Fotografía de Javier A. Bedrina
Nota: «El laberinto de
Blackwood» fue mi propuesta para el I
Concurso de Relatos «Luna Literaria»
convocado por la
Revista Lúdico-Cultural MoonMagazine. La extensión máxima de
la obra debía ser de 8 folios formato A4, mínima de 6, y estar escrita en Time
New Roman de tamaño 12 y doble espacio, por lo que os vais a encontrar con un
relato más largo de lo que os tengo acostumbrados.
El tema del concurso era libre,
pero debía inspirarse en una fotografía del fotógrafo Javier A. Bedrina que los
organizadores distribuían al azar entre los participantes. Además de aspirar a
un premio en metálico, los diez primeros relatos clasificados formarían parte
del libro «Luna Literaria 2016».
De los 257 relatos presentados, «El laberinto de Blackwood» quedó en el puesto número 12, el 2º
de la reserva, por lo que estoy más que satisfecho.
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Las
luces policiales dibujaban espectros azules en el lienzo imperfecto de las
fachadas, faros enloquecidos que guiaban en la noche londinense hasta el lugar
de la tragedia.
–Have the prisoners declared something about
the death of Mr. Grand, agent?
–They just say it was a Joke.
–A Joke?
–That´s it, inspector. They repeat again and
again «It´s a Joke. It´s only a Joke» (*)
(*) –¿Han declarado algo los detenidos sobre la muerte
de Mr. Grand, agente?
–Sólo dicen que fue una broma.
–¿Una broma?
–Eso es, inspector. Repiten una y otra vez: «Es una
broma. Sólo es una broma».
* * *
Ocho horas antes
Londres
despertó amenazado de lluvia. Un manto de nubes gris plomo cubría el cielo
aquella mañana de noviembre, pero eso no impidió que Benjamín, London Pass en
mano, visitará los rincones más emblemáticos de la ciudad. El Puente de la Torre , Buckingham Palace, la
abadía de Westmister,... incluso la famosa cabina telefónica de Great George
Street con el Big Ben como telón de fondo había sucumbido al objetivo de su
iPhone, testimonios todos ellos de su paso por la capital inglesa que al
instante subía a Instagram.
Su nivel de inglés era poco menos que bajo. El noventa
por ciento del vocabulario que manejaba lo formaban frases de la infancia que
por pura obstinación se negaban a desaparecer –estaba aquella de «Open the door, close the window», o
aquella otra que decía «I’m Muzzy, big
Muzzy» y que sólo servía para hacer sonreír a su esposa Fina–, pero no
había lugar al que Benjamín no llegara gracias al lenguaje universal de los
gestos.
Admiraba Piccadilly Circus con el iPhone en modo
cámara en la mano cuando un desconocido, del que sólo recordaría después la
flor roja que llevaba en la solapa y su aliento mentolado, se le acercó de
improviso –«Señor Aceña. Esto es para
usted»–, fantasma que se evaporó en el bullicio como un personaje
victoriano. No fue consciente de la pequeña bolsa publicitaria de los almacenes
Harrods que el extraño había colgado de su mano hasta que el tono de llamada de
un viejo Nokia sonó desde su interior.
–Señor Aceña –por su acento, el que hablaba era inglés
aunque manejaba un español de lo más correcto–. Tiene veinte minutos para
llegar a Baker Street. 221B.
–¿Me toma el pelo? ¿Con quién hablo? –¿Baker Street?
¿De qué le sonaba? La situación era tan fantástica que le patinaban los
recuerdos.
–Puede llamarme… Blackwood. Sí, eso, Mr. Blackwood. Y
ya sólo le quedan diecinueve minutos, señor Aceña. Su mujer y su hija se lo
agradecerán.
–¿¡Qué está diciendo, maldito cabrón!? –había dejado a
Fina e Isabel en el hotel, entusiasmadas porque iban a ver el musical Mamma Mia!–. ¡Si les toca un pelo…!
–Cálmese, señor Aceña.
–¡Y una mierda! Quiero… ¡Exijo hablar con mi esposa!
–Hágalo. Pero cálmese, por favor.
Fina consiguió tranquilizar a Benjamín. Se encontraban
bien, aunque la pequeña Isabel estaba aterrorizada, y no hacía más que
preguntar una y otra vez por su papá.
–Por favor, cariño –se despidió Fina entre sollozos–,
haz lo que te pida esta gente.
–Ya ha perdido demasiado tiempo, señor Aceña. Le
sugiero que coja la línea de metro Bakerloo en la estación de Piccadilly
Circus… Y nada de llamar a la policía.
