Me mira como lo haría la serpiente Kaa, anulando mi
yo. No hace mucho que inicié la búsqueda de la verdad oculta tras una ilusión
nunca desmentida del todo y ahora, cuando estoy en posesión del terrible
secreto, sé que no habrá mañana. Me despido en silencio, no tanto por las
fuerzas que me encadenan como por la certidumbre de la soledad que abriga mis
últimos segundos de vida, que hace estéril cualquier petición de auxilio, y
siento pena por todo lo que pierdo por no escuchar al viejo Tizitl, el que fue
ungido en arcilla. No habrá lápida que señale mis despojos; dudo que quede
mucho de mí. Un suspiro de resignación y de vida escapa del globo deshinchado
que es mi cuerpo cuando sus dientes me desgarran la piel y la carne, y me hundo
en la oscuridad del olvido entre burbujas de aire y sangre diluida.