Amaya
anda encorvada sobre el cochecito de capota azul marino. Tiene que echar todo
el peso de su delgado cuerpo para hacerlo avanzar y el esfuerzo, sumado al
calor del día, empapa de sudor la ligera camiseta que viste. Hubiera preferido
resguardar a la nena en la frescura de su pisito pero apenas tenía cereales y
los pañales también escaseaban. El bueno de don Federico, el farmacéutico del
barrio, no ha querido cobrarle en esta ocasión. «Mañana vienes y me ayudas a
limpiar el polvo de las estanterías, que buena falta le hacen», le dijo, dando
el pago por zanjado.
–No te inquietes, princesa –consuela amorosamente a su
pequeña–. Ya vamos para casa.
Al doblar la esquina distingue a su vecina a las
puertas del bloque. Doña Encarna se haya acompañada de otra señora de edad
similar y hacia ellas se dirige con buen ánimo, al resguardo de las sombras
dibujadas por los naranjos de la calle.
–¡Qué
cosa más bonita, Encarni!
Doña Ramona –Mona para las pocas amigas que se
obstinan en vivir–, sostiene entre sus manos una medalla de plata con el ángel custodio en delicado bajorrelieve. Volutas y hojarascas enmarcan al protector. Joya de la familia desde
antes de la guerra, Doña Encarna la acaba de recoger del taller de joyería donde
la han pulido y sustituido el deteriorado lazo por otro de seda rosa. «Es un
regalo para alguien muy especial», le comenta a Mona emocionada y al levantar
la vista ve venir precisamente a la destinataria del presente.
–Mona, ahora tienes que seguirme la corriente –apenas
tiene tiempo de advertir entre susurros a su amiga para después saludar en voz
alta–. ¡Dichosos los ojos, Amaya! A ti te quería yo ver.
–¿Y eso, doña Encarna?
–Mira lo que tengo para tu niña. Iba a guardarlo hasta
el bautizo pero…
La joven abre la cajita que le tiende su vecina y se queda sin palabras cuando descubre la preciosa medalla
acunada entre pétalos de papel de seda.
–No puedo aceptarlo, doña Encarna.
–¿Acaso quieres que me enfade?
–¡No, por favor!
–Pues no hay más que hablar. Y ahora, enséñale tu
ricura de niña a mi amiga.
La anciana aprovecha que la joven ha hundido la cabeza
en el capazo para lanzarle una nueva mirada de advertencia a Mona, quien sin
comprender su misteriosa actitud se aproxima con curiosidad para contemplar a
la beneficiaria de tales atenciones.
–¿Puede haber cosa más bonita en el mundo? –le dedica
Doña Encarna al cuerpecillo acurrucado entre sábanas de flores–. Y qué piernas
tiene la jodía.
–Seguro que anoche oyó sus llantos –se lamenta apurada
la joven madre–. Es otro diente. El tercero ya.
–Pobrecita, con lo que duelen.
–Siento las molestias.
–¿Molestias? ¡Anda ya!
Mona apenas presta atención a la conversación, incapaz
de apartar la vista del interior del carrito, los pelillos de la nuca
inhiestos.
–Bueno, doña Encarna, debemos irnos ya.
–Por supuesto, cariño.
–Y la medalla… ¿Cómo se lo puedo agradecer?
–Pues pasándote luego por casa para tomarte un
cocacolita.
–Lo haré, en cuanto despierte la nena de la siesta.
Que tengan buen día.
Nada más entrar la joven en el portal, Mona se encara
a su amiga, exigiendo respuestas.
–¿Una muñeca? –pregunta ante su silencio.
–Amaya no ha tenido una vida fácil –es la escueta
explicación de doña Encarna.