Benjamín gritó a la línea muerta, sin resultado, así
que echó a correr hasta la estación de metro indicada para coger el convoy que
lo llevaría a Baker Street.
Durante el viaje bajo los cimientos del viejo Londres,
Benjamín se hacía una y otra vez la misma pregunta: ¿Por qué? Eran unos don
nadie de turismo por Londres. Él era profesor de secundaria y Fina programaba
videojuegos para Arcadia Soft. ¿Se
trataría de un caso de espionaje industrial? ¿Quería acceder el secuestrador a Zomblince IV, el videojuego que la empresa
lanzaría las próximas Navidades? ¡Qué más daba! Lo importante era recuperar
cuanto antes a lo que más quería en este mundo.
La estatua de Sherlock Holmes le dio la bienvenida
cuando de nuevo estuvo en la superficie, y entonces recordó que el 221B de Baker
Street, convertido ahora en museo, era donde había vivido el detective
imaginado por Conan Doyle. Hacia allí se dirigió a todo correr, y llegó a la
puerta de tonos oscuros poco antes del plazo concedido.
–No te entiendo, Cari –escuchó Benjamín a una joven
española que salía del museo en ese momento–. Sherlock Holmes nunca existió,
así que esta ruta es una farsa.
–Pues bien poco te importó que no existiera Harry
Potter –respondió su novio algo molesto–; tus fotos junto al andén 9 ¾ tienen
ya varias decenas de likes.
Benjamín dejó de atender a la discusión de la pareja
cuando un individuo, con una flor roja en la solapa, llenó su visión y su
entendimiento, y hacia él se fue con las manos por delante. «¿Dónde están, cabrón?¡¿DÓNDE?!», le
gritó a la cara, y allí mismo habría machacado al tipo si una nueva llamada al
móvil no hubiera desviado su atención durante un precioso segundo, distracción
que el atacado aprovechó para escapar. «¡Mierda!»,
fue lo único que pudo lanzar a la figura en huída, y descolgó el móvil ante la
sorpresa de todos los que habían asistido al altercado.
–Deje en paz a los ciudadanos, señor Aceña; está
llamando la atención.
–Pero llevaba una flor roja… –mientras hablaba,
Benjamín miró en derredor a la búsqueda de Blackwood; si había visto el incidente,
tendría que estar cerca.
–Es de buena educación conocer la cultura del país que
se visita, señor Aceña. La flor es una amapola, todo un símbolo nacional con el
que recordamos a los soldados caídos durante la Primera Guerra
Mundial.
»Y después de esta lección de historia, vayamos a lo
que nos ocupa. Tras la maceta que adorna el 221B encontrará una bolsa. Cójala,
por favor.
–¡Blackwood! Suéltelas o le juro que…
–¡¡Coja la maldita bolsa...!! Por favor.
Ignorando a los transeúntes que lo rodeaban, Benjamín
cogió la bolsa escondida tras la maceta indicada, también de Harrods, que
resultó bastante más pesada que la anterior. Tuvo que ahogar un grito al
reconocer lo que su mano tanteaba a ciegas y buscó con desesperación el lugar
más resguardado de todo Baker Street para continuar la conversación alejado de
oídos extraños.
–¿Una pistola?
–Un revólver, señor Aceña. Y ahora, hablemos de
negocios.
»Piense en su esposa. Y en la pequeña Isabel.
–Haré lo que me pidan –dijo con un hilo de voz–. Pero
no les hagan daño.
–¡Por Dios, no! Aunque eso sólo depende de usted. Vaya
al número 2 de Devonshire Place. Allí le daremos la siguiente instrucción.
Tiene un cuarto de hora.
Camino de Devonshire Place, Benjamín cambió varias
veces de acera ante la posibilidad de cruzarse con un bobby, el aire culpable y la bolsa de Harrods pesándole una
tonelada. Las calles que esa mañana le resultaron luminosas a pesar del nublado
ahora lo asfixiaban, como si fuera un ratón de laboratorio obligado a recorrer
el laberinto del que sólo su invisible creador conocía la meta.
Ante el número 2, bajo una placa que Benjamín no llegó
a leer, el joven se encontró de nuevo con la pareja española. Tan sorprendido
estaba por la casualidad que no se dio cuenta de que el tipo de la amapola se
hallaba tras él. «No se vuelva; no me
hable», le dijo con su aliento mentolado, a lo que Benjamín obedeció. Notó
cómo el individuo trasteaba en la bolsa, y tras unos clics metálicos, sonó de nuevo el tono de llamada del Nokia; el
señor Amapola ya no se encontraba tras él.
–Bien, señor Aceña. El revólver está ahora cargado y
listo para usar.
