Deciden
cruzar la línea de defensa por su cuadrante sur, la zona menos hostigada hasta
el momento. Sienten cómo el desprecio de los soldados destacados perfora los
laterales de todoterreno como balas de un francotirador; para ellos no son más
que otras dos ratas que abandonan el Titanic mientras la orquesta interpreta
los primeros acordes de Nearer, My God,
to Thee, a la única luz de un cielo estrellado que contempla con apatía la
tragedia humana.
El oficial al mando es un cincuentón de mentón afeitado a diario que les da el alto sin mucho entusiasmo. «Nos vamos», se limita a decir Carlos. «No podréis volver», ante lo que el joven se encoge de hombros. El oficial mira a Julia y le dice que le recuerda a su hija, las pupilas desenfocadas durante un segundo, y ante la sorpresa de todos desenfunda con una floritura su arma reglamentaria, para entregársela al joven con la culata por delante. «Cuida de ella –“como yo no supe hacer”, parece que quiere añadir–. Dispara a la cabeza», y se señala con el índice en medio de la frente. Después se desentiende de ellos y ordena la apertura de la barricada.
El oficial al mando es un cincuentón de mentón afeitado a diario que les da el alto sin mucho entusiasmo. «Nos vamos», se limita a decir Carlos. «No podréis volver», ante lo que el joven se encoge de hombros. El oficial mira a Julia y le dice que le recuerda a su hija, las pupilas desenfocadas durante un segundo, y ante la sorpresa de todos desenfunda con una floritura su arma reglamentaria, para entregársela al joven con la culata por delante. «Cuida de ella –“como yo no supe hacer”, parece que quiere añadir–. Dispara a la cabeza», y se señala con el índice en medio de la frente. Después se desentiende de ellos y ordena la apertura de la barricada.
Dicen que el frío extremo dificulta su
avance, por eso vamos lo más al norte y a la mayor altitud que podamos. Carlos
conduce como siempre lo ha hecho, señalando las maniobras, respetuoso de todas
las señales que se encuentra a su paso,… sobrepasando apenas el límite de
velocidad aunque nadie circule por esas carreteras desde hace casi un mes. Y yo
me río de él, desgarrando el pesado silencio que como un telón empolvado ha
caído entre nosotros tras la muerte de nuestra duquesa. Y son precisamente esos
intermitentes que no avisan a nadie, esos semáforos obstinados en regular un
tráfico inexistente hasta que el flujo de energía falle y se vean relegados a
meras reliquias del mundo que creímos indestructible en nuestra inmensa
soberbia, los que me hacen ver todo lo que hemos perdido en tan poco tiempo,
empujados a seguir adelante con el único fin de sobrevivir, pues no creo que
haya salvación para la humanidad.
No tengo el
optimismo de los héroes de papel que se besan con pasión mientras los cascotes
del mundo caen a su alrededor y piensan que mañana será otro día. «No hay destino
–decía Sarah Connor–. Sólo existe el que nosotros hacemos…». No me lo creo. Escapamos una vez de un
futuro incierto gracias a la protección de mi querida duquesa, y de nuevo nos
vemos lanzados a la incertidumbre. No sólo existe un destino, sino que éste es
un dios caprichoso que juega con nosotros como lo haría un niño con un grillo;
nos arranca las alas y nos echa en una caja de zapatos agujereada donde nos
dará de comer si se acuerda. Sólo sigo adelante porque Carlos me necesita;
porque la duquesa así lo deseaba. Y de ahí saco las fuerzas para enfrentarme a
las criaturas con las que al fin nos topamos, tambaleante línea gris que
bloquea el horizonte. Dispara a la cabeza, Carlos. Dispara a la cabeza…
B.A., 2014
He de decir que me ha gustado más la primera parte, pero aún así, me parece una muy digna continuación que, como tú muy bien dices, deja un final abierto acorde con la historia. En esta parte se añade más información sobe el mundo post holocausto que nos presentas y, aunque resulta un tema difícil, pues la excesiva literatura sobre ello hace que sea complicado ser original, creo que te has adentrado en él con valentía y saber hacer. Sinceramente, creo que podría continuar y dar lugar a muy buenos momentos de lectura, compañero (si no lo ha hecho ya, claro) Yo te animo a darles otra oportunidad a Carlos y Julia. En tus manos está
ResponderEliminarUn abrazo amigo
Me gusta que seas crítico con mis relatos, compañero, pues me ayuda a esforzarme más para el próximo.
EliminarYo también le tengo más aprecio a la vida y muerte de la vieja duquesa, pero creí necesario algún tipo de explicación y por eso me decidí a este... epílogo, por llamarlo de alguna forma.
Carlos y Julia siguen en la carretera y, teniendo en cuenta los relatos de apocalipsis zombie que surgen en mi cabeza, no descarto su reaparición.
Un saludo.