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viernes, 30 de octubre de 2015

Un cuento para Pablo: «La leyenda del cerezo y la nube»

Tres lágrimas de lluvia cayeron sobre un pequeño cerezo del valle del Jerte. «¿Qué te ocurre?», preguntó el arbolito a la desdichada nube. «Mis hermanas se meten conmigo –le contestó el nubarrón tras sonarse ruidosamente las narices con un retal de vapor de agua–. Ellas son grandes, blancas y esponjosas, mientras que yo soy densa y oscura. Así que estoy triste y tengo ganas de llorar». «No lo hagas –le dijo el cerezo–. Si debe haber alguien triste en este valle ése tendría que ser yo. Soy tan pequeñito que cuando llueve el agua llega primero a las ramas de mis hermanos mayores. Y si hace buen tiempo tampoco es mejor; siempre estoy a la sombra de ellos. ¡Así nunca podré crecer!», se quejó con una pátina de resina empañándole los ojos. Emocionada la nube con el árbol, entristecido el árbol por la desgracia de la nube, los dos desdichados se fundieron en un fuerte abrazo y el nubarrón lloró sobre el hombro rugoso de su nuevo amigo una tormenta de lágrimas. El amanecer los sorprendió aún abrazados y el sol, enternecido por la penuria de los nuevos amigos, los cubrió con sus primeros rayos, dándoles calor.
Hacia el mediodía de aquel primero de marzo, entre tirabuzones de niebla plateada, el pequeño cerezo lucía contento una copa de flores blancas como nunca antes habían visto las gentes del lugar, adelantando su floración varias semanas a la del resto de sus hermanos. Desde entonces se cuenta en el valle la leyenda del cerezo y la nube, afirmando los que lo vivieron, y no hay razón para dudar de ellos, que cuando la lluvia cubre con su manto el valle del Jerte, las gotas de agua repiquetean con júbilo sobre el tronco del cerezo, celebrando el reencuentro de los dos viejos amigos.
Así me lo contaron y así lo cuento yo.


B.A., 2.015
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jueves, 8 de octubre de 2015

Sherlock in love


«Y cuando habla de Irene Adler o menciona su fotografía, es siempre con el honroso título de la mujer»

Escándalo en Bohemia,
Sir Arthur Conan Doyle

[...] Así pues, hice de tripas corazón y saqué el cohete de humo de debajo de mi impermeable. Al fin y al cabo, pensé, no vamos a hacerle ningún daño. Sólo vamos a impedirle que haga daño a otro.
Holmes se había sentado en el diván, y le vi moverse como si le faltara el aire. Una doncella se apresuró a abrir la ventana. En aquel preciso instante le vi levantar la mano y, obedeciendo su señal, arrojé el cohete dentro de la habitación mientras gritaba… ¡¡Otra vez no!! ¡Es desesperante! [...]