–¿Usar contra qué?
–Contra quién, sería la pregunta correcta, señor
Aceña.
»Va a matar a Sir Peter Archibald Grand, nuestro
Primer Ministro.
–¿Están locos?
–Es un traidor a la nación, y usted quiere recuperar a
su familia. ¿Verdad?
–...
–Necesito una respuesta, señor Aceña.
–Sí… Lo haré.
–Bien. Es un trato entre caballeros. El Primer
Ministro se encuentra presidiendo un acto en el número 2 de Upper Wimpole
Street, y después almorzará en el Criterion
Restaurant, en el 224 de Piccadilly. Vaya hacia allá y tome una buena
posición.
Y hacia Picadilly se dirigió de nuevo Benjamín,
derrotado y lleno de dudas. ¿Sería capaz de hacerlo?... ¡¿Sería capaz de NO
hacerlo?! Era la única forma de liberar a su familia, y no podía pedir ayuda a
la policía. ¿Qué opción le quedaba?
Ante el Criterion
estuvo apostado Benjamín durante más de dos horas pero el Primer Ministro no
apareció. En su lugar volvió a toparse con la pareja de españoles, que lo
reconocieron extrañados de los pasados encuentros.
–El almuerzo se ha cancelado. Diríjase al Royal Haymarket Theatre. Rápido.
Pero allí tampoco pudo consumar el magnicidio. Ni en
la estrecha calleja Craig’s Court, como tampoco en Whitehall Place, último
destino proporcionado por la voz. Quienes sí aparecieron fueron los españoles,
y como no vio en los alrededores al señor Amapola, los abordó no sin alertar al
joven, que le espetó un agresivo: «¿Qué
quiere?».
–Me tomarán por un loco…
–No le quepa duda –contestó hosco el joven.
–... pero estoy metido en un problema y creo que
pueden ayudarme.
–Siga su camino, amigo. No queremos líos...
–Cari –intercedió su novia–. Es un compatriota; al
menos podemos escucharle.
Visiblemente aliviado, Benjamín les preguntó la razón
por la que habían coincidido hasta en cuatro ocasiones desde Baker Street.
–Mi novio se ha empeñado en hacer la estúpida ruta de
Sherlock Holmes.
–¿La ruta de Sherlock Holmes?
–Elemental, querido Watson –y la joven rió su propio
chiste–. Tenga mi folleto.
Y sin despedirse de la pareja –«Capullo desagradecido», le dirigió el joven a la espalda–, Benjamín
se sumergió en el tríptico impreso por Viajes Fiumicino & Sierra, en cuya
portada podía leerse «Ruta de Sherlock
Holmes». En él se indicaban todos aquellos lugares que tenían relación con
el sabueso de Baker Street y su creador: el museo en el 221B de Baker Street;
la consulta que Conan Doyle tenía en el número 2 de Devonshire Place; el Criterion Restaurant, donde se
conocerían Sherlock y Watson,... En el lugar en el que se encontraba Benjamín
estuvieron localizadas las primeras oficinas de Scotland Yard, y así seguía la
ruta hasta el Puente de la Torre ,
donde el Holmes de Robert Downey jr. derrotaba a un tal Lord Blackwood.
¡BLACKWOOD! Sintiéndose de lo más estúpido, Benjamín comprobó desde su teléfono
móvil que el Primer Ministro no se encontraba en el país pues participaba en
Francia en los actos conmemorativos del final de la Primera Guerra
Mundial.
El Nokia volvió a sonar. «Vaya al número 10 de Northumberland Street», fue lo único que dijo
la voz antes de colgar y, tras consultar el tríptico, Benjamín sonrió de manera
peligrosa, no sólo porque el sitio al que debía dirigirse era el Sherlock
Holmes Pub, lo que confirmaba que realmente estaba siguiendo el circuito, sino
porque el llamado Blackwood había tenido que subir el tono de voz para hacerse
oír por encima de un estruendo metálico que Benjamín conocía de aquella misma
mañana; el sonido que hacía el Puente de la Torre al abrir el paso del río Támesis. Allí se
encontraba el final del laberinto; ése era el lugar donde lo esperaba Mr.
Blackwood y sus cómplices.
* * *
–Lléveme
con mi familia, maldito cabrón.
Benjamín había
dado en el clavo; tenía al señor Amapola frente a él, a no más de diez metros.
Se movió entre la masa de turistas hasta rodearlo, y sólo cuando sintió su aura
mentolada sacó el revólver del bolsillo. «Lléveme
con mi familia, maldito cabrón», le dijo tras encajarle discretamente el
cañón entre los riñones, a lo que el otro accedió para nada asustado, sino más
bien gratamente sorprendido como un niño la mañana de Reyes.
