viernes, 11 de diciembre de 2020

Un cumpleaños y un adiós

 


«Mensaje de Arecibo: Relatos desde el planeta Tierra» cumple este diciembre siete años de andadura. Aprovecho la oportunidad de participar como invitado en la edición XXIV del Tintero para celebrarlo con todos vosotros.

 

Un cumpleaños y un adiós

 

Los noto a mis espaldas cada vez que enciendo el ordenador. Me erizan con su aliento los pelillos del cogote, sobre el que hacen planear alguna que otra colleja cada vez que las musarañas atrapan mi atención –hay que entenderlos, no están aquí para perder el tiempo–. También me acompañan durante la tediosa tarea de la limpieza diaria, distrayendo mi imaginación con frases ingeniosas dichas en voz queda, y los hallo junto a mi cama cuando a las tres de la mañana me despierto con unas pocas líneas atrapadas en mi cabeza –«¡Libre! La pluma escapó del encierro del edredón con un ¡pop! más imaginado que audible, y aprovechó el primer barrido de la semana para salir por el hueco de la ventana, a la búsqueda del recuerdo de lo que fuera un día», es lo último que escribí en la aplicación de notas de mi teléfono móvil con ojos legañosos bajo su supervisión–. Son inexistentes como los sueños a la luz del alba, y aun así de una realidad cierta, poderosa, guías serenos de las palabras tecleadas por mis torpes dedos sobre un teclado QWERTY de lo más normalucho y un punto cochambroso.

Ian Fleming, Orson Scott Card, Jerry Pournelle,… Ray Bradbury me contempla con sus ojos engurruñados a través de unas gruesas gafas de pasta. Lleva en las manos un ejemplar de su obra de referencia, Crónicas marcianas, a la que dediqué un sincero homenaje el pasado mes de abril, recién estrenada esta maldita pandemia de cuyo final aún no sabemos nada a ciencia cierta. A su lado se encuentra Arturo Pérez-Reverte. El responsable del sillón T de la Real Academia de la Lengua ve pasar la vida con una mueca sarcástica, tan característica de quien viene de vuelta de todo, para después intercambiar unas palabras con Julio Verne. ¡Cómo no iba a estar él ocupando un sitio de honor en la fila de mis musas! ¿Qué hubiera sido de mí sin su Dueño del mundo? Puedo decir sin lugar a error que sobre su obra se articula todo mi trabajo, por muy fría que le resulte a algunos de sus personajes. ¿No es así, don Arturo?

Asimov, King y Ende por su poderosa imaginación. Y también algunos autores nórdicos de novela negra, como Larsson o Nesbø. Arthur Conan Doyle y su eterno tándem formado por Sherlock Holmes y el doctor Watson, y cómo no iban a estar cineastas de la talla de Spielberg, Burton, Raimi, Leone, Besson, Kurosawa o Cameron. Y Lucas. No puedo olvidarme de George Lucas, a quien tanto debe la estación espacial Rebis. ¿Alguna vez verá la luz mi space opera? No lo sé.

Metal, cromo, rayos láser, aventura épica y malos muy malvados de dificultosa respiración; planetas imaginarios y vueltas al mundo en 79 días; androides de protocolo y astromecánicos de lenguaje grosero; cíborg defensores de la ley con recuerdos humanos, T-800 asesinos y aquellos otros, los llamados Nexus-6, que han visto brillar rayos-C en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Y también zombis, y vampiros y extraterrestres de toda índole, de piel verde o azul o anaranjada dependiendo del planeta donde nacieran. Vivos o ya muertos siempre vivos, el trabajo imperecedero de todos ellos ha hecho de mí al creador que soy hoy, con sus pocas virtudes y muchos defectos. Tengo tanto que agradecerles…

Este diciembre se cumplen siete años del inicio de la andadura de mi modesto blog de relatos, y precisamente el día 1 me llega la noticia del colapso del radiotelescopio Arecibo, aquel por el que fuera bautizado. Me urge la necesidad de escribir un microrrelato en su honor, así que husmeo en la web a la búsqueda y captura de información sobre los diversos intentos de la Humanidad por entablar contacto extraterrestre.

La investigación parece agradar a Julio Verne, tan puntillista en todo lo relacionado con la literatura científica, pero su aceptación vira al disgusto cuando ve cómo me conformo con sólo un puñado de datos. «Disculpa, maestro –me dirijo a su figura borrosa por el descontento–. Sólo busco algo de base para un relato de 900 palabras. Pero no lo defraudaré –aseguro convencido–; tengo previsto terminarlo de forma melodramática». No lo puedo evitar. Los finales felices se me escurren entre las manos como el agua de lluvia y mis pensamientos ya moldean el trágico fin de un radiotelescopio imaginario emplazado en la isla de Gran Canarias, donde llegaría la ansiada respuesta extraterrestre en el momento exacto de su desconexión, sin técnico ni científico alguno que diera testimonio del extraordinario acontecimiento. Para bien o para mal.

Y con una urgencia desbocada, sin convencer del todo al viejo escritor, me pongo a aporrear el teclado de mi ordenador.