A la anciana jamás se le ocurriría traicionar la
confianza de Amaya con cuchicheos sobre los abusos sufridos a manos de un padre
alcoholizado, violencia de la que huyó mediante un precipitado matrimonio con
el primero que le dijo bonitos ojos tienes. Pero como dice el sabio refranero,
la joven salió de la sartén para caer en las brasas pues la convivencia marital
se convirtió más pronto que tarde en una prolongación de las penurias sufridas
hasta entonces. La gota que colmó el vaso de la cordura la destiló la pérdida
de su primer hijo y si bien quiso la última Nochevieja que Amaya enviudara
pronto, sólo una maternidad cimentada sobre aquella muñeca reborn comprada a precio de saldo fue capaz de darle motivos para
vivir. Vida fruto de la inconsciencia, cierto, pero vida al fin y al cabo, y el
barrio entero se volcó sin reservas con la nueva madre.
–¡Por el amor de Dios, Encarni! –casi grita Mona, escandalizada
por lo anómala de la situación–. Esa chica necesita ayuda, y encima vas y le
regalas la medalla de tu familia. ¡Para un muñeco!
–Mira, Mona. Yo regalo mis cosas a quien me sale de
las narices.
–No te pongas así…
–¡Me pongo como me da la gana! Amaya es una buena
chica con muy mala suerte. Despacha cariño y atenciones como pocos, además de
ser una trabajadora incansable.
–Eso no te lo discuto pero creo que deberíais llamar a
los Servicios Sociales.
–¿Y para qué, si puede saberse? ¿Para que le ocurra
como al pobre Román? Toda una vida pagando religiosamente las cuotas de su
modesto piso y van y se lo llevan a un asilo, donde murió solo en vez de
hacerlo arropado por los suyos.
»No. Amaya es parte del barrio y como tal la cuidamos.
Le damos todo aquello que nunca tuvo y por eso don Francisco bautizará a su
nena la próxima semana, con mi medalla prendida de su pecho.
–No lo entiendo, Encarni. De verdad.
–Por supuesto que no, querida. Éste no es tu barrio.
B.A.: 2.022
Gracias, Bruno, por participar con este relato en el homenaje a Truman Capote y Desayuno en Tiffany's. Un abrazo y suerte!
ResponderEliminar¿Cómo faltar a uno de tus retos? Muchas gracias por todo tu esfuerzo.
EliminarUn abrazo enorme.
Hola Bruno. Que triste y melancólico tu relato. Por un lado, la necesidad de la pobre mujer, y la falta de cariño que pone de manifiesto las penurias de estos tiempos de tantas familias necesitadas. Al menos, aunque sea un muñeco ella logrará ser feliz gracias a un barrio cuya misericordia expresa como puede llegar a ser el ser humano. Se me encogió el estómago. Un placer leerte. Abrazos
ResponderEliminarHola, Nuria. La historia de Amaya es una más de las tantas y tantas que desgraciadamente se dan en nuestra sociedad, familias desestructuradas en la que uno o varios de sus miembros sufren grandes penurias. Yo he querido darle un final ¿feliz? gracias a ese barrio que se volcó con ella. No siempre el apoyo y el amor incondicional vienen desde la familia.
EliminarUn abrazo y muchas gracias por el comentario.
Un regalo es una bendición 😊 y quién lo ofrece es de corazón 💕. En tu narrativa llena de emociones que tratan de apaciguar sentimientos encontrados, y añorando una mejor vida a las nuevas generaciones. Una medalla que podría traer una mejor suerte a quien la lleva. Una perla para ti 🤩. Saludos desde Venezuela
ResponderEliminarHola. Muchas gracias por tu comentario. La buena de doña Encarna estima a la pobre Amaya como si fuera de su propia familia, y por eso no sólo le ofrece de todo corazón la medalla del ángel custodio sino que incluso hace las veces del protector. Y tras ella, todo un barrio cargado de buena intensiones
EliminarUn saludo desde España.
Gracias por visitarme. Soy Perla narrativa Abrazos 💋 desde Venezuela
EliminarAsí es, un relato digno de compartir y leerte.
EliminarGracias a ti por tu compañía. Un abrazo enorme.
Eliminar¡Qué bonito, Bruno! Un relato emotivo y muy dulce. Me ha encantado.
ResponderEliminarHola, Marta. Me alegro un montón que te haya gustado. El esfuerzo ha merecido la pena.
