lunes, 13 de octubre de 2025

La huella de los dioses

 


Sólo las poderosas manos de los dioses podrían haber elevado esos enormes monolitos hacia los cielos, las huellas de su divino paso por el mundo terreno. Semejante obra magna escapaba de las garras de la naturaleza salvaje como lo hacía de la primitiva comprensión de los hijos de hombre, y si bien era cierto que se hallaba en un estado muy avanzado de abandono, olvidada tiempo ha por quienes la moldearon, a ellos no correspondía entender los actos inescrutables de los Elevados sino venerarlos, como siempre recordaba el Primer Sabio a su rebaño de fieles.

Broadway, Pepsi, Wall Street, 5 AV, McDonald´s, Manhattan,… El incomprensible lenguaje divino se hallaba impreso por doquier ante los asombrados ojos de los hijos de hombre, semejante a las enrevesadas huellas que dejan los pájaros sobre la arena mojada en su búsqueda de un molusco que echarse al buche. Hasta la llegada de un iluminado que supiera interpretarlo, los acogidos bajo la paternal guía del Primer Sabio se limitaban a cumplir su labor para con la Gran Madre, quien los abastecía en su infinita gracia de refugio y alimento, agradeciéndoselo con toda clase de sacrificios y danzas rituales cuando Su Hijo, el del áureo cabello, alcanzaba su altura máxima en el cielo, punto álgido sobre el que pivotaba la sencilla vida de aquella primitiva sociedad al marcar el inicio de la cosecha.

Dos veces al año, unos días antes y otros después de la Ascensión del Hijo, la luz del atardecer se alineaba a la perfección con la obra divina, fenómeno especialmente grandioso en los pasos marcados con los caracteres divinos W 34 th St y W 42 nd St. En ese momento, el de la faz ardiente arrancaba reflejos de oro a las superficies pulidas de los monolitos para formar un corredor de luz donde los hijos de hombre allí congregados podían sentir cómo se henchía de energía su yo interior, sintiéndose en comunión con la Gran Madre. Tras concluir los festejos de agradecimiento los fieles, ahora renovados, volverían a sus quehaceres como cazadores y recolectores.

En pocas lunas ocurriría la Ascensión del Hijo y hacia la huella de los dioses se encaminó la tribu en respetuoso peregrinaje. En su camino harían noche en la isla de la diosa del brazo en alto, mensajera de la Buena Nueva, tras cruzar sus aguas sagradas en las embarcaciones portadas en andas desde el poblado entre cánticos, rezos y danzas de regocijo.

 

 

Quizás fuera el comienzo de una nueva Edad de Hielo o tal vez sólo una brusca y persistente bajada de las temperaturas provocada por el aleteo de una mariposa allá en los confines del mundo. Sea como fuere, el frío se prolongaba tanto en el tiempo que los hijos de hombre empezaron a ver con desesperación cómo los animales perecían congelados y los brotes verdes de las cosechas se negaban a salir. Anciano alguno fue testigo con anterioridad de semejante catástrofe; de alguna forma habían enfurecido a los dioses y estos los expulsaba del Paraíso.

En grave asamblea en torno al fuego que abastecía de luz y calor al poblado, el Primer Sabio propuso a sus protegidos un doble éxodo a fin de asegurar el futuro de los hijos de hombre. El grupo principal, donde se incluirían a la totalidad de los ancianos y de los niños, lo haría por tierra, encabezando él mismo la marcha en pos de los animales salvajes en migración hacia zonas más cálidas. El otro, menos numeroso y a cargo del Segundo Sabio, se embarcaría en una peligrosa odisea marítima para cruzar el mar, donde según las leyendas les aguardaba una tierra de verdes valles y largos ríos llenos de vida.

Cuando ambas expediciones estuvieron preparadas, los dos grupos de hermanos se despidieron entre lágrimas y deseos de buena suerte, sabedores de no volver a encontrarse de nuevo en la vida mortal.

 

 

Más de cien generaciones habían transcurrido desde que los hijos de hombre pisaran la nueva tierra allende el mar, uniéndose en pacífica convivencia con el pueblo allí establecido, adoradores como ellos de la Gran Madre y de Su Hijo. En la tradición oral de la nueva comunidad quedó perpetuada la Gran Migración como una leyenda sobre sus orígenes ancestrales, historia que compartían los viejos al abrigo de un buen fuego en las frías noches de verano.

Nada quedaba ya del paso de los antiguos dioses por el mundo terreno. Desde tiempos remotos toda huella divina había sido borrada de la faz de la tierra a causa de catástrofes naturales o de la incesante acción de los elementos, quedando para los hijos de hombre un mundo virgen en el que dejar su propia huella.

Como fieles adoradores de la Gran Madre y de Su Hijo, el Primer Sabio decidió levantar, a semejanza de lo recogido en las viejas leyendas, una estructura circular de enormes monolitos de piedra; un recinto que se alinearía perfectamente con El Hijo cuando su fulgor alcanzara la máxima altura en el cielo, invitándolos con su dorada sonrisa a iniciar la cosecha.

Siglos después, los descendientes de aquellos hijos de hombre conoceremos esa estructura con el nombre de Stonehenge.




 

B.A.: 2025



2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Bruno, por participar con este relato en el homenaje a Carmen Martín Gaite. Mucha suerte.

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  2. Gracias a ti por este fantástico reto. Un abrazo.

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