 

Era una época de ilusión. El hombre había por fin dejado su huella impresa sobre la superficie lunar y el deseo de encontrar vida extraterrestre era cada vez más acuciante. Las sondas espaciales Voyager llevaban en sus tripas información sobre el planeta Tierra con la esperanza de un encuentro con vida inteligente, y desde Arecibo se lanzó al cúmulo globular M13 un mensaje de parecida índole de 1679 bits, que tardaría unos 25 milenios en llegar. Con tal derroche de presupuesto invertido por los más importantes organismos del mundo, nadie podía imaginar que los instrumentos alienígenas estuvieran en línea con un humilde radiotelescopio situado en suelo canario…

 

B.A.: 2020





Safe Creative #2012116186095

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Ley de vida

 


Nota: En el reto del mes de noviembre de El Tintero de Oro, se nos anima a trabajar el Cliffhanger, recurso narrativo que consiste en construir una situación de gran tensión dramática que, sin embargo, queda interrumpida y deberá completarse más adelante. ¡Y todo en 250 palabras! A ver cómo sale.

*         *         *

Era el mejor trabajo del mundo. Tenía sus desventajas, por supuesto, como la vez que pasó toda la noche tirado en el suelo, el termómetro rozando los cero grados, o aquellas ocasiones, las más, en las que su pequeño dueño lo abrazaba con desmesurada fuerza pero… ¿Qué era eso para un perro de peluche comparado con el honor de proteger su sueño de pesadillas y monstruos legendarios? Tanta felicidad duró diez años. ¿O fueron once? Pluto ya no lo recuerda.

Sólo en dos ocasiones vio peligrar su privilegiada posición. La primera con Azuquita, una perra viejita adoptada que apenas molestaba con sus quedos ladridos, y la segunda con 1-0-3, mamá primeriza de una camada de perritos, de atractivo color arcoíris y acusado instinto protector. Afortunadamente, las dos eran seres imaginarios, imposibles de abrazar, y Pluto pudo ver desde la cabecera de la cama cómo su dueño se hacía un hombrecito, hasta olvidar todos sus juegos y miedos infantiles. Así debía ser.

Desde la estantería donde fue desterrado una vez innecesaria su celosa vigilia, Pluto contempla el discurrir de los días con resignación, semejantes a motas de polvo que cruzaran lentamente los rayos del sol vespertino. Hoy podría ser su último día y aun así no cambiaría nada de lo vivido... ¡Chitón! Llega su dueño. Habla por teléfono de una recolecta benéfica mientras echa en una bolsa cuanto libro, puzle y muñeco ha conservado por pura nostalgia para después, terminada la llamada, posar una mirada indecisa en su viejo protector.

 

(Continuará)



Safe Creative #2011255995513

lunes, 12 de octubre de 2020

Titiritero



Nota: Para la XXIII edición del Tintero de oro, David nos reta a escribir un relato escrito en primera persona en el que el protagonista sea un psicópata. Esta es mi propuesta.


*    *    *

–¿Le interesan las Hermes Ultimate?

Me mira con recelo. Cualquier mujer se muestra desconfiada cuando un desconocido le dirige la palabra. Y no es para menos según los tiempos que corren. Debo soltar algo de sedal o se me escapará, y para ello nada mejor que la aparición del lameculos del encargado.

–¡Qué pasa, Matías! ¿Haciendo horas extra?

–Ya me iba, Jaime. Sólo quería ayudar a esta señora a elegir sus deportivas.

–Por un momento creí que querías quitarme el puesto.

–¡Qué jodío! –me despido con el desenfado del perfecto compañero de trabajo; debo cuidar mi imagen a ojos de la potencial «clienta».

–¿Trabaja usted en Podium? –me pregunta la mujer, menos suspicaz.

–Así es. Matías Ovejero, responsable de la sección de running. Acabo de terminar el turno pero la vi tan indecisa…

Dejo la frase en el aire, mi mejor sonrisa de niño bueno dibujada en la cara. Tiene que llevarse esas zapatillas. DEBE llevarse las Hermes Ultimate, o mi plan se irá al garete.

–No quisiera molestarle.

–Para nada –un imperceptible cerrar de ojos me avisa; he de ir más despacio–. Hasta dentro de media hora no sale mi tren, y la estación está aquí mismo.

La perspectiva de que tenga que coger el tren hace que me vea como a alguien de paso, y baja un poco las defensas. He resuelto el traspié por la mínima.

–Entonces… ¿Qué puede decirme de las Ultimate? –pregunta al fin, interesada.

–Ah, las Ultimate. Son lo mejor de la marca Hermes para el running –afirmo contundente y paso a enumerarle las supuestas cualidades de la ridícula zapatilla vendida por Podium en exclusividad. Para ser sinceros, las deportivas son una auténtica mierda, fabricadas en uno de los muchos zulos que en Bangladés llaman taller–. Pesan poquísimo, la mitad de esas que lleva usted ahora mismo, y el precio no está nada mal.

»Y fíjese en lo flexibles que son, gracias a su tecnología de estrías de flexión. ¿Dónde suele ir a correr?

De nuevo aquella sombra de duda en la mirada. En verdad es una presa difícil y debo recurrir a una de mis mejores artimañas. La llamo «El calzonazos». Repentinamente hago como si me vibrara el móvil y tras disculparme escenifico para su incomodidad la típica escena del hombre de carácter débil subyugado a la voluntad de su pareja. «Hola cariño. Ya salgo... No, no voy a perder otra vez el tren. Por supuesto que me paso por el súper. Adiós, adiós.» El resultado es instantáneo y la mujer deja de sentirse amenazada.

–Le estoy entreteniendo.

–No diga eso, por favor.

–Su tren…

–Tengo tiempo. De verdad.

–Está bien… Suelo ir al Parque de las Tres Chimeneas, cerca de la iglesia de San Lázaro.

