«Y
cuando habla de Irene Adler o menciona su fotografía, es siempre con el honroso
título de la mujer»
Escándalo
en Bohemia,
Sir Arthur Conan Doyle
[...]
Así pues, hice de tripas corazón y saqué el cohete de humo de debajo de mi
impermeable. Al fin y al cabo, pensé, no vamos a hacerle ningún daño. Sólo
vamos a impedirle que haga daño a otro.
Holmes
se había sentado en el diván, y le vi moverse como si le faltara el aire. Una
doncella se apresuró a abrir la ventana. En aquel preciso instante le vi
levantar la mano y, obedeciendo su señal, arrojé el cohete dentro de la
habitación mientras gritaba… ¡¡Otra vez no!! ¡Es desesperante! [...]
Watson miraba hacia el cielo estrellado de
aquel Londres Victoriano de tinta y papel, y lo hacía bien enojado contra el
desconsiderado lector que allí arriba, en la lejanía del espacio y del tiempo,
nuevamente había dejado de desgranar la historia concebida más de un siglo
antes, dejando la acción a medias, el caso inconcluso y un bote de humo
descargando sin fin su contenido. «Exasperante –cargaba Watson una y otra vez–... Exasperante
e inadmisible. Únicamente son doce relatos, y aún así nuestro... «querido» lector no ha pasado de la página treinta y uno... ¡Desde
hace dos días! Es desquiciante»
–Serénese Watson –respondió socarrón
Holmes–. Y haga el favor de sacar el bote de fontanero de la casa. Las señoras
lo están pasando mal.
–Ruego me perdonen; con el enfado no me
había dado cuenta –se disculpó el buen doctor ante las afectadas mujeres–.
Ahora mismo saco ese invento del demonio de la casa –dicho lo cual saltó con
agilidad el marco de la ventana para volver a salir a través de él con el
humeante bote en la mano, que dejó a cielo abierto para que no incomodara más a
los presentes. Holmes quedó así en compañía de Irene Adler y de su doncella,
Gladys, limpiando en lo posible con un pañuelo la falsa sangre que manchaba el
disfraz de clérigo con el que tantas veces se había colado ya en casa de la
joven. El ambiente dentro de la residencia Briony seguía cargado de humo y la
joven ofreció a Holmes y al doctor Watson, que asomaba la mitad superior de su
torso a través de la ventana, los pies bien plantados en el parterre exterior,
una bebida con la que refrescarse la garganta.
–Una cerveza estaría bien.
–¿Y para usted, doctor?
–Lo mismo. Gracias.
–Unas cervezas para los señores, Gladys. Y
a mí tráigame una copita de jerez.
Holmes miraba embelesado a la joven;
aquella mujer que sólo con su ingenio le arrebataría el triunfo de entre las
manos pocas páginas después, ganándose así el respeto del sabueso de Baker
Street que desde entonces se referiría a ella con el honorable título de la mujer. Irene Adler; la mujer. Desde aquella misma mañana
señora de Godfrey Norton, al que amaba y que la correspondía, y aún así... Aún
así... Al sentirse observada por los penetrantes ojos del detective el rubor
encendió las mejillas de la joven, apresurándose a acabar de un trago con el
contenido de su copa.
–Si me disculpan, he de ausentarme un
momento.
»Tengo un equipaje que preparar...
–Vaya usted –asintió escueto Holmes, la mirada perdida en la vacía copa de cristal hasta que,
tras profunda reflexión, preguntó a bocajarro a su fiel compañero –¿Cuántas veces ha dado
testimonio de este caso, Watson? ¿Cuántas las veces en las que Su Majestad el
Rey de Bohemia ha contratado mis servicios para recuperar una fotografía que lo
emparejaba peligrosamente con nuestra joven aventurera?
–Tantas como lectores se han sucedido
desde mil ochocientos noventa y uno –respondió el médico, volviendo a dar buena
cuanta a su cerveza.
–Exacto, Watson, y nada ha cambiado desde
entonces. Sigo a la señorita Adler hasta la iglesia de Santa Mónica disfrazado
de vagabundo y sin pretenderlo participo en calidad de testigo de su enlace con
el abogado Norton; me cuelo en la casa de la recién desposada bajo la
apariencia de un inocente clérigo que ha sido agredido en la calle y a mi señal
usted, fiel amigo, lanza el bote de humo para hacerla creer que la casa está en
llamas, indicándome así el lugar donde guarda su más preciado tesoro; esa
dichosa fotografía. Y luego, cuando creo que todo está bien atado, su golpe de
efecto con el que me derrota, ganándose mi admiración...
–¿Nada ha cambiado, querido Holmes?
–...
–Usted la ama. ¿No es así?
–Por supuesto que no, Watson; la cerveza
ya le empieza a afectar. Debería pedirle un refrigerio a Gladys.
»Bien sabe lo que pienso...
–Usted la ama, Holmes... No, no me mire
así. Usted, tan agudo para lo racional es ciego y sordo ante la más bella de
las pasiones. Yo he visto, con cada nueva lectura, cómo el respeto que guardaba
hacia la joven se iba transformando en atracción física. Pupilas dilatadas,
pulso acelerado,... ¡Incluso se le eriza la piel con sólo nombrarla! Siempre ha
entendido estas señales como una respuesta natural ante el juego del ratón y el
gato que mantienen, pero yo le digo que eso es amor.
–Y si así fuera... ¿Qué cambiaría, Watson?
