Durante años se especuló sobre el desarrollo de un programa nuclear paralelo al proyecto Manhattan de Los Álamos, Nuevo México, sin que los archivos obtenidos tras la guerra pudieran confirmar de forma categórica su existencia. No fue hasta la desclasificación McClory de 1993 que salió a la luz, entre párrafos tachados a medias y registros sonoros manipulados, cierto proyecto Silentnight relacionado de forma velada con Fort Detrick, Maryland, dato éste último significativo pues negaba sin lugar a dudas su naturaleza nuclear, apuntando directamente a un programa de guerra biológica.
La investigación llegó a un punto muerto
cuando se confirmó el fallecimiento de los doctores Mézy, Grand y Piccolo,
señalados por los documentos McClory como responsables directos del proyecto.
Sólo el periodista independiente Alan Queen quiso agarrarse al clavo ardiendo
en forma de recibo que firmaba un tal Dr. Alejandro Ferreiro. Quizás no fuera
nada; podría serlo todo, así que nada perdía por husmear un poco.
El único Dr. Ferreiro que coincidía con
las fechas y lugares que manejaba Queen era un neurocientífico español que tuvo
que exiliarse a Estados Unidos a causa de su simpatía manifiesta hacia la República , autor de un
estudio sobre el efecto de la oxitocina en hombres y animales, The hormone of Paradise, que expuso en la Universidad de Harvard
en 1943. Aquí desaparecía el rastro del misterioso doctor, no volviendo a
surgir hasta su retorno a España en 1987, donde vivía desde entonces en un
pequeño pueblo extremeño tras reconducir su vida como propietario de una
explotación ganadera.
La duda era más que razonable así que un
4 de agosto, con un ejemplar de The
hormone of Paradise bajo el brazo, Alan Queen se decidió a cruzar el
Atlántico. A continuación reproducimos el texto en el que el investigador
cuenta su encuentro con el Dr. Ferreiro, extraído de su libro Silentnight. A quantum of Peace.
[...] Llegué a la hacienda del doctor Ferreiro tras
horas de carreteras secundarias y molestas equivocaciones de dirección,
asfixiado no tanto por el calor de la estación como por el intenso olor que
emanaba de las granjas porcinas. Una joven, que rondaría la treintena, salió a
mi encuentro preguntándome en perfecto inglés y evidente recelo por el motivo
de mi visita, ante lo que fui medianamente sincero: le dije que buscaba al Dr.
Ferreiro por su libro The
hormone of Paradise, mostrándole el
ejemplar que había acompañado mi vuelo a fin de limar suspicacias. Cuando la
joven me preguntaba con sarcasmo si no conocía el invento del teléfono, el
mismísimo doctor vino en mi ayuda.
–No seas grosera con el señor, Lara, y déjalo entrar
antes de que se nos derrita –amonestó con simpatía a la joven. El doctor
Ferreiro era muy alto y rezumaba vitalidad a pesar de lo avanzado de su edad.
Peinaba una abundante cabellera cana con perfecta raya en el lado izquierdo y
sus ojos claros, de un azul grisáceo nada ordinario, eran idénticos a los de la
joven Lara, evidenciando un fuerte parentesco. Con un gesto cortés me invitó al
interior de la vivienda, un oasis de sombra y frescor donde acepté con gusto la Coca-Cola bien fría que
la chica me ofrecía –«Para
que se sienta como en casa», fue su agudo
comentario–, limpiando con el cosquilleante líquido la tierra de mi garganta.
–¿Qué puede decirme sobre Silentnight? –disparé a bocajarro, y he de admitir que esperaba cualquier tipo de
reacción menos la franca curiosidad con la que esos ojos teñidos de gris me
observaron, manteniendo el contacto durante la lenta maniobra de encender con su
mechero Ronson el cigarrillo que previamente había encajado, con habilidad de
fumador, en una fina boquilla de madera.
–¿Cómo ha llegado hasta mí? –respondió sin rechazar la
acusación (tampoco aceptándola), y a punto estuve de inventarme una compleja
trama de pistas descubiertas que deseché al momento, alertado por el piloto que
parpadeaba desde el fondo de sus pupilas negras como cañones de escopeta, por lo que me decidí por un sincero: «Por un recibo que usted firmó».
–¿Un recibo? No es mucho, ¿verdad? –y tras reír quedo,
lanzando volutas de humo a la manera de un viejo dragón de cuento, continuó:
»Ya que ha llegado hasta aquí no es justo que se
vuelva con las manos vacías. Ha pasado el tiempo suficiente como para que a
alguien le pueda molestar... ¿Empezamos?
Y se zambulló de cabeza en las aguas del recuerdo
enfilando, tras un breve prólogo que completó la idea que ya tenía sobre su
vida antes del exilio, la causa por la que tantas millas había recorrido.
–Llevaba varios años en el país cuando conocí a George
Merck, director del Programa de Armas Biológicas de Estados Unidos, durante mi
ponencia en la Universidad
de Harvard. Se sintió muy interesado por mi estudio sobre las hormonas,
ofreciéndome un puesto en la plantilla científica de Fort Detrick donde forjé,
junto con mis colegas los doctores Piccolo, Grand y Mézy, las bases del
proyecto Silentnight.