El local donde tenían secuestradas a Fina e Isabel se
hallaba cerca del puente. Estaban físicamente bien, aunque sus caras mostraban
las horas de terror sufridas, y sobre una mesa Benjamín encontró el tríptico
con la ruta de Sherlock Holmes.
–¿Dónde se encuentra Mr. Blackwood?
–No hay nadie más. Yo soy Blackwood.
–¡Miente!
–Juro que le digo la verdad, señor Aceña –tras lo que
el joven, un muchacho inglés de buena presencia y no más de veinticinco años,
les explicó que todo había sido una broma orquestada únicamente por él, Henry
Archibald Grand, primogénito del Primer Ministro–. Estaba aburrido y no se me
ocurrió mejor manera de divertirme.
A Benjamín se le desencajó la cara, pero no tanto como
a su esposa Fina, que sólo veía el miedo sufrido por su pequeña Isabel.
–¿Y el secuestro? ¿Y el asesinato de… su padre?
–Mi padre es un auténtico capullo, pero tampoco es
para matarlo.
»Y ahora coged estas dos mil libras por las molestias
causadas y largaos.
–¡¡DOS MIL LIBRAS!! –a Benjamín la indignación le
teñía de rojo la cara.
–¿Cuatro mil, tal vez? Me sobra el dinero, así que
poned la cifra.
–¿Sabe acaso lo que nos has hecho pasar, maldito
cabrón?
–Sólo estaba aburrido. Y ahora me estáis estropeado la
diversión.
»Los españoles no sabéis apreciar una buena broma.
–¡Una broma! ¡¡UNA BROMA!!
El revólver le temblaba en la mano. A duras penas se
contenía para no apretar el gatillo, pero fue la mano de Fina, templada y fría,
la que descerrajó tres disparos en el cuerpo del joven tras arrebatarle el arma
a su esposo.
–Yo sí sé apreciar una buena broma. Y también
hacerlas.
* * *
–A Joke?
–That´s it, inspector. They repeat again and
again «It´s a Joke. It´s only a Joke»
B.A.: 2.016
Buen relato de intriga, digno de una novela de Sherlock Holmes. Un abrazo
ResponderEliminarGracias María por tus palabras. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.
¡Excepcional, mi querido Bruno, jajaja! ¡Qué buena historia! Y ¡Qué buenísimo manejo del lenguaje y de la tensión! ¡Aplausos!
ResponderEliminarGracias Beba por dedicarme unas palabras. Me alegro un montón que te haya gustado tanto.
EliminarUn abrazo.
Amigo Bruno, ciertamente, me has sorprendido. Pero nada más que por la longitud del relato, que no por la calidad narrativa, marca de la casa.
ResponderEliminarLo he disfrutado, de verdad, me ha encantado. Teniendo en cuenta que escribes sobre algo que te gusta, no podía ser más que un magnífico thriller con ese toque de humor que tan bien sabes colocar tú, compañero. Ha sido un grato paseo por el Londres actual, pero respirando también el Londres victoriano, y no sólo por la propia ruta que nos has marcado (ja, ja, ahí te he visto, que ya vas haciendo publicidad con esa agencia de viajes tan peculiar)
Planteamiento original y llevado a cabo de forma impecable, diálogos chispeantes y naturales, secundarios de premio, como la pareja de españoles, ja, ja; detallada y magnífica ambientación (aventuro que no solo te has documentado en google, sino que conoces la ciudad), tus clásicas referencias al universo Arecibo (¿con que, Zomblince IV?) y, por supuesto, un humor inglés que no deja de ser muy español (a nosotros también nos hacen gracia las bromas pesadas, je, je) Me ha encantado la referencia al inglés de Benjamín (Yo también repito esas mismas frases cuando me preguntan si sé hablar inglés, sobre todo esa de "I'm Muzzy…", esa se nos quedó grabada)
El único pero que te pongo es que… me parece fatal que al menos no hayas entrado dentro de los diez clasificados (ya no te digo el premio porque dirás que sí, claro, que yo lo veo con buenos ojos) ¿Y dónde tenía los ojos el jurado?
Mi sincera felicitación y un fuerte abrazo, Bruno
¡Qué bien me conoces, amigo Isidoro! No puedo pasar la ocasión de publicitar mis anteriores relatos, y siempre intento meter algún guiño que sólo los fieles seguidores como tú pueden detectar. Easter egg ¿no es así como lo llaman ahora? Zomblice, Fiumicino & Sierra,... Sólo faltaba que nuestro protagonista se hubiera cruzado con Diego Leal, o que Adolfo Milton, el siniestro banquero, hubiera sido Mr. Blackwood, je, je, je.
