–Bueno. A ver cómo se comportan hoy
las musas.
–¿Musas?
¿Hay más yo?
–Es
una forma de hablar, muchacho. Ya nos conoces.
–Yo
conozco tú. Sólo.
–Tampoco
nos diferenciamos mucho los unos de otros. ¿Empezamos?
La
criatura clava aterrada sus ahuevados ojos en el hombre cubierto con una bata
que en tiempos lejanos fue blanca, lienzo donde incontables manchurrones rojos
y ocres dibujan una obra abstracta de tintes siniestros. Canturreando por lo
bajini una tonadilla de moda, acompañamiento musical de la marca de refrescos
Tombolina, el hombre prepara los útiles necesarios para la jornada en ciernes,
con la esperanza de que sea fructífera. «¿Empezamos?», vuelve a preguntar al
ser, inmovilizado por decenas de correajes a la plancha de acero pulido donde
yace desde no sabría decir cuándo. A través de un suero intravenoso le llegan
gota a gota los nutrientes indispensables para la subsistencia y desde su
informe cabeza parten decenas de electrodos que se pierden en las entrañas de
diversos aparatos electrónicos.
–¡FAVOR
PARARRR…! –grita el ser nada más iniciado el proceso de extracción pues resulta
altamente doloroso–. ¡¡PARAR TUUU…!!
–Relájate,
muchacho, o será peor –le aconseja el hombre sin dejar de juguetear con los
mandos de un aparato de televisión de aspecto casero. Neurocientífico de
profesión, vinculado desde sus orígenes al programa Correcaminos para el
estudio de la naturaleza extraterrestre, al doctor Melvin se le da bastante bien
la tecnología, siendo de su invención la mayoría de los aparatos allí expuestos.
Aún así, para su fastidio y hartazgo, no consigue eliminar las interferencias
que llenan la pantalla.
–¡Hicimos
un trato! –le reprocha el doctor tras abortar la extracción, el índice
amenazante como el cañón de una pistola amartillada–. Yo te liberaba si tú me
dabas lo que necesito, y últimamente no hallo en ti colaboración alguna.
»¿Acaso
quieres disgustarme? ¿Crees que no te denunciaría?
–No
importa mi.
–¿Serás
desagradecido? –casi escupe el doctor a pocos centímetros de la cara del
prisionero, a suficiente distancia para que no le alcance con sus mandíbulas en
forma de pico como ya ocurriera en una ocasión anterior, al inicio del
programa, cuando a punto estuvo de perder parte de la nariz–. Creo que es hora
de recordarte nuestras particulares técnicas de estudio.
Sin atender las súplicas de quien respondiera
en otro tiempo al nombre de Bleqqs-Prut, el hombre pulsa el botón de Play de un reproductor de vídeo,
llenando cuanta pantalla se halla encendida con lo que parece una película snuff de tema fantástico. Atados a
sendas mesas de mármol blanco dos seres de fisonomía pulpoide, congéneres sin
atisbo de duda del horrorizado cautivo, son estudiados por una serie de
individuos ataviados con equipo médico que cortan aquí, punzan allá, no siempre
con el «paciente» misericordiosamente sedado. Las imágenes tienen el volumen en
silencio y aún así es tangible el dolor sufrido por los dos especímenes,
desnudos y expuestos como meros animales en un laboratorio de investigación.
–Estas
grabaciones se han realizado hoy mismo. Tiene escenas realmente deliciosas.
–¡¡NOOO…!!
–grita el ser, y su sufrimiento se debe más a la empatía que siente hacia sus
compañeros de viaje que a la posibilidad de sufrir semejante crueldad–. ¡Parar,
favor!
–¡Si
ahora viene lo mejor! A nuestro amigo de la izquierda… –«Blaiqs-Pude –se dice el ser, recordando los bellos momentos vividos
junto a su amigo y pareja en aquella aventura que fuera el reconocimiento del
planeta azul donde hallarían tanto infortunio–. Se llama Blaiqs-Pude, ¡mil veces seas maldito!, y tiene la voz cristalina
como las aguas del lago Glensfuldu».
»…y
al otro le van a abrir en dos su blandurria cabeza con el escalpelo láser. Si
te fijas bien verás cómo…
–¡FAVORRR…!
Haré todo.
–Por
supuesto que lo harás.
El
despreciable hombre tarda un poco más de lo necesario en detener la
reproducción, regodeándose en el sufrimiento del cautivo cuando ve cómo el
cerebro de su compañero es expuesto a la luz de los focos entre indescriptibles
dolores.
–No
debería ser tan considerado. ¿Acaso no fui yo quien se la jugó para sacarte de allí?
Y desde entonces te he protegido y alimentado. Limpio tus excrementos. ¡Incluso
te he enseñado nuestro idioma para que puedas hacerme partícipe de tus
necesidades! A cambio sólo quiero plasmar en mis lienzos cuantos recuerdos y
sueños poseas. Gracias a mí, la memoria de tu pueblo vivirá eternamente.
Consuélate pensando en ello.
–¿Y
ciencia tuya?
–¿Quién
quiere ser un siervo anónimo al servicio de la ciencia cuando tiene en su mano
la posibilidad de convertirse en el mayor artista de los últimos tiempos? Y que
conste que lo dicen los que saben, no yo.
»¿Seguimos
entonces?
El
dolor vuelve a aguijonear el musculoso cuerpo del que una vez amó a quien tenía
la voz clara como las aguas del Glensfuldu. De su cerebro convulsionado es
extraído un tsunami de señales eléctricas que toman forma en las pantallas gracias
a la tecnología diseñada por el neurocientífico, siendo aquellas imágenes imposibles
de colores nunca antes vistos por el ojo humano que la mano experta del doctor reproduce
con fidelidad sobre una docena de lienzos.
–¡Qué
maravilla! ¡Qué formas, qué colores…! ¡Qué mundo el tuyo, amigo mío!
Gotas
de tinta negra cubre el cuerpo de Bleqqs-Prut cuando es sacudido por una violenta
descarga. «Un día, hermanos míos matarán vosotros», profetiza la criatura con
sus últimas migajas de fuerza.
–Posiblemente,
muchacho, y les deseo lo mejor. Hasta entonces...
B.A.:
2021