EliminarUna historia emotiva que va creciendo y desvelando su recorrido según avanza, alrededor de la triste historia de Amaya cuya vida ha sido difícil desde que era niña. Por desgracia no es común en nuestras sociedades individualistas encontrar esas muestras de solidaridad en todo un barrio arropando a una de sus miembros, una ventana de de esperanza que se revela en esta historia y que recuerda a esos barrios de antaño donde todos se conocían. Escrito con mucha ternura y elegancia literaria, un relato brillante Bruno, con muchas opciones de llegar alto en el concurso. Un abrazo!
ResponderEliminarHola, Jorge. Son muchas las historias parecidas que se dan en la sociedad en la que vivimos, ¿verdad?, personas que no conocen la felicidad y el amor que otros damos como algo normal. El final de Amaya es todo lo bueno que puede ser dadas las circunstancias, arropada por un barrio de los de antaño, lejos del individualismo que tanto fomentamos sin ser conscientes de la soledad que conlleva.
EliminarGracias por tus palabras de ánimo; el esfuerzo ha sido mucho pero veo que ha valido la pena.
Un abrazo enorme.
Un barrio muy peculiar, pero muy divertido, me he disfrutado cada dialogo y parrafo, me encanta este humor que a la vez nos descubre una realidad brutal.
ResponderEliminarHola, Jose. El equilibrio entre la tragedia y la comedia es muy complicado de conseguir. A mi modo de ver, el gran Berlanga era un maestro en retratar nuestra compleja sociedad, y me gustaría pensar que este barrio que me he inventado bien pudiera ser parte de su universo cinematográfico.
EliminarMuchas gracias por tus palabras.
Hola Bruno, bonita historia que lleva el sello del amor y la solidaridad entre vecinos. Es muy triste lo que pasa con tu protagonista pero es bonito que esté rodeada de amor. Me ha gustado mucho tu relato. Saludos.
ResponderEliminarHola, Ana. Quería reflejar esa solidaridad y compañía entre vecinos que parece desaparecida, no sé si por las prisas de esta sociedad o de un individualismo llevado al extremo.
EliminarAmaya vive en la confusión, fruto de su penosa vida pero es arropada por el barrio. Su barrio, como defiende doña Encarna.
Gracias por tus palabras. Un saludo.
Me ha encantado, Bruno, la historia de la solidaridad de un barrio. Si Amaya hubiese vivido en un edificio no se habría enterado de su situación personal ni el vecino de al lado.
ResponderEliminarA pesar de la tristeza de una mente confusa, destaco la generosidad de los vecinos.
Me ha gustado también los diálogos que de tan naturales saltan de la pantalla.
Un abrazo, Bruno
Holla, Tara. Es triste el ostracismo en el que vivimos actualmente, ¿verdad? Las prisas tampoco ayudan y en el camino quedan las relaciones con nuestros vecinos.
EliminarAmaya, al menos puede disfrutar de la solidaridad del barrio y al fin vivir rodeada de amor y cariño.
Siempre me ha gustado trabajar los diálogos y si te han resultado naturales entonces puedo darme por satisfecho.
Un abrazo enorme.
Estupenda cuarta posición rozando el podio, Bruno, Te felicito compañero.
EliminarMuchas gracias, Tara. Vuestro apoyo es el mejor premio, sin duda.
EliminarUn abrazo.
Tal como lo has escrito, con esa vivacidad de intervenciones de los protagonistas, me place muchísimo por analogía con Teatro Social. ¡¡¡¡¡¡¡Y luego por motivos personales, porque aún conservo algo similar a un medallón de cuna de cuando de Eras Allende los Evos de cuando nací....!!!!!!!! El texto que hace recordar ¡¡¡¡M a r a v i l l a !!!!!
ResponderEliminarHola, Juan. Pues no puede haber mejor premio para un relato que devolver a un lector sus recuerdos más gratos. Quería reflejar ese apoyo y amor desinteresado entre los vecinos de un barrio, de un pueblo, orgullosos de sus raíces y defensores de su familia sea o no de sangre.
ResponderEliminar¡Qué maravilla encontrarme con comentarios como el tuyo!
Muchas gracias. Un abrazo enorme.