–¿De qué patógeno estamos hablando exactamente? –pregunté–.
¿Ántrax?
–Va muy desencaminado, amigo mío. Pero que muy
desencaminado.
Fue entonces cuando me contó la verdadera, y
descabellada, naturaleza de Silentnight: la hormona
oxitocina. El doctor Ferreiro, con la ayuda de sus eminentes colegas, habían
desarrollado un impensable cóctel hormonal que hacía más sensibles y empáticos
a los «infectados», reconociéndose en sus propios enemigos hasta el punto de
anular el odio y, por tanto, las ganas de lucha.
–Una bomba de empatía.
–¡Pero eso es maravilloso! –fui incapaz de controlar–.
Una lucha sin víctimas. ¿Por qué no se usó?
Silentnight exigía una infraestructura enorme, me
explicó con paciencia de profesor, y su efectividad dependía de múltiples
factores imposibles de controlar. Además, Alemania se había rendido y era
imprescindible que Japón también lo hiciera. Simplemente, el Proyecto
Manhattan era más rápido para los
intereses aliados... Por no hablar de su fulminante espectacularidad ¿Cómo
superar el enorme efecto psicológico que sobre el mundo supuso las detonaciones
de Little Boy y Fat Man cuando la principal característica de Silentnight era, precisamente, su silencio?
–Como campaña de propaganda –concluyó con una sonrisa
amarga–, el Proyecto
Manhattan no tenía precio.
–¿Y qué ocurrió con Silentnight?
–Con el fin de la guerra perdimos financiación,
cediendo buena parte de nuestros recursos a la nueva era nuclear. Durante la
década de los cincuenta Silentnight subsistió como proyecto piloto en las
penitenciarías del país, tratando los casos de aquellos criminales que eran
desahuciados por los psicólogos a causa de su incurable aversión hacia la sociedad.
»Entonces llegaron los de Derechos Humanos y nos
acusaron de ser poco menos que seguidores del Ángel de la Muerte de Auschwitz. Silentnight se canceló definitivamente, y a todos los que participamos en él se
nos «invitó» a una vida de silencio.
La entrevista había sido todo un éxito. Faltaba por
perfilar los detalles de cómo acabó el Dr. Ferreiro poniendo sus conocimientos
al servicio de la productividad de aquella explotación ganadera, pero podía
imaginarme la repercusión que supondría en el mundo la existencia de Silentnight. Sólo quedaba una pregunta por hacer.
–Dígame, doctor Ferreiro. ¿Funcionaba bien?
–Señor Queen –fue Lara quien respondió para mi
sorpresa desde el fondo de la habitación–. Silentnight
«funciona» mejor que bien. [...]
B.A., 2.015
Genial. Me parece super original el argumento, y la forma de desarrollarlo. Esa estructura periodística con la que has dotado a tu relato le da un realismo tal que, durante un rato hasta te crees que lo que estás leyendo es una reseña a una importante noticia publicada. Y bueno,... lo de la "boma del amor", ni te cuento. ¿Quién sabe? Quizás no sea tan descablellada la idea, ¿no?. Ojalá fuese cierto.
ResponderEliminarTe felicito sinceramente. Me ha gustado la trama, el desarrollo, el principio y el final. Como siempre, has puesto especial cuidado en elegir los nombres y, hasta el título. Me encanta ese... "Noche de Paz"
Por cierto, últimamente te has documentado mucho sobre la oxitocina, ¿no? No estarás notanto... algún efecto extraño, je, je
Un abrazo
Gracias, compañero Isidoro. Mis relatos no estarían finalizados si no le dedicaras unas palabras. La elección de los nombres, como siempre, fue lo que más dolores de cabeza me produjo, pero gracias a ti veo que al final tomé la decisión adecuada.
ResponderEliminarMientras compruebo mis niveles de oxitocina con el medidor del Dr. Ferreiro, recibe un fuerte abrazo.
Interesante narración Bruno. Me ha hecho recordar una historia corta de Stephen King. No recuerdo bien algunos detalles a pesar de haberla visto en televisión, pero era una sustancia que tenía un fin, y acabó volviendo tonta a toda la gente afectada. Así que a su manera es una bomba de empatía o tontería jeje.
ResponderEliminarComo ha resaltado bien Isidoro, el texto tiene ese tono periodístico que le atribuye una más que aceptable fiabilidad y realidad. ¡Buen trabajo y cuidado con la oxitocina!
Gracias compañero José Carlos por atreverte a entrar en el secreto del proyecto Silentnight. Te confieso que de Stephen King he leído poco, pero llevas toda la razón en que la base de los relatos tienen muchas similitudes (creo que la bomba de tontería ya ha explotado en el Congreso, uffff).
EliminarEl estilo periodístico era necesario, como bien apuntáis, para darle la verosimilitud necesaria al relato, y me alegro de haberlo conseguido.
Tendré mucho cuidado con la oxitocina; leeré atentamente los ingredientes de la Nocilla no vaya a ser que intenten colárnosla en el bocadillo de la merienda, je, je, je.
Un saludo. Nos vemos en tu blog.