–Sé quién eres. ¡No, en serio! Sé quién se esconde bajo esa aburrida fachada de taxista nocturno. Porque tu película no es Taxi Driver, ni mucho menos, sino que se asemeja más a aquella otra de Bruce Willis. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí. El protegido, de Shyamalan si no me equivoco. Y si tú eres ese vigilante sin nombre yo debo de ser Don cristal, je, je, je. Gira la próxima a la derecha y pon dirección al Parque de las Tres Chimeneas. Gracias. Como te decía, yo debo ser Don cristal. O más bien «seré» Don Cristal, pues aún no ha dado comienzo mi imperio del crimen. Va a ser muy divertido. Te estarás preguntando porque no debes parar ahora mismo este taxi que hace las veces de batmóvil y patearme la jodida cabeza. Pues te daré dos buenas razones: primero, como ya te he comentado, porque aún no he cometido delito alguno. Y segundo, pero no menos importante, porque uno de mis esbirros tiene en el punto de mira a tu preciosa esposa. Literalmente. «Esbirro», ¡qué palabreja tan rocambolesca para definir a un tipejo de gatillo fácil! Así que te voy a proponer un trato. Un pacto entre caballeros, que diría Sabina. Yo tengo un hijo, aunque no te lo creas. Si lo quitas a él de la ecuación yo haré lo propio con tu esposa. ¿Te parece? Lo tomaré como un sí. Yo me bajo en esta parada. Me ha encantado charlar contigo.
»Quédate con la vuelta.
Serie del superhéroe anónimo
Confidencias de un superhéroe anónimo