ResponderEliminarConozco Londres, no todo lo bien que me gustaría, y éste relato es, ante todo, un homenaje a una ciudad que me fascinó, y a las criaturas que ha parido: Sherlock Holmes, con el que empecé a leer, James Bond, que inspiró al ya nombrado Diego Leal, y el reciente Harry Potter, al que, a pesar de contar con más de cuarenta tacos, leo como si fuera un niño.
Y, hablando de la edad, veo que tú también caes en frases de nuestra infancia como ese I'm Muzzy. Seguro que de vez en cuando sueltas un efectiviwonder, ja, ja, ja.
Gracias por tu apoyo, amigo. Un abrazo.
Estupendo relato lleno de estampas pintorescas de un londres valorado más que otra cosa por los personajes ficticios que deambularon por sus calles de la mano de sus autores. Solo faltó una referencia a "Jack"
ResponderEliminarDesde luego el humor inglés no lo entendí nunca, y menos con pistolas por medio.
Yo te hubiera puesto en otra posición más cercana a los diez primeros al menos.
Un abrazo tipo Muzzy.
Seguro que si buscamos entre la niebla londinense tras nuestro protagonista, veremos a Jack.
EliminarGracias por tus palabras, Francisco. Otro abrazo Muzzy para ti.
Qué bien manejada está la intriga en este relato, dando al lector las dosis justas de información para ir siguiendo la trama y preguntarse por lo que va a suceder más adelante. El periplo por la ciudad de Londres siguiendo la ruta de Sherlock Holmes le da aún más misterio y nos acerca a la urbe y sus secretos. No caí hasta final en el guiño que se hace al principio, cuando el inspector pregunta por la muerte de Mr. Grant, y más adelante el señor Aceña se ve en la obligación de matar precisamente al presidente Grant. Todo indica que ha sido el presidente el asesinado, pero no, se trata de su hijo, muy bien jugado ese enlace principio fin tanto con el nombre de Grant como con la pista que se nos da en la conversación entre los agentes, It´s a Joke.
ResponderEliminarTambién llegué a apreciar las referencias a otras de tus obras (en especial Zomblince, como no recordarla) pero no hasta el punto de Isidoro que es un gran observador.
Muy buen nivel debía de haber en el concurso para que no entrases en esos diez primeros, aunque poco le ha faltado. Un abrazo Bruno.
Me alegro de que te haya intrigado tanto mi modesto relato, Jorge. El esquema general de la trama lo tenía pensado mucho antes del concurso, pero cuando me enviaron la fotografía del Puente de la Torre, supe que encajaría a la perfección en la ciudad de Londres. La ruta de Sherlock Holmes fue algo que desarrollé una vez comenzado el proyecto.
ResponderEliminarEs todo un orgullo el que Zomblince te haya llegado tan hondo. ¿Y que decirte del bueno de Isidoro? Me tiene bien calado y coge al vuelo las referencias que hago a mis otro trabajos. No hay forma de despistarlo, je, je, je.
Gracias por tus amables palabras respecto al concurso. El libro está en fase de corrección y aún no he podido leer los relatos que lo forman.
Un abrazo, compañero.
¡Enhorabuena, Bruno! Todo reconocimiento es bienvenido, me alegro un montón. La historia es trepidante. Destaco, aparte de los diálogos como te ha comentado Isidoro, el frenético y acertado ritmo. Acorde con la narración. También hay que destacar cómo introduces la ambientación de Londres, en ocasiones solemos introducir los lugares de manera forzada, no es el caso, están muy bien integrados con la historia.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Gracias David. He intentado que Londres y la sombra del sabueso de Baker Street, sean coprotagonistas de esta historia.
EliminarMe alegra que mis diálogos siguan gustando; les doy muchas vueltas para que queden perfectos.
Un abrazo fuerte, amigo.
Me ha encantado Bruno, es un relato redondo y me ha intrigado hasta el final. Todo está milimétricamente encuadrado, los personajes, las localizaciones, y sobre todo el increíble final. Mi mas sincera enhorabuena, ha sido una lectura cojonuda. Un abrazo! ; )
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu felicitación, Ramón. Con comentarios como los tuyos dan ganas de seguir al pie del cañón.
EliminarUn abrazo enorme, amigo.
Te felicito por tu manera de transmitir este relato.
ResponderEliminarBesos.
Gracias María por pasarte por mi pequeño rincón y dejar tu comentario.
EliminarUn abrazo.