Pues ojalá fuéramos todos de tu barrio, Bruno. Son mucho mejores y más curativos esos barrios que cualquier "Servicio Social". Conmovedora historia. Y así de conmovida te mando un abrazo.
ResponderEliminarHola, Juana. Me alegro que los vecinos de mi barrio te hayan conmovido. Es raro ver ya este tipo de barrios, pueblos,... en nuestra sociedad, siempre con prisas y sin ganas de convivencia. A ver si damos un pasito para atrás y nos humanizamos un poco.
EliminarUn abrazo enorme.
Hola Bruno, no puedo evitar remontarme al pasado. Los barrios ahora son otra cosa, no existe nada de solidaridad; cada uno va a lo suyo. Y además, la medallita la vi, asi como antes, prendida en el pecho del bebé. Esas costumbres pueden que en pueblitos más pequeños se conserven. Un guiño acertado al pasado. Un abrazote.
ResponderEliminarHola, Emerencia. Como bien dices, esta solidaridad es cosa del pasado, o al menos eso parece. Siempre vamos con prisas, celosos de una individualidad mal entendida. Lo que hay al otro lado de las paredes son personas como nosotros, en las que nos podemos apoyar y que pueden buscar consuelo en nosotros. Busquemos esa vieja forma de vivir.
EliminarUn abrazo muy grande.
Una historia preciosa, Bruno. De esas que erizan la piel y abren los ojos a otras realidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Carmen. Me alegra que pienses así. Han sido tres los párrafos complejos de resolver y con comentarios como los tuyos veo que el esfuerzo ha valido la pena.
EliminarUn abrazo enorme.
Hola, Bruno.
ResponderEliminarHemos dejado atrás solidaridad cambiándola por envidias. Hemos dejado de saludar a nuestros vecinos y estamos poco a poco perdiendo nuestra identidad. Al menos , aquella con la que yo crecí. Es lo que he visto reflejado en tu relato, un retrato de como eran las cosas antes en todos los lugares. Supongo que será cosa de la evolución y tendremos que adaptarnos. Un relato que toca la fibra. Mucha suerte en el concurso. Saludos.
Hola, Pedro. Efectivamente, en nuestra "evolución" como sociedad hemos dejado atrás la solidaridad y las relaciones con los vecinos, cambiadas por un individualismo mal entendido. Habrá que adaptarse, sin duda, pero quizás deberíamos mirar más de vez en cuando hacia atrás y aprender del pasado.
EliminarMuchas gracias por tus palabras, compañero. Un saludo.
Es un relato muy bello, conmovedor, basado en la idea de la compasión (palabra desgraciadamente en desuso). No esperas la sorpresa de la muñeca, descoloca completamente al lector. Y el personaje de Encarna, un verdadero ángel, está muy bien definido, contrastando con la perplejidad de la amiga, más afín a lo ordinario (y lo convencional).
ResponderEliminarPrecioso relato, diferente. Enhorabuena.
Un abrazo
Hola, Maite. Me alegra que pienses así de mi relato. Han sido muchas las vueltas que le he dado hasta conseguir el resultado idóneo (hubo tres párrafos que me dieron bastante trabajo).
EliminarDoña Encarna es sin duda un ángel custodio, punta de lanza de todo un ejército de seres compasivos para los que Amaya y su nena son dos más del barrio. En el otro lado está Doña Ramona (Mona para las amigas) que no comprende lo extraordinario de la situación. Pero, como dice Encarna, ella no es del barrio.
Un abrazo enorme. Muchas gracias por tus palabras.
Hola, Bruno! ¿Que tal? Vaya giro que le das a la historia. Una historia de barrio que deriva en un drama sujeto bajo la potente imagen de la muñeca/bebe (genial ese guiño a la ciencia ficción que tanto dominas), un giro genial donde la trama pivota y queda a merced de la ternura y amor por una persona que parece ser lo ha sufrido todo. Me ha gustado mucho, compañero.
ResponderEliminarUn abrazo y mucha suerte!
Hola, Pepe. Me alegra que te haya sorprendido mi giro final. Desde el principio ésta era la historia de una persona enajenada que tiene todo el apoyo de su barrio, pero no quería mostrar mis cartas (en forma de muñeca) hasta algo más de la mitad. Creo que me la jugaba un poco pero el resultado conseguido no puede ser más satisfactorio.