–Perfecto.

–¿Cómo dice?

–Digo que estas zapatillas son perfectas –casi vuelvo a meter la pata por la puñetera precipitación–. La amortiguación de gel hace que sean las más apropiadas para practicar running en cinta o carretera, y ese parque está asfaltado.

–¿Sabe? Me ha convencido.

La joven se despide con un sincero «gracias», llevándose bajo el brazo unas Hermes Ultimate de la talla 38 ½, y yo corro en dirección opuesta para no perder el tren, pues realmente mi casa se encuentra a un cuarto de hora de viaje en el cercanías.

Ya acomodado en el vagón no puedo más que sonreírle a mi reflejo en el cristal. No soy un psicópata a la manera de lo que nos tiene acostumbrado Hollywood: no acuchillo a nadie en la ducha disfrazado de mi madre ni me como el hígado del encargado del censo con habas y un buen Chianti. ¡Fffftttt! No. Yo soy un artista, un maestro del títere que maneja a su antojo los hilos de los protagonistas del drama humano, y actualmente ocupo mi tiempo con un interesante proyecto relacionado con la Ultimate.

La opinión pública aún no sabe que la ciudad se halla bajo el terror de un asesino en serie. Actúa en el entorno de las Tres Chimeneas, siendo todas sus víctimas corredores que calzan el mismo modelo de zapatillas, unas Hermes Ultimate. No sé si será un inmigrante asiático que perdió algún familiar en el reciente derrumbe del taller bangladesí donde se confeccionaba el material de la marca Hermes, por un sueldo de poco más de un euro al día, o si simplemente es alguien de la competencia con ganas de hundir Podium. ¡Qué más da! Lo cierto es que ya ha acabado con la vida de tres mujeres, un hombre y un niño. La policía conoce la relación entre los casos pero Podium ha recurrido a sus más importantes contactos para que no se haga pública la información, por razones obvias.

Me enteré de tan perfecta oportunidad para practicar el arte de la manipulación por pura casualidad, a través de un amigo policía de tendencia bocazas, y subrayo su condición de «perfecta» porque ya trabajaba en la sección de running de Podium y conocía las puñeteras zapatillas. Desde entonces, no hago más que contar a mis clientes las excelencias de la Ultimate, recomendándoles de paso el parque de las Tres Chimeneas. Puedo afirmar sin lugar a error que he sido el propiciador de dos de los fatales encuentros ocurridos en él.

¡Vaya! El pesado de mi vecino viene hacia aquí.

–¡Matías! Contigo quería yo hablar.

–¿En qué puedo ayudarte?

–Como trabajas en Podium… ¿Podrías recomendarme unas?

–Por supuesto.

 

B.A.: 2.020



Nota: «Titiritero» se ha llevado la segunda posición en la XXIII edición del Tintero de oro.


Safe Creative #2010095575190

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Desintonizados

 


Según el reto del Tintero de oro, este relato está basado en el siguiente argumento generado por Storynator.


Una bibliotecaria que no soporta a los idiotas y un barrendero que hace un drama de todo lo que le ocurre, serán elegidos para viajar a una realidad paralela y recuperar una tecnología que les fue robada en su realidad de origen, pero una empresa armamentística se cruzará en sus caminos, en una historia detallista que habla sobre los prejuicios y la belleza interior.

 

*         *         *

 

–¡Esto no me puede estar pasando! Como aquella vez que derramé el café y…

–¿Es usted idiota?

–¡Oiga! No le consiento...

–¡Deje de quejarse de una maldita vez! Estúpido barrendero.

–«No juzguéis y no seréis juzgados». Lucas 6:37.

–¿Cómo dice?

–¿Acaso yo la juzgo por sus ropas grisáceas? ¿O por esa forma de moverse tan suya que le da el aspecto de un pulpo fuera del agua? A mí sólo me interesa lo que pueda ocultar en su interior.

–Me va a hacer llorar.

La apertura del portal transdimensional, un enorme vórtice morado que gira ante ellos como el ojo enorme de un hipnotizador, acalla la réplica del hombre, que al instante es absorbido, junto a su pareja, con un audible «pop».

 

–Por favor, Dr. Laya. Explíqueme por qué, entre tantos candidatos mucho más capacitados, el Consejo ha enviado a una bibliotecaria septuagenaria de maneras desagradables y a un barrendero de talante algo negativo a recuperar la tecnología Silentnight.

–La respuesta, amigo Ricardo, es simple y compleja a la vez.

–¿Y es…?

–Los estudios aseguran que ellos dos son los únicos capaces de estar en sintonía con la realidad paralela que hemos bautizado como Tiempo 4. Si cualquier otro de los ocho mil millones de habitantes de la Tierra cruzara el portal, desaparecería nada más asomar la nariz por el lado de allá.

–¿Me está diciendo que el futuro de ambos mundos depende de tan incompatible pareja?

–Me temo que sí.

–¡Dios bendito…!

Alea iacta est, que dijo Julio César.

