viernes, 11 de abril de 2014

Punto de inflexión… ¡Exterminio!

Uno

Las luces se encendieron tras el desconcierto en forma de alarma. Amaneció, y el lunes no era lunes, sino que era martes; así se lo habían indicado los encargados de recepción la noche antes. Desde aquel fatídico jueves de hacía ya tres años, el jueves pasó a ser viernes, el viernes se transformó en sábado y así continuó hasta completar la semana, los meses y los años transcurridos desde entonces, borrando con ello del recuerdo colectivo de los supervivientes ese día dieciocho en el que la Marea Roja arrasó los continentes de manera imprevista, sesgando vidas y almas, y obligándolos a refugiarse en los túneles del metro.
Soñolientos tras un sueño inquieto, Inés, Yago y Sam absorbieron la nueva realidad que los rodeaba, y los sentidos se les embotaron con la visión de los cuerpos aglomerados, el aire enrarecido y la certeza de que la muerte los cubría con su espesa capa roja, cazadora paciente en busca de una brecha por la que entrar en el subterráneo. Durante tres años habían vivido creyendo que ese mal de origen desconocido no perturbaría su existencia en el complejo Mirador Balboa. Egoístas ante la desdicha humana que tenía lugar a un tiro de piedra de su cómoda existencia, los habitantes del complejo habían seguido con sus miserias, pagando hipotecas, borrachándose los fines de semana que se disputaba algún partido «importante» y siéndoles infieles a los suyos a la menor oportunidad. Comiendo hasta la gula; reproduciéndose descontroladamente… Y ahora, los pocos que habían escapado con vida tenían que suplicar por unos centímetros de cemento en los que acomodar sus despojos.
Una chica se acercó al trío. Su piel era del color del café con leche y gruesos tirabuzones de pelo negro enmarcaban unos grandes ojos marrones. Iba aseada todo lo que el férreo régimen de las instalaciones le permitía, y la escasez de alimentos se hacía evidente en los pómulos hundidos y en lo marcado de sus costillas. Aún así, sonreía a los nuevos con sinceridad, no como el resto de hacinados con los que habían tratado hasta el momento, que ocultaban el desprecio hacia aquellos que durante años los habían ignorado bajo una falsa amabilidad. Yago se adelantó a los otros, atraído por la piel dorada de la chica, presentándole a su hermano Sam, a su cuñada Inés y, con un suspiro, al que dentro de siete meses sería su sobrino.
–Sí, ya he sido informada de su desafortunado estado –lo dijo con auténtico pesar, sin intensión de ofender, y, si se pensaba fríamente, había que entender la lógica de aquellas personas; con tantas bocas que alimentar y tan escasos recursos, un embarazo sería para ellos del todo «desafortunado»–. Por supuesto nos haremos cargo de la situación, pero tras el parto tendrás… –sus ojos se clavaron en los de Inés– tendrás que someterte a una pequeña intervención. Reversible, por supuesto. Debemos controlar nuestra natalidad.
Sam soltó un bufido que Yago se apresuró a cubrir con un rápido «Entendemos», tras lo que, de la mano de Abrilia, nombre de la guía, conocieron el complejo, sus rigurosas reglas y las que serían sus tareas a partir de entonces.
Y los días pasaron, y con ellos disminuyeron sus ganas de vivir.

Entreacto

La Marea nos alcanzará a todos. Tarde o temprano.
–¿Cómo puedes estar tan seguro?
–He hecho cálculos; era matemático en el Balboa.
–¿Y nos queda mucho?
–¿Qué edad tienes?
–Veintinueve.
–No llegarás a los treinta.

(Sus labios se posan en el cálido cuello de la chica, como si quisieran beberse el café que tiñe su piel)

–Huyamos entonces. Solos tú y yo. Si hemos de morir, quiero hacerlo en el exterior. Junto a ti.
–¿Y que ocurrirá con Sam? ¿Cómo voy a abandonar a Inés en su estado?
–Ellos se tienen el uno al otro. Además, me he dado cuenta del odio con el que te mira tu hermano. Y de cómo evita Inés mirarte a los ojos cuando te habla. No te necesitan… No te quieren junto a ellos cuando nazca ese niño.
–Abrilia, he de decirte una cosa… Es mi hijo.

(Le cuenta una más de las tragedias humanas que tan comunes eran tres años atrás. Una pelea en el matrimonio, un acercamiento inoportuno y una consecuencia irreparable; una responsabilidad ineludible)

–Entonces, estaré junto a ti cuando nazca tu hijo.

Dos

Los muertos se contaban por centenares. La Marea Roja se extendió con rapidez una vez dentro del subterráneo, inflamando los músculos de la garganta de los infectados hasta causarles la muerte por asfixia. Ignorando al caos, Yago, Sam y Abrilia velaban el parto de Inés, que dejó en las manos ensangrentadas de la muchacha una pequeña criatura que le devolvía la mirada con total tranquilidad. Cuando con un lienzo limpiaron al recién nacido, descubrieron con horror que su piel era anormalmente rojiza. No era un monstruo en el sentido exacto de la palabra, pero sí antinatural. Sam fue el que más impresionado quedó con la visión, se llevó las manos al rostro y huyó de la pequeña sala tras escupir un «Es todo tuyo» al lívido rostro de su hermano, dejando tras de sí los gritos desesperados de Inés; escapando hacia una muerte segura. «Es mi hermano», fue lo único que alcanzó a decir Yago para justificar su carrera en pos de Sam, y allí quedaron las dos mujeres, contemplando hipnotizadas a aquella criatura que aún no había llorado. Y fue precisamente esa ausencia de llanto lo que llenaba la razón de las abandonadas cuando sus gargantas empezaron a inflamarse.

Epílogo

El niño lleva en el mundo poco más de una hora cuando unas manos extrañas cortan el cordón que aún lo mantienen unido a su madre. Para los invasores, él es la llave del futuro; el enlace entre su mundo moribundo y el que fuera nuestro. La Marea Roja, en la que viven con familiaridad y que fue creada en cuerpo y alma a partir de la desaparecida atmósfera de su planeta natal, terminará por diluirse, y para entonces esperan haber encontrado un medio que les permita vivir en la Tierra a partir de ese mutante adaptado a tan dispares mundos. Además, con él pretenden engendrar en las hembras capturadas una subraza de esclavos inmunológicamente adaptados. La aniquilación sistemática nunca ha sido un dilema a tener en cuenta cuando se busca la supervivencia de una especie.
Pero los fríos cerebros extraterrestres no pudieron preveer que la naturaleza humana de este ser único llevaría a la operación, planificada durante pacientes siglos, al desastre. Unos ojos marrones envueltos en piel dorada se cruzará en el camino de «La clave», nombre con el que se referirán al niño huérfano, negándole la razón y quebrando su destino. Lo lleva en los genes, al igual que su padre, algo contra lo que no se puede luchar. Pero eso, amigos lectores, no se debe contar en un epílogo ¿No creen? Dejemos esta historia en el dramático punto de inflexión en que la especie humana se enfrenta a su exterminio de la mano de una invasión extraterrestre. Todo lo que venga detrás… será otra historia.

B.A., 2014




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