. Derramaría la espesa sangre que corre por mis venas y entregaría los ojos a los cuervos del Gólgota si con ello consolara tu dolor, por pequeño que este alivio fuera, pero nunca renunciaré a acompañarte en el camino incierto que te aguarda. Donde quiera que te lleven allí estaré yo, y mi visión será tu apoyo y guía, no una pesadumbre a sumar. Ni las lanzas más punzantes ni las súplicas más pertinaces harán que cambie de parecer.

–Hágase pues su voluntad.

 

Judas

 

–¿Ha venido Jesús a verla?

–Así es, Judas. Vino a despedirse y a rogarme que no le acompañara.

–Y ha dicho que no, por supuesto.

–Por supuesto.

–Ya se lo advertí pero quiso intentarlo. Y es comprensible. No debe enfadarse con él.

–No sería justa si lo hiciera. ¿Y tú cómo te encuentras?

–¿Cómo voy a estar cuando serán mis labios los que sellen su destino?

–Pero ese es tu papel en esta obra. Debemos cumplirlo, aunque no nos guste. ¡Bien lo sé yo! Y tú eres el más fuerte de todos sus discípulos, el único que puede soportar esa carga.

–No soy más que un asqueroso traidor.

–Jamás se me ocurriría pensar eso de ti.

–Pues así es como yo me siento. Y sé que algunos de los otros piensan igual.

–No es más que el fruto de los nervios. Recapacitarán, te lo aseguro.

–Le pido perdón. No he debido quejarme. Yo aquí, molestándola con nimiedades, cuando usted va a perder a su hijo en cuestión de horas.

–Y tú a un buen maestro y mejor amigo.

–Por el perdón de los pecados.

–Así sea.

 

Juan

 

–Ya lo han prendido. He venido corriendo en cuanto he podido.

–Dios mío, Juan... Cuéntame cómo sucedió.

–Estábamos en Getsemaní cuando llegó Judas acompañado por un gentío entre mucho ruido de armas. Venían por orden de los ancianos y de los sacerdotes. Caifás entre ellos, como no podía ser de otra forma. Judas identificó al Maestro como estaba pactado y la muchedumbre se le echó encima. Solo Pedro intentó detenerlos y en su arrebato le cortó la oreja a una de los atacantes.

–¿Y qué hizo mi hijo?

–No solo no se resistió al arresto sino que reprendió a Pedro por su conducta para después hacer un nuevo milagro con el herido.

»Lo llevan ante Anás.

–Pues hacia allí iremos.

–Como desee.

–¿Y Judas?

–Huyó nada más producirse el arresto. No lo he vuelto a ver desde entonces.

–Espero que no haga ninguna tontería.

–No debe preocuparse por él; al fin y al cabo no es su madre.

–Soy la madre de todos.

–Es cierto. Disculpe mi insolencia.

–No hay nada que perdonar, Juan. Y estamos perdiendo un tiempo muy valioso. Debemos ponernos ya en marcha.

»Jesús me necesita.

–Vamos pues.

 

B.A.: 2013

 

 

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jueves, 30 de marzo de 2023

El bosque - No dejes que entre

 


Para el microrreto de marzo, la película que he elegido es El bosque, de M. Night Shyamalan. En ella, una pequeña aldea rural de Covington, Pensilvania, vive atemorizada por la presencia de unos seres demoníacos que habitan los bosques que la rodea. En un momento dado, por razones nada claras, estos seres rompen el pacto de no agresión establecido y llevan el terror a la pacífica comunidad, cuyos miembros corren a sus casas en busca de protección. Ivi, una joven invidente, se niega a huir pues sabe que su amado Lucius vendrá a por ella.

 

Ivi tenía miedo. Su cuerpo temblaba como lo hacen las hojas del roble ante el primer viento que anuncia la llegada del otoño, y aun así, desoyendo la voz del espíritu de supervivencia tan presente en la naturaleza humana, anduvo hasta la puerta, paso a paso, rumbo a la noche donde acechaban aquellos de los que no se hablaba. Desde la trampilla abierta en el suelo, su hermana Kitty le suplicaba con lágrimas en los ojos. «No dejes que entre», susurraba, venciendo el impulso de cerrar la trampilla, pero Ivi no podía esconderse cuando sabía que Lucius  iría para comprobar que se encontraban bien.

La joven aguardó con el brazo derecho extendido y no se movió aun cuando una presencia demoníaca sacudió sus sentidos a su izquierda, avanzando hacia ella entre gruñidos quedos y rumor de ramas. Y cuando apenas les separaban unos metros Ivi sintió cómo una mano masculina, ruda y áspera, la agarraba de la muñeca expuesta para llevarla a la protección de la casa, viéndose arrastrada a un extraño baile en el que solo ellos dos podían oír la música. A pesar de su ceguera la joven no tuvo dudas de quién era él pues Lucius tenía un color muy especial, diferente del de cualquiera de sus vecinos, y supo que por fin el callado joven al que amaba había vencido todos sus silencios y reservas, firmando un pacto de amor que ni el miedo, el dolor o la muerte podría romper.

 

B.A.: 2023



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viernes, 17 de febrero de 2023

La medalla de Bosco

 


Bosco era un hombre enfrentado a su mundo. No le gustaba la cerveza, algo prácticamente impensable en un cuarentón. Tampoco era amigo del jolgorio ni de las fiestas populares pero lo que realmente sorprendía a sus muchos conocidos era su absoluto rechazo por el fútbol y a cuanto tuviera relación con él.

