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La entrada quedó al fin despejada de nieve. Con la satisfacción del trabajo bien hecho y una taza de cacao en la mano, el hombrecillo se dispuso a disfrutar orgulloso de la bella estampa que dibujaba su casita de tejado rojizo y paredes oscuras en medio del manto blanco. Al otro lado del cristal, Dani contempló el estúpido paisaje nevado que le trajera tío Alberto por Papá Noel, sacudiendo distraído la bola mientras la videoconsola cargaba Zomblice IV, su mejor regalo de Navidad.
«¡Maldito
cabronazo!», rugió furioso el hombrecillo tras la tormenta, el puño
levantado amenazador hacia la bóveda celeste, y de nuevo fue al cobertizo a por
la pala.
B.A., 2.015