Leonor era una mujer
en guerra, una luchadora contumaz en continuo y desesperado combate contra la
contaminación, los residuos y la desidia hacia la sostenibilidad del planeta
que como un tumor maligno se extendía implacable por todos los estratos de la sociedad.
Y ahora también lo estaba contra el que era su novio, Javi, pues ese: «¡Solo es
una bolsa de plástico! So histérica…», que le dedicara cuando se levantó de un
salto de la toalla en la que tomaba el sol aquel caluroso día de playa, tras la
bolsa que un inesperado vendaval le arrebatara de entre las manos, era toda una
declaración de intenciones; un punto de inflexión del que no creía que saliera
indemne la relación.
Tres
años de convivencia. Se lo habían pasado bien esos años, por supuesto, y al
principio su recién estrenada pareja se esforzó por doctorarse cum laude en el correcto uso de los
contenedores de reciclaje –«Amarillo para latas, envases y briks, pero no para
la maquinilla desechable –había aleccionado Leonor cuando Javi se encontró con
la casa tomada por los diferentes cubitos de basura–. Papel y cartón en el
azul. ¡No!, las servilletas usadas en el orgánico, y el vidrio en el verde.
¡Ojo! Vidrio, que no cristal–. El muchacho encajaba con una sonrisa, estoico,
cada una de las lecciones que Leonor le daba en materia de reciclaje. ¡Incluso
llegó a separar aceites, pilas y bombillas! Ella a cambio, aceptaba de buen
grado la exacerbada afición del muchacho por el deporte, acompañándolo en la
medida de sus posibilidades.
Las
brasas de la pasión se extinguieron lentamente por causas naturales pero la
pareja, en un alarde de insensatez, en vez de fomentar un término sereno y
cordial de la relación, se dedicó a avivar el fuego del enfrentamiento y así,
las particulares inclinaciones de cada uno se convirtieron en dardos
envenenados que el otro arrojaba a la menor ocasión. Eso sí, nunca se había
traspasado la inaceptable barrera del insulto, y si ella era una histérica, él
no era más que un borrico embrutecido.
Obstinada,
Leonor continuaba la persecución de la bolsa en su alocada huída hacia ninguna
parte, esquivando sombrillas, neveras y cuerpos enrojecidos de intenso olor a
protector solar cuando de repente la ráfaga de aire se encontró con otra que
venía en sentido contrario, abrazándose a ella en una espiral de pasión que
provocó el caos en varios metros a la redonda. Papeles, bolsas, arena,...
¡hasta sombrillas volaron sin control alguno en torno a Leonor!, que cegada
chocó contra un cuerpo que como ella se había visto sorprendido por la
inesperada tolvanera. «¡La bolsa…!», se le escapó a la chica con el aire
expulsado por el encontronazo; «¡La botella…!», le respondió el invisible
obstáculo. Cuando el remolino se diluyó, tan rápido como se había creado,
Leonor se encontró despatarrada sobre la arena con una botella de plástico
vacía en la mano, junto a un muchacho tirando cuan largo era con la bolsa
huidiza apresada bajo su cuerpo. Se miraron sorprendidos, enarenados de arriba
abajo, y no pudieron más que reír.
–David
–se presentó el muchacho tomando la iniciativa. Una máscara de arena y crema
solar factor 50 le cubría la cara, resquebrajándose en torno a los ojos y a la
comisura de los labios al sonreír–. Cazador de botellas.
–No
muy bueno, siento decir –apuntó la joven risueña, mostrándole triunfal la presa
atrapada.
–Tampoco
usted lo es en lo referente a bolsas, señorita…
–Leonor.
–Leonor…
–Dame
la bolsa, David. Me encargaré de tirarla.
–En
el amarillo, por favor.
–La
duda ofende.
–¿También
perteneces a Amigos de la Tierra?
–Gaia
Primigenia. Una asociación mucho más pequeñita.
–No
hay esfuerzo pequeño en nuestra lucha.
–Cierto.
–Y
dime Leonor, de Gaia Primigenia… ¿Podría invitarte a un refresco que nos limpie
la garganta de arena?
–Tendría
que ir a por mis cosas.
–Por
supuesto.
–Me
las guarda mi novio.
–Vaya...
–Estaré
de vuelta en quince minutos.
–¿Con
tu novio?
–Solo
con mis cosas.
Tras
una tarde de risas, confidencias y mucho compromiso por la que era una lucha
común, Leonor decidió abandonar la relación tóxica en que se había convertido
la vida junto a Javi. Antes de cerrar la puerta del que fuera su hogar los
últimos tres años, la muchacha dejó sobre la mesa de la cocina la bolsa y la
botella de plástico recogidas el día anterior, junto a una nota que decía:
Javi, ya sabes dónde tirarlos.
Fdo.: La histérica
* * *
Siete años después,
Leonor y David, se encuentran en Nuevos Ministerios ante el espectacular
escenario donde ha concluido la Marcha por el Clima, multitudinaria
manifestación organizada en protesta contra la COP25 en la que los ecologistas
poca o ninguna fe tienen. La pareja mantiene viva la llama de la pasión, mucho
más fuerte y duradera que la tolvanera de verano que los uniera hace ya tanto
tiempo, y como testimonio del amor que se tienen está Joaquín, que sobre los
hombros de David, expectante, señala cuanto llama su atención. De pronto, el
cuerpo del pequeño se tensa: «¡Ahí está!», grita a voz en cuello para hacerse
oír por encima de la estruendosa ovación que ha inundado la explanada,
señalando a la delgada joven que con paso tímido se ha colocado en el centro
del escenario. «Skolstrejk för klimatet»,
puede leerse en el cartel que lleva entre sus manos.
–Papá.
Mamá. ¡Es Greta. Greta Thunberg!
B.A.: 2020