Bosco era incapaz de entender qué le veían tantos seguidores como  tenía repartidos por el mundo –la mitad de sus habitantes según las últimas estimaciones– amén de todas y cada una de las cadenas de televisión, ya fueran públicas o privadas, donde la sección de deportes era una mera excusa para comentar las noticias más insustanciales del «deporte rey», siempre en detrimento del esfuerzo de tantos y tan buenos deportistas que se dejaban la vida en disciplinas igual o más exigentes. Pero el enojo de Bosco por este menoscabo deportivo no tenía parangón al experimentado cuando ese desprecio recaía sobre el atletismo, por razones nunca dadas.

Propietario de un mesón donde posiblemente se preparaban los mejores serranitos de la ciudad, Bosco «invitaba» a sus clientes a disfrutar, en la gran pantalla comprada en el último Black Friday, de cualquier prueba atlética que tuviera lugar en el mundo, encarándose con cuantos exigían ver el partido de fútbol de la jornada. O su previo.

–¿De verdad me voy a perder el partido el siglo? –le echó en cara aquella tarde uno de los habituales.

–¿Partido del siglo? ¿Cuántos van ya, Willy? ¿Treinta y siete?

–No seas malaje.

–¿Acaso no sabes leer? –respondió el mesonero señalando el cartel que sacara en la copistería del barrio, donde en letras de imprenta podía leerse «Aquí no se ve fútbol. La dirección»–. Yo soy «La dirección», y digo que en mi casa está vetado el fútbol, sobre todo con un europeo de atletismo en curso.

–De verdad, Bosco… Un día no vuelves a verme el pelo.

–¡¿Y a dónde vas a ir, desgraciao?! ¿Donde Pedro?

–Pues mira, tal vez lo haga.

–Pues mira, ya estás tardando. Pero antes pásate por la farmacia de Federico y pídele una caja de Almax. Grande. Pedro no ha cambiado el aceite desde que el litro se pagaba en pesetas.

–Habrase visto… ¡Ni que fueras tú quien se juega las medallas!

–No sabía que de ti depende la Liga.

Touché.

–Pues eso.

–Anda, dame la clave del wifi. Al menos voy a chuparte internet para ver el partido en el móvil.

–Pero ponlo bajito.

–Encima eso.

 

–¡Baja el volumen, Willy! Estás molestando a la clientela.

–¿Qué clientela? –preguntó Willy con evidente mala uva, poniendo a Dios por testigo de la ausencia de parroquianos. Y la verdad era que salvo doña Encarni, quien disfrutaba junto a su amiga Ramona de un café con churros algo tardío, el resto de habituales se hallaba donde pudiera ver el partido–. Estoy jartito de decírtelo: vas a perder el negocio por culpa de esta manía tuya.

–Te agradezco el consejo, maese Guillermo, pero quien prueba mis serranitos siempre vuelve.

–Tú sabrás.

–Deja de refunfuñar y dime si te preparo uno.

–Pero que sea de lomo. El de pollo está muy seco.

–Seco tu primo.

–También.

Enzarzados como estaban en su amistosa pelea, no fueron conscientes del tipo que hacia la barra se acercó lanzando cautas miradas en derredor, la diestra en el bolsillo del vaquero, de donde sacó una enorme navaja de muelles que tras siete chasquidos como siete amenazas –clac, clac, clac, clac, clac, clac, ¡clac! puso entre Bosco y Willy.

–Dame todo el dinero, amigo –dijo controlando a ambos hombres con la punta de la navaja. Las ancianas dejaron caer sus churros sobre las tazas mediadas, salpicando mesa, vestidos y arrugas de oscuro café.

–¡Me cago en mis muelas…!

El exabrupto de Willy llamó la atención del atracador. Solo fueron unos segundos, pocos para verbalizar un pensamiento pero suficientes para que el compacto cuerpo de Bosco saltara por encima de la barra, cayendo sobre el tipejo como si la furia de Zeus lo hubiera alcanzado desde el monte Olimpo.

A base de empujones bien dirigidos, el tabernero fue arrastrando poco a poco al atracador hasta la puerta, indefenso ante el embiste de semejante torbellino humano a pesar de conservar en la mano los 12 centímetros de la navaja bandolera, hasta que más por suerte que por destreza consiguió acertar con ella en el pecho del otro. ¡Ras!, hizo al cortar la tela blanca de su camisa. Bosco aflojó el ataque al verse alcanzado, desconcierto que aprovechó el mezquino atracador para salir por piernas. Y mientras las ancianas se llevaban las manos a la boca, angustiadas, ya iba Willy en socorro de su amigo pañuelo en mano.

–¿Estás bien, Bosco? ¿Dónde te ha dado? Déjame ver –las frases le salían a Willy de forma atropellada, enormemente preocupado, pero su inquietud pronto pasó a ser sorpresa para terminar convertida en roja furia cuando vio cómo Bosco se echaba a reír a mandíbula batiente.

–¡¿Se puede saber qué cojones es tan gracioso…!?

Bosco, como única respuesta, se desabrochó la camisa para enseñarles a Willy y a las ancianas la medalla de aspecto oficial donde la navaja había topado en su camino asesino.

–¿Y esto?

–Oro en decatlón. Campeonato regional de 2006.

–¿Serás sinvergüenza? Qué calladito te lo tenías.

–Je, je, je,…

–¿Y siempre la llevas puesta?

–Solo cuando se juegan europeos y mundiales.

–Cabrón con suerte.

 

B.A.: 2023

 


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