EliminarMuchas gracias por tus palabras, compañero.
Un abrazo enorme.
Una historia preciosa llena de ternura. Has tocado un tema muy sensible, el de las enfermedades mentales y de cómo la sociedad trata a los que las padecen como unos estigmatizados. En este relato, en contrapartida, haces emerger la bondad y la comprensión de un alma caritativa hacia quien ha sufrido tanto y solo le queda el consuelo de una muñeca "reborn" para sentirse madre.
ResponderEliminarMe ha encantado. Espero que lo veas recompensado con un buen puesto en el concurso.
Un abrazo.
Hola, Josep. No puede haber mejor premio que el apoyo que está recibiendo este relato. Muchas gracias, de verdad.
EliminarQuería plasmar la solidaridad ¿perdida? de un barrio hacia uno de sus vecinos, enfermo a causa de las injusticias de la vida, siendo doña Encara la punta de lanza de ese ejército de ángeles custodios. Don Federido, el farmacéutico, don Francisco, el párroco,... y tantos otros luchando hombro con hombro por la pobre Amaya. Y en medio, esa medalla de plata del ángel custodio.
Ha habido tres párrafos que me han tenido bloqueado varios días pero estoy muy feliz con el resultado.
Un abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLas cosas que ocurren en el barrio, en el barrio se quedan. En él, es la ley de la aceptación y del que más ama la que impera.
ResponderEliminarMe ha parecido un relato delicioso y muy bien dialogado.
Los auténticos ángeles no van grabados en las medallas sino en los corazones de las buenas personas.
Abrazos.
Hola, Francisco. Como bien dices, lo que ocurre en el barrio no le importa a los "extranjeros",que no saben de la misa la mitad. Los ángeles no tienen alas ni cuerpos de luz, sino las facciones de una anciana arrugada o de un párroco preocupado por los miembros (que no feligreses) de su comunidad.
EliminarGracias por tus palabras.
Un abrazo enorme.
Hola Bruno, es un relato muy conmovedor, la solidaridad de los vecinos para ayudar a Amaya, una joven desprotegida ante los abusos de la vida, me ha gustado mucho, te felicito, Patricia F.
ResponderEliminarHola, Patricia. Qué bonito sería si hubiera más solidaridad en nuestros corazones, ¿verdad?
EliminarMe alegra que te haya gustado mi relato. Ha sido difícil darle el resultado deseado.
Un saludo.
Hola, Bruno. Es una ráfaga fresca este relato de empatía y solidaridad. Prenderse del juego que plantea el desesperado, sin denostar. Y poner luces y sonrisas para sanar una sociedad desesperada y triste. Un aplauso. Mucha suerte.
ResponderEliminarHola, Beba. Si practicáramos más la solidaridad qué gran mundo sería el nuestro, ¿verdad? Gracias por tus palabras. Recibe un abrazo muy fuerte.
EliminarHola Bruno , tú relato lo ley la otra noche
ResponderEliminary la verdad es que es muy tierno , me a gustado mucho.
Te deseo una feliz mañana , suerte en el reto del tintero de oro.
Saludos de flor.
Hola, Flor. Me alegro que pienses así de mi relato. Comentarios como el tuyo es premio más que suficiente.
EliminarUn saludo.
Hola, Bruno. Un relato lleno de tristura, de emoción, de pesar, de solidaridad y cariño. La última frase encierra todo eso. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Isan. Cuánto dolor y alegrías, tristeza y solidaridad pueden darse en un pueblo o barrio, ¿verdad? En mi relato, he querido subrayar el apoyo que antes se prestaban los vecinos, y digo antes porque ahora nos vemos perdidos en un individualismo a mi modo de ver mal enfocado. Espero que evolucionemos como sociedad.
EliminarUn abrazo enorme.
Muy yierno, porque cómo sabemos la historia que hay detrás de un muñeco de esos.
ResponderEliminarUn abrazo
¿Cuántas historias tristes pueden haber detrás de una muñera, verdad? Menos mal que la solidaridad del barrio puede sanar algunas de ellas.
