El profesor Jaime
Moreno era un hombre peligroso, aunque no de la forma en que nos tiene
acostumbrados el cine. No sabía absolutamente nada de armas ni jamás se había peleado,
pero esgrimía argumentos cargados de cordura, honestidad y espíritu crítico con
el acierto del mejor tirador olímpico, algo que a no pocos resultaba de lo más
molesto.
Su
país se hallaba sumido desde hacía tres largos años en una devastadora guerra civil.
El bueno del profesor, impulsado por el loable deseo de acabar con ella, daba
puntual testimonio de las atrocidades cometidas a ambos lados de las
barricadas, condenando con igual saña a Verdes y Colorados ante todo aquel que lo
quisiera escuchar. Sus argumentos convencían, sin duda, pero no a la velocidad exigida
por las dramáticas circunstancias. Y mientras tanto, miles de inocentes morían víctimas
del fuego cruzado.
En
el mismísimo corazón de la Unión Europea, ante el centenar de periodistas
desplazados para la ocasión, el profesor Moreno intentaba sacar de la neutralidad
a la política internacional cuando un fuerte estampido lo lanzó desmadejado al
suelo. No importaba el color de los billetes recibidos por el sicario, si verdes
o colorados, tal vez incluso estuvieran mezclados, lo cierto era que la vida le
abandonaba sin remedio a través de un agujero humeante abierto en la cabeza.
Lo
que sus verdugos no pudieron predecir fue que junto con la vida también escaparon
todas aquellas ideas que por falta de tiempo y medios el profesor tenía enquistadas
en su interior, sueños de libertad que alcanzaron a cuanto periodista había
sido testigo del cruento atentado. Lo último que Jaime vio antes de expirar fueron
sus bolígrafos rasgando folios a toda velocidad, los mensajes que colgaban con
urgencia en las redes sociales, sus llamadas a través de los móviles,… Y
entonces sonrió.
B.A.: 2019