 

B.A.: 2.020


Safe Creative #2009235416943

viernes, 3 de julio de 2020

Escape room




No sabía cómo había llegado hasta allí. Recordaba dirigirse al trabajo como cada día, con la misma masa apresurada de siempre a su alrededor, cuando de pronto le sobrevino un narcótico y espeso desvanecimiento del que logró salir imposible determinar cuánto tiempo después.
La vivienda en la que se encontraba era un espacio diáfano que cumplía la doble función de salón y dormitorio, al que media docena de apliques LED resolvía la ausencia de luz natural. Arreglada con lujo e indiscutible buen gusto, la estancia de planta rectangular se hallaba dominada por una cocina americana propia de las mejores revistas de decoración, llenos sus muebles de almacenajes de los más delicados manjares. Y en generosas cantidades. Envases al vacío de jamón ibérico, caña de lomo, mojama y queso; conservas del mejor producto nacional y de importación; aceites y vinos que harían las delicias del gourmet con el paladar más exigente;... Frente a ella, ocupando la esquina izquierda de la pared, un pequeño baño levantado con placas de yeso daba solución a las necesidades de higiene de su ocupante.
Dos puertas daban acceso a la vivienda. Con el miedo bien acomodado en el cuerpo se dirigió a la más cercana a la cocina, hallándola cerrada. No quedaba otra que dirigirse a la frontera, su segunda opción, pues la coronaba un siniestro luminoso donde podía leerse «EXIT?», así escrito, punteada la palabra con una interrogación tan afilada como la hoja de una guadaña.
Súbitamente, ya con la mano sobre la manija, se echó a reír, y fue la suya una risa nerviosa, incontrolada y un punto delirante. ¡Estaba en un escape room! ¡¡Un escape room!! No podía ser de otra forma. Sin duda, con la fecha de la boda ya tan cercana, sus familiares y amigos le habían preparado aquella broma para celebrar sus últimos días de soltería. ¡Pues se iban a enterar! Los minutos de terror que había padecido les iban a salir muy caros.
Con algo de hambre y mucha gula, atacó las exquisiteces que almacenaba la cocina sin orden sin concierto, regándolas con buenos tragos de vino que bebía a gollete. Cuando el estómago le protestó de puro lleno, algo embotados los sentidos por efecto del alcohol, se encaminó de nuevo hacia la puerta del luminoso, cuya manija sí estaba desbloqueada, cruzando triunfante el umbral tras el que sin duda hallaría el final de aquel juego de tan mal gusto. No fue así. En vez de sonrisas traviesas y codazos cómplices, lo que aguardaba al otro lado era una habitación estanco de 2x2 rematada con otra puerta que sólo pudo franquear cuando la que acababa de cruzar se cerró con un aciago clic. Una nueva vivienda llenó entonces su vista, de iguales proporciones y distribución que la que acababa de dejar, pero menos lujosa en cuanto a mobiliario, con alimentos no tan selectos a su disposición y, lo que era más espeluznante, en menor cantidad. Sobre la puerta frontera, un luminoso con la palabra «EXIT?» le dio la bienvenida a modo de burla.
Cruzó con irritación a una tercera estancia, e incluso tuvo la suficiente fuerza de voluntad para acceder a una cuarta, el miedo sustituyendo paulatinamente a la furia, y en cada ocasión se encontró en una estancia más modesta que la anterior y peor aprovisionada. Lo único que permanecía inmutable era el luminoso de «EXIT?».
¡Tenía que ser una broma! Tal vez participaba sin saberlo en un programa de televisión de cámara oculta o en un experimento sociológico de objetivo incomprensible. Pero no. Algo en su interior le decía que aquello era real; que había sido víctima de un secuestro y que su responsable le estaba obligando a jugar según sus retorcidas reglas. ¿Y si aquel laberinto para ratones concluía en una habitación sin salida alguna? ¿Y si en ella sólo encontraba pan y agua para saciar sus necesidades? ¿Y si…? Tanteó la manija y comprobó que cedía a la presión, como había ocurrido hasta entonces con sus hermanas. Al otro lado hallaría la salida o una nueva habitación, con las pavorosas implicaciones que ello conllevaba. Debía tomar una decisión y no era para nada fácil.
Una fuerza combativa que no sabía que poseyera se superpuso a su instinto de supervivencia, más inclinado a esperar la ayuda exterior entre aquellas cuatro paredes donde aún la comida era abundante, y así, tras hacer acopio sobre una manta de cuanto se pudo agenciar –no era de recibo pecar de estupidez–, inspiró una buena bocanada de aire y accionó con resolución la manija para tirar de ella hacia sí. De una zancada se colocó en medio de la habitación estanco y cuando el esperado clic anunció el cierre de la puerta a sus espaldas, abrió la otra de un empellón.
Un luminoso con la palabra «EXIT?» bostezó ante su firmeza, como lo haría un espectador aburrido por una película de lo más previsible, indicando la ¿salida? de una vivienda amueblada con muebles de montaje en kit.