EliminarUn abrazo enorme. Gracias por tu comentario.
Hola, Bruno. Vaya duelo interpretativo de dos señoras mayores, ambas supuestamente curtidas con la vida y con experiencia para salir adelante, pero con la diferencia de quien antepone los buenos sentimientos a la fría lógica. Por supuesto, creencias religiosas aparte, la señora de la medallita tiene mi voto. Saludos y suerte.
ResponderEliminarHola, JM. ¿A qué es difícil no querer a Doña Encarna? Le sale buenos sentimientos por todos los poros y defenderá a cualquier vecino del barrio con uñas y dientes. Pásate luego por su casa que te invitará gustosa a un cocacolita, je, je, je.
EliminarMuchas gracias por tus palabras. Un abrazo.
Hola, Bruno!! Tu relato me ha emocionado mucho. Qué triste y a la vez hermosa historia. No me esperaba que la niña fuese una muñeca. Me gusta no solo la idea sino cómo la has narrado, de forma clara y a la vez dando esos pequeños detallitos que enriquecen tanto. Qué buena persona es Encarna que sabe valorar a Amaya a pesar de su locura. Enhorabuena. Suerte y un abrazo!!
ResponderEliminarHola, Cristina. Me alegra haberte emocionado on el drama de Amaya. Intento escribir de forma clara aunque no puedo evitar esos pequeños detalles que le dan sabor al relato. Y los diálogos. No nos olvidemos de ellos. Me gusta trabajarlos hasta darles fluidez.
EliminarMuchas gracias por tu comentario. Un abrazo enorme.
Yo tampoco me esperaba que estuviera paseando un bebé. Un ejemplo de solidaridad difícil de ver hoy en día... ¿dónde está ese barrio?
ResponderEliminarSuerte con el concurso.
Un abrazo.
Hola, MJ. Me alegra que os haya sorprendido tanto ese giro de tuerca ya que sin él mi relato hubiera quedado "descafeinado". El barrio se encuentra perdido actualmente. Si lo intentamos quizás podamos encontrarlo.
EliminarUn abrazo enorme.
N9 veia por donde iba el relato y cuando sale la muñeca, me pierdo del todo. Pero ya estoy atrapado porque la Ramona "se empeña en seguir viviendo".
ResponderEliminarNo se si Encarni no tiene hijos, o no la necesitan o no le hacen caso porque es vieja y sun no tan mal como para "asilarla".
Pero el final lo rompe y lo encaja todo. Me parece magistral el final. El orgullo. El farmsceutico, el cura y el barrio. A veces se cruza en tu vida alguien que no pide ayuda, aunque la necesita, y te da ña sensación de que no serias buena persona so no la ayudaras
Magnifico
Abrazo Bruno
Hola, Gabilante. Perdona si el relato te ha confundido un poco. Quería que sintiérais lo mismo que doña Ramona, su extrañeza por la forma de actuar de su amiga, su sorpresa ante la visión del muñeco,... Su racionalidad ante lo irracional. Pero ella no es del barrio y no comprende las normas que lo rijen.
EliminarMe alegra que al final te haya gustado mi relato.
Un abrazo enorme.
Hola Bruno al principio el relato desconcierta, la descripción del bebé es muy real, lo que no se imagina el lector que es una muñeca lo que pasea la abuela.
ResponderEliminarEn el barrio todos se conocen y se solidarizan con la mujer, saben de las penurias de la familia y entienden lo que hacen.
Te felicito por la forma en como llevas la esencia del relato y los diálogos son muy cercanos.
Un abrazo
Puri
Hola, Puri. Perdona si te he desconcertado un poco. Quería mantener el secreto hasta que la revelación del secreto fuera más efectista. Al fin y al cabo el relato es un canto a la solidaridad, algo que parece cada vez más difícil de conseguir.
EliminarMuchas gracias por tus palabras. Un abrazo enorme.