Somos actores obligados a representar una y otra vez el mismo libreto. El
relato seguirá y ella huirá con su flamante marido, quedando yo de nuevo solo
en Baker Street con su fotografía como único consuelo, refiriéndome a ella como
la mujer, lo más parecido a una
brizna de amor que me concedió nuestro creador.
–Mire Holmes. Como médico se lo prescribo,
como amigo se lo ruego. ¡¡Qué demonios!! ¡Se lo exijo! Cuando dentro de un año
o una década otro lector desaprensivo vuelva a darle la oportunidad de tenerla
ante usted en esta habitación, exprésele sus sentimientos; algo me dice que no
se sentirá defraudado.
–¿Y si no me corresponde?
–En el peor de los casos, para usted ella
siempre será la mujer.
»Así está escrito.
La joven regresó en ese preciso momento, y
a buena hora pues el invisible lector había vuelto a retomar el relato. Watson,
tras un último trago, fue a recuperar el bote de humo y ocupó su lugar tras la
ventana.
[...] Lenta y solemnemente mi amigo fue
introducido en la residencia Briony y acostado en el salón principal, mientras
yo seguía observando el curso de los acontecimientos desde mi puesto [...]
–¿Preparada para continuar, señora Norton?
[...] pero sí sé que yo nunca me sentí tan
avergonzado de mí mismo como entonces, al ver a la hermosa criatura contra la
que estaba conspirando, y la gracia y amabilidad con que atendía al herido
[...]
–Irene –respondió la joven con un coqueto aleteo de pestañas que
dejaba poco lugar para la duda–. Llámeme Irene, se lo ruego.
[...] En aquel preciso instante le vi
levantar la mano y, obedeciendo su señal, arrojé el cohete dentro de la
habitación mientras gritaba: «¡Fuego!»
[...]
B.A., 2.015
Sherlock in love es mi más sincero homenaje hacia las aventuras del inmortal detective
creado por Sir Arthur Conan Doyle, que tan buenos momentos me ha regalado. La
base literaria usada para su realización está sacada de Escándalo en
Bohemia.
Gran homenaje al más grande detective de todos los tiempos, sí señor. Me parece grande como sacas a los personajes de su mundo de ficción y les trasladas a otra realidad, la de los seres que son conscientes de ser leídos, de renacer una y otra vez en la mente de los millones de lectores que tan grandes momentos pasaron y pasarán con sus aventuras. Y no contento con eso, nos deleitas con una visión personal de uno de los misterios de Holmes, je, je... ¿estaba enamorado de Irene Adler?
ResponderEliminarHas elegido un momento adecuado en el libreto y lo has interpretado con ese estilo tan personal del que haces gala.
Enhorabuena, un estupendo relato. Nos vemos por aquí compañero
Siempre, desde mis tempranas lecturas de los tebeos de Superlópez, sentí curiosidad por saber qué harían los personajes cuando el lector dejaba la narración a medias. De hecho, mientras daba forma a este relato, dejé al detective Harry Hole (atención, spoiler), creación del noruego Jo Nesbø, atado al fondo de una piscina y respirando a través de un tubo de aluminio, y lo primero que pensé es que, como mínimo, me llamaría cabronazo, je, je, je.
ResponderEliminarHolmes, junto con Julio Verne, ha acompañado mis inicios como lector. Seguro que la genial serie de animación que disfrutamos en los ochenta fue la responsable de mi fascinación por el personaje, devorando desde entonces los casos ideados por Conan Doyle. Con este relato, he pretendido rendir un doble homenaje: al genial detective en particular y a la literatura en general.
Un saludo, amigo Isidoro.
Excelente homenaje a una obra que trasciende los tiempos sin opacarse. El amor y la razón, en un choque que descoloca a nuestro razonador amigo. Un abrazo.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado mi homenaje al mejor detective de todos los tiempos, Mirna. Como bien dices, el amor descoloca a Holmes, incapaz de comprender el mal que lo agobia si no fuera por ese contrapunto humano y pasional que es Watson.
EliminarUn fuerte abrazo.
Un gran homenaje a esta inmortal obra de Arthur Conan Doyle, que según tengo entendido se basó en el modelo de Quijote y Sancho que tantos novelistas han utilizado. Doyle creó a este segundo personaje: Watson, como un médico (él lo era también) leal pero intelectualmente torpe que acompaña a Sherlock y escribe sus aventuras.
ResponderEliminarPor lo visto se considera a Auguste Dupine, creado por Edgar Allan Poe, como un personaje predecesor muy similar, aunque no alcanzó nunca tanta popularidad como Sherlock Holmes.
El estilo en que has narrado tu relato, Bruno, tambien me gusta al adaptarlo a tu propia imaginación.
Cordial saludo
Muchas gracias por dejar tu comentario, y es curioso que nombres a Don Quijote de la Mancha pues estoy leyéndolo en estos momentos; ya voy por la segunda parte, yendo a capítulo por día.
EliminarTambién tengo entendido que Dupine es el personaje en que se basó Conan Doyle para el sabueso de Baker Street, y de hecho recuerdo una conversación entre Sherlock y Watson sobre el personaje, en el que Sherlock comentaba sus faltas para escándalo del doctor. No me acuerdo en qué relato ocurre esto.
Muchas gracias de nuevo. Un abrazo fuerte.
Discúlpame Bruno, pero te he comentado antes con mi otro perfil de Consciencia y Vida/Magazine. Espero que no te haya molestado mi despiste.
ResponderEliminarCordial saludo
No hay nada que perdonar, Estrella. Un saludo.
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