Siento los párpados pesados, como si tuviera una fuerte resaca.
Con las persianas bajadas al completo, la única luz que ilumina la habitación
procede de un pequeño aplique colocado sobre el cabecero, origen de la penumbra
blanquecina por la que vagabundea mi conciencia totalmente desorientada.
–¿Dónde estoy? –pregunto a la presencia
sentada en el sillón junto a la cama.
–Tranquilo, Álex –me responde una voz
conocida–. Estoy aquí. Te he inyectado un calmante.
»Descansa, yo vigilo.
«¿Calmante?». «¡¿Yo vigilo?!». A pesar de tan
extrañas palabras, a las que mi cerebro amodorrado busca una explicación,
vuelvo a dormirme sin remedio, acunado por la nana química de los fármacos.
Minutos, horas, días después, consigo abrir de nuevo los ojos para no volverlos
a cerrar.
Misma habitación, misma luz, misma irrealidad.
Jorge, ahora lo reconozco, dormita desbaratado sobre un incómodo sillón de
brazos resquebrajados. Aprovecho su descanso para mirar en derredor, a la
búsqueda de la clave que desentrañe esta madeja de desconcierto, pero cuanto
veo sólo la enmaraña aún más.
Una silla ha sido colocada bajo la manilla de
la puerta, bloqueando el paso, y material de lo más diverso se haya almacenado
por doquier. Garrafas de agua, comida enlatada, botiquines,… ¡Un hacha de
generosas proporciones sobre el regazo de mi amigo! ¿Es eso sangre?
–¡Jorge! ¡¿Qué ha pasado?!
Lo último lo digo a voz en grito para
sobresalto de Jorge. «¡Chisss…! Calla, por favor, o nos oirán», dice muy
bajito, súplica desesperada al silencio que torna mi perplejidad en cólera.
–¡¿Quién nos va a oír?!
–Baja la voz, por favor.
–¿Qué cojones…?
–Por favor…
–De acuerdo.
–Gracias. No sabes por lo que he pasado estos
días. Dime, ¿qué es lo último que recuerdas?
–¿Lo último que recuerdo?
No es fácil hacer memoria. Era viernes,
seguro, pues estaba con Jorge en el bar de Bosco, disfrutando de uno de sus
estupendos serranitos. Después… ¿Después?, sólo oscuridad, hasta despertar en
aquella habitación hospitalaria.
–Una peritonitis –me aclara Jorge–. Hubo que
ingresarte de urgencia y la cosa se complicó un poco. Llevas tres días
inconsciente.
–¿Qué dicen los médicos?
–Verás, han pasado muchas cosas en estos tres
días.
A media voz, tomándose largas pausas para que
pueda asimilarlo, Jorge me habla de un brote vírico que sacudió la ciudad ese
mismo viernes, llevándola al colapso.
–¿Una nueva cepa de COVID?
–Nada de COVID, amigo mío. Un brote zombi.
Como los de las pelis pero tan reales como tú y como yo.
–¿Un brote zombi? ¡Venga ya, Jorge!
–Te lo juro por lo que más quieras, Álex. Unos
malditos zombis hijos de…
Con una amargura que no le conocía, Jorge me
muestra su brazo izquierdo, cubierto de arriba abajo por mordeduras de bordes
putrefactos.
–Me han mordido, Álex. Me han mordido… ¡Estoy
muerto! Muerto, joder…
–¡Jorge! Yo…
–Ya da igual –dice resignado–. He reunido para
ti el poco material que no se llevaron los saqueadores, atándome después al
sillón por si mi transformación te pillaba dormido.
–¡Esto es una locura, Jorge!
–Eso quisiera yo…
–¡¡DÉJATE DE GILIPOYECES!!
–¡Chisss…! No grites.
De repente algo golpea la puerta, ¡PUM!,
seguido de un continuo rascar, a la manera de un perro desesperado por entrar.
Pero el gemido antinatural que nos llega no deja dudas de la espeluznante
naturaleza del ser que intenta girar la manilla.
–Debes huir, Álex, antes de que lleguen más.
–¿Y tú?
–Poco puedo ayudarte ya. Siento la cabeza
ardiendo. Se me nubla la vista…
–¡Jorge, sigue contigo! Vamos a salir de aquí
juntos –los recuerdos afloran haciéndome un nudo en la garganta. Momentos
felices se mezclan con otros más amargos, todos ellos piezas indispensables de
la inquebrantable amistad que forjaron dos niños en un salón recreativo cuando
nada había mejor que compartir un puñado de píxeles por valor de 25 pesetas.
–Vete, Álex.
–¿Y abandonarte?
–No hay otra manera.
Las lágrimas me libran de asistir a la muerte
de mi amigo. Pero no será uno de ellos, me juro, no mientras pueda evitarlo y
con fría determinación levanto el hacha para hacerla caer sobre su cabeza exangüe.
En la neblina de irrealidad donde me muevo
imagino a Jorge abriendo los ojos, espantado, y suplicar que me detenga con los
brazos extendidos pero ya el hacha hace su misericordioso trabajo, y vestido
con la sangre de quien fuera mi amigo salgo al pasillo convertido en el ángel
de la venganza, enfrentándome a la horda congregada ante la puerta. «¡ACABARÉ
CON VOSOTROS, CABRONESSS…!», grito, y a golpes de hacha los libero de su
miserable condición.
CANAL DE NOTICIAS 24/7
«En el parque de las Tres Chimeneas han aumentado los incidentes
protagonizados por adictos a la llamada droga caníbal quienes atacan sin
provocación alguna… Un momento. Arturo de Benjumeda nos pide paso desde el
Hospital Universitario Virgen de los Buenos Libros. Adelante, Arturo.»
«Lo que debería haber sido una broma del polémico programa ¡ZASCA!
se ha tornado en tragedia cuando Alexis Villegas, de cuarenta y siete años, ha
acabado con la vida de cinco personas y herido de diversa consideración a otras
tantas. Ayudados por un cómplice, el equipo del programa convenció a Alexis de
despertar tras una falsa intervención bajo la amenaza de una epidemia zombi. Lo
que nadie pudo prever fue la violenta respuesta de la víctima azuzada por el
realismo del engaño. Les avisamos de la dureza de las imágenes.»
«¿Y abandonarte?»
«No hay otra manera… ¿Pero qué…? ¡Álex! ¡¡NOOO…!!»
«¡¡¡CHASSS!!!»
B.A.: 2024