Hola, Bruno. Un relato delicioso de un barrio imposible en la actualidad. La solidaridad y el cariño de los vecinos que era como una familia. Así lo viví en mi infancia y ahora justamente nos saludamos. Como siempre, creas unos magníficos diálogos que redondean el relato y lo convierten, como la medalla para la niña-muñeca, en una joya. Un abrazo y suerte en el Tintero.
ResponderEliminarHola, Jose. Quiero creer que esos barrios o pueblos en los que todos se conocían y apoyaban como una gran familia no han desaparecido, pero es un deseo cercano a la ilusión pues todos somos celosos de una individualidad mal entendida.
EliminarMe alegra que pienses así de mi relato pues me ha dado verdaderos dolores de cabeza. Sobre todo tres párrafos que no querían salir como a mí me gustaba.
Un abrazo enorme. Muchas gracias de nuevo.
El relato fue muy realista, ya que muchas personas suelen sublimar sus penas de distintas maneras, y en muñecos es una bastante común. Pero bien por el barrio en cuidarla, es el barrio su única y verdadera familia.
ResponderEliminarBuen relato.
Suerte en el Tintero.
Un saludo.
Hola, Cynthia. Como bien dices, cada uno tiene su forma de gestionar sus dolencias y Amaya consiguió el consuelo en una muñeca reborn. El barrio es su familia, un barrio como los de antes, donde todos se conocían y apoyaban.
EliminarGracias por tus comentarios. Un saludo.
Precioso y profundo. Enhorabuena por tu relato, que podría muy bien estar con su tintero (tendrían que ser dobles o tripes, ja, ja)
ResponderEliminarUn abrazo cordial :)
Hola, Maite. Muchas gracias por tus palabras. He puesto todo mi esfuerzo en este relato y el apoyo recibido es el mejor premio.
EliminarUn abrazo.
Bruno! Felicidades por esa mención casi al umbral del podium. Un relato magnífico que se llevó todo el reconocimiento.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo!
Muchas gracias, Pepe. A un puntito me he quedado del bronce. Pero Francisco se lo merece por su relato, sin duda alguna.
EliminarUn abrazo enorme.
Felicidades Bruno por ese cuarto puesto, que no ha sido bronce por un pelo. Un gran trabajo. Un abrazo!
ResponderEliminarGracias, Jorge. Pues sí, me he quedado rozando el bronce pero estoy feliz por la acogida de la comunidad y por ese tercer puesto tan merecido de Francisco.
EliminarUn abrazo enorme.
Bruno, enhorabuena por el cuento, termino de leerlo y es para tenerlo en cuenta en estos tiempos tan revueltos. Cuanto mejor nos iría si cada uno cuidase un poquito más del prójimo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Ángel. Muchas gracias por tus palabras. Llevas toda la razón en lo que dices: si cuidáramos un poquito más del prójimo cuánto bien haríamos.
EliminarUn abrazo enorme.
Hola, Bruno, un relato triste pero muy emotivo. Destilando la solidaridad de las manos cercanas en una sociedad que parece ir en dirección contraria. Hay locuras que los cuerdos con mucho afecto hacen pasar por lógicas razones en un mundo tan loco como el nuestro. Muy buen narrado, con diálogos muy naturales y que caracterizan muy bien los personajes.
ResponderEliminarMuy buen relato y felicidades por la mención de tu trabajo. Un abrazo.
Hola, Carles. Me alegra que te haya gustado este ángel custodio. Quería retratar esa solidaridad de ¿antaño?, en la que todos los integrantes de una comunidad, barrio o pueblo se trataban como si fueran de la misma familia; pendientes de los problemas de los demás, hasta el punto de rozar la locura por el bien de unos pocos. ¿Volveremos alguna vez a tratarnos como iguales?
EliminarUn abrazo enorme, compañero.
Que vida tan sufrida para refugiarse en una alucinación, en un engaño a si misma. Pero al menos, la cuidan en el barrio.
ResponderEliminar¿Sería mejor confrontarla con la realidad?
Bien contado.
Hola, Demiurgo. Pues no sé si lo mejor es intentar sacarla de su mundo o no. Ante la duda, el barrio entero la cuida como a un gorrión con el ala rota.
ResponderEliminarMe alegea que te haya gustado. Un saludo.