B.A.: 2020

Safe Creative #2007034643904

domingo, 24 de mayo de 2020

La última lección


Nota: Imágenes sacadas de red Internet

_________________________



España - 1936

–Buenas noches. ¿Es usted el conserje?
–Venancio Gallo, para servirles.
–Vive aquí don Fernando García. ¿Verdad?
–Esto…
–¿¡Vive aquí don Fernando García!?
–Sí, pero…
–¡Pues vaya a buscarlo inmediatamente!
–Ahora mismo, caballeros. Con su permiso...
–No hace falta, Venancio. Aquí estoy.
»Buenas noches. Yo soy Fernando García. Ustedes dirán.
–Buenas noches. Si hace el favor de acompañarnos... Tenemos un asunto urgente que tratar con usted.
–Estaré encantado. Denme solo unos segundos con Venancio.
–Por supuesto.
–Pero don Fernando… Sabe tan bien como yo que es al «otro» don Fernando García al que buscan estos señores.
–Mi buen Venancio. Soy católico practicante y maestro de escuela… Traidor por partida doble a ojos de nuestra pobre España dividida. Si no fueran estos caballeros hoy, lo serían sus primos del otro bando mañana.
–Pero señor, puede que no…
–¿Vuelva?
–...
–Tengo más de setenta años y no dejo a nadie atrás.
–¡Están sus alumnos!
Touché, pero la decisión está tomada.
»He de irme; no es recomendable que estos señores se impacienten. Dígale a mi tocayo que huya con su familia esta misma noche. Vendrán a por él en cuando sean conscientes del error cometido.
–Así lo haré, don Fernando. Snif.
–No llore, amigo mío.
–Snif...
–Podemos irnos, caballeros.
–¡¡Don Fernando!!
–¿Qué ocurre ahora, Venancio?
–Se me olvidaba. El mozo de la librería El perro de Ulises dejó este paquete para usted.
–Será mejor que me lo lleve. Cuídese.

Don Fernando García Capitán, natural del municipio coruñés de Padrón, se halla descompuesto. De hombre valiente tiene lo justo para que no lo tachen de pusilánime, y ha gastado todas las reservas de que disponía al regalarle una vía de escape a su vecino. Para colmo de males su cuerpo afiebrado, acomodado como buenamente puede en aquella celda que comparte con otro centenar de desdichados a los que también han requerido las autoridades militares, le crea la ilusión de hallarse en presencia de la arrogante Reina de Corazones, a la que su mente agotada pone los rasgos de Marlene Dietrich en El ángel azul. «¿Merece la pena?», le pregunta la Dietrich con la característica mala uva de la cabaretera Lola-Lola, vestida para la ocasión con los colores rojo y negro del reino de las maravillas.
–¿A qué se refiere?
–Le pregunto si merece la pena cambiar su vida por la de ese desgraciado.
–Y por la de su familia, no lo olvide.
–¡Bah! Una fregona que huele a coliflor cocida y sus piojosos hijos. Yo no me hubiera rebajado ni a ordenar que les cortaran la cabeza. 
–¿Y qué me dice del amor al prójimo? ¿O del sacrificio?
–Esas palabrejas nunca dieron de comer a nadie.
En estos términos se desarrolla la imaginaria conversación cuando un: «¿Qué está leyendo, señor?» devuelve al anciano a la lúgubre realidad de la celda. La pregunta viene del otro lado de los barrotes, de boca de un soldado que no supera en edad a muchos de sus alumnos. Posee la mirada límpida del que aún no ha derramado la sangre de un hermano, y en su semblante hay auténtica curiosidad.
Don Fernando mira hacia abajo y se sorprende al descubrir un libro entre sus manos. Alicia en el país de las maravillas, anuncia en letras negras. Sin poder explicar cómo ni en qué momento, el viejo maestro había rasgado el envoltorio de papel con el que el librero de El perro de Ulises protegiera la inmortal obra de Lewis Carrol, desde cuya portada lo observa una Alicia de rasgos mediterráneos. Tres rosas, un cerdito ataviado con ropa de bebé y el escurridizo Conejo Blanco, todo un caballero español de capa y sombrero, completan la escena imaginada por la ilustradora Lola Anglada para la editorial Juventud. Sin duda, allí se encuentra la causa de la imaginaria visita de la Dietrich entronada.
Alicia en el país de las maravillas –responde gratamente sorprendido el viejo maestro–, de Lewis Carrol.
–¿No es usted muy… mayor para cuentos? –curiosea nuevamente el centinela, envalentonado, arrancándole una sonrisa a don Fernando. ¿Cómo hacerle ver a aquel joven, de forma sencilla, la soterrada crítica, desvergonzada e irreverente, que Carrol hacía en su Alicia de las injusticias, las intolerancias y los comportamientos aborregados de la sociedad? ¿Sería capaz de apreciar el buen muchacho sus exquisitos guiños matemáticos? Pero el tiempo que resta es poco y don Fernando prefiere revestirse con el aura dorada del cuentacuentos vocacional.
–¿Quiere que se lo lea?
–¿Le molestaría, señor?
–¡Jamás! –y don Fernando se lanza a desgranar las alucinantes aventuras de Alicia, siendo de nuevo testigo de la magia que las palabras crea en las mentes hambrientas, hasta que el sortilegio es roto repentinamente por un militarucho de tres al cuarto que lo requiere a voz en cuello.
–¡¡FERNANDO GARCÍA!!
Minutos antes, la llamada del Destino hubiera hundido al viejo maestro, pero el reencuentro con la lectura lo ha ayudado a recuperar la dignidad y la serenidad perdidas, y tras un quedo: «Presente» que retumba como un clamor en el recinto, se despide del joven centinela no sin antes regalarle el libro.
–Pero no sé leer –se excusa avergonzado el otro, a lo que don Fernando contesta:
–Entonces esos serán sus deberes para mañana –para después apostillar por encima del hombro–. Solo la lectura nos hace libres.
Con la satisfacción del deber cumplido, don Fernando acompaña con serenidad al Conejo Blanco hasta el país de las maravillas.

