–Ciérrate. ¡Ciérrate,
por favor! ¡¡Mierda!! Por favor. ¡Por favor! Mierda. ¡¡¡Ciérrate…!!!
Morgan
mantiene el botón de cierre pulsado, el dedo amoratado por la presión. Las
puertas del ascensor al fin se deslizan con un rodar mecánico, lento, desesperante,
levantando una barrera protectora contra la horda de muertos que hacia él se
dirige con su andar renqueante. Un ascensor difiere poco de una ratonera, lo
sabe, pero las escaleras están ya bloqueadas y todos los pisos de la planta se
hallan cerrados con llave. Cuando el ascensor inicia el descenso se gira hacia
el espejo, aliviado, y entonces la ve.
Aunque
ensangrentada y cubierta de desgarros la reconoce sin dudar. ¡Cómo no hacerlo
si hasta lleva colgada la mochila de Hello Kitty que le regalara por su último cumpleaños!
Lucía, la hija de su vecina Mila, se halla desmadejada sobre el suelo, mísero
recuerdo de lo que fue; espantosa promesa de lo que será. Sabe lo que tiene que
hacer con el martillo empuñado en la diestra pero le fallan las fuerzas. En su
lugar eleva una oración tiempo atrás olvidada para que las puertas se abran
antes de que Lucía sucumba a la transformación.
Contra
todo pronóstico sus ruegos son atendidos. Con un pin las puertas se abren en el
preciso instante en que el cuerpecito empieza a convulsionar entre gemidos
antinaturales y Morgan se zambulle en el hall inundado de infectados, dichoso porque
serán otras las cabezas que deba destrozar para seguir con vida un segundo más.
B.A.: 2022