—Esto es lo que quiero para mi casa.
Las vistas desde la terraza de la habitación del
hotel donde pasan las vacaciones son espectaculares. El mar se agita ante él
tranquilo como un bello animal adormilado, cubierto por un cielo limpio de
nubes en el que revolotean decenas de gaviotas de blanco purísimo. Cádiz dibuja
una línea quebrada hacia su izquierda, colmada de luz, y a su puerto recala en
lenta maniobra la enorme estructura de un crucero con su cargamento de turistas
ávidos de sol. Desde luego, un horizonte así es imposible en su ciudad de residencia,
interior y calurosa como pocas, pero se conformaría con un ático desde donde poder
disfrutar del verdor de un parque centenario o del ajedrezado de las azoteas
del barrio viejo, erizado de antenas de televisión entre líneas infinitas de
colada puesta a secar.
«Cuidado con lo que deseas, puede hacerse
realidad». No termina de evocar la célebre frase atribuida a Oscar Wilde –él la
conoce por El cuervo, película de
culto noventera donde Brandon Lee hallaría fatídicamente la muerte–, cuando le
sorprende verse saliendo de la recepción del hotel junto a su familia, cargados
de todos los pertrechos necesarios para disfrutar de un plácido día de playa.
Un chirrido de neumáticos seguido de un golpe seco le anuncian que la máxima se
ha cumplido en esta ocasión, y con la fatalidad inherente de su nueva esencia
fija la vista en un borreguito de espuma en medio del prado azul del mar.
B.A.: 2021