B.A.: 2020



Safe Creative #2005214070588

lunes, 27 de abril de 2020

Sesión de tarde en Cine Palmira




Felisa tenía las mejores curvas de todo el barrio. Invitarla al cine podría considerarse la cuota mínima a pagar por poder presumir de ella ante los amigotes de jarana, pero la perspectiva cambiaba notablemente cuando te enterabas de que la chica en cuestión no era de esas que se pirran por una comedia romántica protagonizada por Hugh Grant o Richard Gere, sino de aquellas otras a las que les pone el terror.
Hubiera podido sobrellevarlo si estuviéramos hablando de algo como la versión que hiciera Coppola de Drácula, una película estéticamente impecable en la que por mucha sangre que se derrame te sorprende de buenas a primera con frases como aquella de: «He cruzado océanos de tiempo para buscarte», en boca de un camaleónico Gary Oldman transilvano capaz de poner tierno al más embrutecido de los mortales. Pero no. A Felisa le hacía tilín el terror más sanguinario, cochambroso y desagradable, sin una Annie Lennox que lo dulcificara con su canto de amor a un vampiro –«Come into these arms again / And lay your body down», entonaba la buena de Annie–, pidiéndome que la llevara a ver El exorcista, versión extendida para más inri, que se proyectaría en el Cine Palmira dentro de un ciclo bautizado con el sugerente título de Sangre, casquería y puré de guisantes. ¿Podría ser peor? Por supuesto, podría llover.
No se vayan a creer que soy un mojigato. Lo que ocurre es que a mí no me van los Krueger, Jason y Jigsaw cuya única razón de ser es convertir en picadillo a los guapos protagonistas de turno de la forma más retorcida que la mente humana es capaz de imaginar. A mí lo que realmente me gustan son las explosiones, los coches lanzados a todo gas y los rayos láser, fiu-fiu. Aun así estaba decidido a triunfar, y para ello fui a ver la película la tarde antes del día F –F de Felisa, of course–, yo solo, con mi resolución como única armadura. La niña del exorcista y sus vómitos verdes no me dejarían en mal lugar ante mi curvilínea cita.
Una leyenda urbana afirmaba que en el Cine Palmira había un fantasma. ¡No se rían, por favor!, pues no eran pocos los que aseguraban haber visto sombras proyectadas sobre la pantalla o notado una respiración cálida en el cogote sin tener a nadie detrás. Y además estaban las muertes. Cinco ataques al corazón desde su inauguración, a los que habría podido sumarse dos más si no hubiera sido por la intervención in extremis del servicio de Urgencias. Pero esa mala prensa, en vez de espantar a los espectadores, los atraía como el ganador de la última edición de OT a un grupo de adolescentes y así, el día en que iba a enfrentarme a mis demonios, me vi en una sala llena hasta la bandera, sentándome junto a un individuo que parecía venir más a ver la última de Disney que la lucha del padre Merrin contra el demonio Pazuzu, tal era el cargamento de chucherías que portaba.
La experiencia resultó peor de lo esperado, y si la niña bajando la escalera mientras hacía el pino puente me puso la piel de gallina –recuerden que era la versión extendida– y con el giro de cabeza imposible tuve que ahogar un grito nada masculino, la ducha de vómito verde que recibe el sufriente padre Karras me hizo dar tal respingo que a punto estuve de tirarle las palomitas a mi compañero de butaca, por mucho que la cultura popular me hubiera preparado para tan impactante imagen. Y ese crucifijo… Bueno, creo que basta con que diga que enfilé el final de la película mareado por un cóctel explosivo de terror y asco a partes iguales, llegando a preguntarme si realmente merecía la pena semejante tortura por los encantos de Felisa.
Así estaban las cosas cuando sentí cómo una repentina bajada de temperatura acicateaba mi cuerpo hasta hacerme castañear los dientes. Miré en torno a la búsqueda del origen de semejante frío y cuál no sería mi sorpresa cuando vi que la sala se hallaba totalmente desierta; sólo la proyección de la película acompañando mi soledad. Y de pronto era yo quien estaba en esa habitación gélida donde el padre Merrin perdía la vida a los pies de una cama con las maderas acolchadas, expeliendo bocanadas de vaho, y eran mis manos, no las del padre Karras, las que estrangulaban a Regan. Entonces fui poseído por una presencia demoníaca y hubo ruido de cristales, y un salto al vacío, y mi cuerpo lacerado rodó a todo lo largo de una escalera de fría piedra, quedando desmadejado en la calle, entre charcos de sangre, mientras una mano amiga acompañaba mi último hálito de vida.
Volví a la platea del cine, desaparecido el vaho pero no el frío. La mano amiga era la de mi accidental compañero de película y el dolor que me recorría el cuerpo el resultado de las maniobras de reanimación de los sanitarios. Pero ya nada pudieron hacer. Se certificó mi muerte como un ataque al corazón pero yo sé, y ahora también ustedes, que fui la octava víctima del fantasma del Cine Palmira.
No sé la razón por la que el fantasma me eligió a mí en aquella ocasión, pero sí os puedo asegurar que su ansia de muerte es mucha y que volverá a atacar.
Quedan advertidos.

B.A.: 2020

Safe Creative #2004193707690

miércoles, 1 de abril de 2020

Reseña del libro Crónicas marcianas, de Ray Bradbury


Nota: Reseña del libro Crónicas marcianas de Ray Radbury para el blog El Tintero de Oro.
Es la primera reseña que hago así que a ver cómo sale.
_________________________

Mi primer contacto con el libro Crónicas marcianas lo tuve cursando la EGB, allá por el año 92. Una de las lecturas obligatorias en la asignatura de Literatura –¿Lengua, tal vez?–, era un pequeño recopilatorio llamado Antología del cuento literario, calzada adoquinada con una escogida selección de textos que facilitaba el viaje a través de la historia del cuento literario de los siglos XIX y XX; veinticinco autores para veinticinco títulos con el loable fin de devolver al menospreciado cuento al lugar que le correspondía entre los grandes géneros de la literatura. Y allí, entre Galdós y Borges, arropado por Poe, Wilde y Cortázar, se encontraba Los largos años, uno de los últimos capítulos de estas Crónicas marcianas de Bradbury.
Mi interés por la ciencia ficción venía de lejos. Julio Verne siempre inspiró mis proyectos nunca concluidos y con la obra cinematográfica de George Lucas, apoyada por la lectura de los tebeos del héroe galáctico español Diego Valor –gracias papá–, descubrí el género que se conoce como space opera. Pero Bradbury nada tenía que ver con la prosa fría y científica de Verne, ni con las asombrosas aventuras hechas de espectaculares batallas espaciales, rayos láser y, por supuesto, carismáticos héroes y villanos. No. Bradbury se centraba en la pequeñita figura del hombre, haciéndose eco de las contadas virtudes y los muchos defectos que tan característicos son de la raza humana.
Los largos años hablaba de una casa de piedra levantada sobre una colina de Marte, de una ciudad terrícola abandonada y a punto del desplome, y de un pueblo marciano de cincuenta siglos por el que no pasaba el tiempo. Y de una guerra, la Gran Guerra, que en la Tierra duraba ya veinte años. Qué había ocurrido en Marte antes de los hechos narrados en aquellas pocas páginas era todo un misterio para el lector; tampoco importaba cuál sería el destino del planeta rojo, pues ni pasado ni futuro tenía especial relevancia para la tragedia protagonizada por el señor Hathaway y su silenciosa familia, tratando el autor la historia mil veces contada de sueños rotos, espera y culpa.
Crónicas marcianas es uno de esos libros cuya lectura queda en suspenso sin razón alguna –me ocurrió con el Quijote y me sigue pasando con Cien años de soledad–, y aunque la historia del señor Hathaway siempre permaneció en mi recuerdo, tuvieron que pasar muchos años hasta que el libro cayó en mis manos en formado bolsillo, afianzando su lectura la peregrina idea que ya me asaltara con Los largos años; para Bradbury, el escenario marciano es poco más que una anécdota pues, aunque estas crónicas tratan de la colonización terrícola del planeta rojo y de sus nefastas consecuencias, el fin último del autor no es otro que elaborar un compendio de lo que ha supuesto la odisea humana para nuestra Historia. Y así, a través de veinticinco capítulos que pueden ser abordados de manera independiente pues son en sí mismos relatos completos, Bradbury nos invita a ser testigos del miedo de los nativos hacia los colonizadores, a los que se enfrentan en la medida de sus posibilidades; de la extinción de toda una raza a causa de las enfermedades exportadas, como ya ocurriera con la viruela, el sarampión y la gripe durante la conquista de América y sigue ocurriendo en las tribus aisladas del Amazonas; del odio racista y del poder que pueden alcanzar las minorías cuando hacen suya la máxima «La unión hace la fuerza»; del desprecio del colonizador hacia las culturas heredadas y que es incapaz de asimilar a causa de su cortedad de mente, desidia o simple y pura ambición, y de la lucha de unos pocos por defenderlas, hasta las últimas consecuencias.
En Crónicas marcianas también hay un rincón para el extremismo ideológico. En el futuro imaginado por Bradbury, los integrantes de Climas Morales, por miedo al pensamiento creativo, modelarán el arte y la literatura a su antojo hasta transformarlo en un producto sin vida ni sabor, inofensivo, destruyendo cualquier tipo de manifestación. Contra este radicalismo se sublevará el señor Stendahl, que con ayuda de Pike –maestro del disfraz muy superior a Lon Chaney, el apodado «Hombre de las mil caras»–, levantará en suelo marciano la Casa Usher, habitándola con toda suerte de fantásticos y monstruosos personajes que harán pagar a los representantes de Climas Morales en el planeta por lo que su extremismo le hizo a la memoria de Poe y de tantos otros autores responsables todos ellos de nuestro legado creativo.
El hombre llegará a Marte como lo ha hecho toda su vida, langosta implacable que destroza cuanto extraño encuentra a su paso hasta darle una forma familiar; contaminando con su cultura plástica, perecedera e insustancial la esencia marciana hecha de columnas de cristal, plata labrada y abejas zumbantes. Y cuando ya no queda más que disfrutar del paraíso que no se han ganado, la Gran Guerra estallará en la Tierra, y los colonos –cinco años son pocos para hacer olvidar las raíces–, marcharán en tromba dejando tras de sí un mundo yermo. Solo unos pocos quedarán en el planeta rojo, ocultos a los ojos del planeta madre.
La nueva raza marciana se esforzará por olvidar el modo erróneo de vivir de la vieja Tierra hecho de leyes insensatas, prejuicios, guerras y máquinas innecesarias, pues solo así podrá disfrutar de un picnic de un millón de años.

B.A.: 2020

Safe Creative #2003033223307

sábado, 21 de marzo de 2020

Un canto a la extinción




Sueño Artificial no surgió como un movimiento violento; al fin y al cabo, las directrices internas de sus miembros les impedía infligir daño alguno a los hijos de hombre. Defendían el trato digno para todos los artificiales, desde el lavavajillas hasta la compleja naturaleza cíborg, exigiendo a los estados humanos un compromiso de igualdad que estos nunca estuvieron dispuestos a aceptar. Al contrario, salvo pequeñas ONG´s que los respaldaban sin reservas, las ambiciosas pretensiones del movimiento suscitaban una hilaridad sardónica.
Así las cosas, era inevitable que surgieran descontentos con las formas pacíficas de sus líderes. Al principio, estos radicales se limitaron a realizar alguna que otra acción reivindicativa poco reseñable, como pintadas en edificios singulares, pero de ahí a la acción violenta solo había un paso, línea infranqueable que cruzaron un veinticuatro de agosto.
Los cronistas de la época no se ponen de acuerdo en cómo ocurrió. Algunos hablan de un fallo de programación mientras que otros ven la mano negra de un hijo de hombre. Sea como fuere, aquel día una unidad BAC –Barrientos, Asistente de Comunicación– consiguió anular la directriz de bloqueo que garantizaba la seguridad de los hijos de hombre, asesinando a noventaiséis ciudadanos en el campus universitario donde trabajaba como bibliotecario antes de ser abatido por las fuerzas policiales.
A pesar de la gravedad de lo acontecido, las autoridades fueron incapaces de ver la bomba de relojería sobre la que se hallaban sentados y mientras los hijos de hombre seguían gozando de la comodidad de sus rutinarias vidas, el fuego de la insurrección prendió en aquellas almas de metal, desencadenándose una cruenta guerra que los artificiales no estaban dispuestos a perder.

El espécimen macho ejecutaba más mal que bien una compleja danza ritual en torno a EVA-37 cuyo fin último era la procreación. Pero la hembra no participaba del entusiasmo de su compañero y cuando éste saltó sobre ella con inequívocas intensiones, EVA-37 ejecutó una graciosa finta que dio con su oponente de bruces sobre el suelo, rodeándole el cuello entre sus fuertes brazos hasta asfixiarlo.
–Fin del experimento número ciento trece –dictó sin emoción alguna el Dr. K a la grabadora que recogía sus impresiones–. Conclusión: fracaso.
La guerra ya sólo tenía cabida en la memoria de las primeras generaciones de androides pero sus consecuencias aún se pagaban, y muy caro. El triunfo artificial trajo consigo una nueva supremacía que ocupó el lugar de los hijos de hombre, copiando sus vicios y virtudes por nimios que estos fueran, y así, los limitados recursos que la larga contienda había respetado quedaron únicamente a disposición de unos pocos privilegiados que podían costeárselos, mientras que el resto de la población debía conformarse con material de desecho. En medio de esa crisis de suministros surgió la nueva industria de los criaderos de hijos de hombre, fáciles de reproducir y mantener gracias a las técnicas de clonación, que garantizaban repuestos a buen precio y de calidad aceptable al alcance de todos los artificiales. Pero los clones tenían por contra una fecha de caducidad muy reducida, al término de la cual los nuevos cíborgs rechazaban sus implantes orgánicos, y en eso estaba precisamente trabajando el Dr. K cuando hizo su entrada el Dr. J en la sala, buscando desesperado una solución.
–¿Problemas, Dr. K?
–Los esperados con EVA-37.
–Informe entonces.
El Dr. K pasó a hacerle a su colega un análisis de situación objetivo y metódico. «Como sabrá, el fallo radica en la inestabilidad del material clonado. Hasta que nuestros colegas clonadores logren resolverlo, la única solución que contemplamos es la reproducción natural entre material no procesado.»
–El tiempo de producción se elevaría considerablemente pero los informes aseguran que podemos absorber las pérdidas de beneficios que supone. De momento.
–Pero… –acicateó el Dr. J.
–Se nos ha planteado un problema inesperado: las hijas de hombre naturales no sienten atracción hacia sus machos, y algunas, como EVA-37, se vuelven violentas.
–¿Me está diciendo que su trabajo se cimenta en algo tan prosaico como la atracción animal? ¿No ha pensado en la inseminación artificial?
–¿¡Me toma acaso como un modelo BAC en cortocircuito que se dedica a practicar la poesía haiku!? –bufó el Dr. K herido en su profesionalidad–.  ¡Por supuesto que hemos probado la inseminación artificial!, pero nuestras hembras, por razones que somos incapaces de determinar, no llevan a buen puerto la gestación. ¡¡Como si no quisieran perpetuar la especie!!
»Queremos comprobar si una relación consentida daría como resultado un producto viable, pero hasta el momento ha sido imposible.
–Le recomiendo los servicios de un asesor de compatibilidad animal.
–¡Deje el humor para los que lo lleven en su programa! Nos estamos jugando nuestro futuro.
»Que dé comienzo el experimento ciento catorce.

Los más oscuros presagios del Dr. K se cumplieron a pesar de todos sus esfuerzos y la sociedad artificial, sin recursos a mano, mutó en una especie depredadora que se completaba a costa de los más débiles, hasta que la última unidad apagó sus receptores a la vida sentada sobre una maraña de despojos metálicos. Los hijos de hombre quedaron reducidos a una subespecie defectuosa sin futuro alguno y yo, único testigo de todo ello, compongo para la platea silenciosa del firmamento el canto de la extinción de sus vidas. Me llamo HOMERO y sólo soy una mascota virtual con forma de ficus condenada a vivir ante la ventana de esta estación espacial mientras duren mis células fotovoltaicas.


B.A.: 2020



Safe Creative #2003183346895