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miércoles, 9 de diciembre de 2015

Siempre llueve en Torreblanca. Vuelve Diego Leal

Amigo lector, el pequeño municipio gaditano de Torreblanca
así como la República de Vinavistán son totalmente ficticios.
No pierda el tiempo buscándolos en el mapa (N. del A.)

Tres objetos velaban el cadáver del señor Bloggs. Con lágrimas en los ojos, la enfermera Isa Morgan rememoraba la historia del escaso legado que dejaba el viejo piloto de la RAF, confidencias compartidas con la exquisita educación británica de que siempre hizo gala el anciano durante las largas sesiones de terapia. Y así, la joven guardó en un sobre los gemelos de oro –¿desde cuándo le faltaba a uno de ellos la pieza de nácar?– que la empresa donde trabajó tras la guerra le regalara por su jubilación y el mechero Ronson que había pertenecido a su padre. Sólo quedaba sobre la mesilla una cartera de inconfundible aire masculino, regalo de «la chica más bonita de todo el condado de Essex», en palabras del anciano, único testigo de una historia de amor en tiempos de guerra que terminaría diluyéndose por vía natural. Ahora todos esos objetos que significaron algo en vida del piloto quedarían guardados a la espera de algún familiar que los reclamara, hecho harto improbable cuando nadie había visitado al anciano desde su ingreso. Sólo esa mañana, curiosamente, un viejo amigo hizo su aparición; un tipo apuesto, educado y, porqué no decirlo, con un aire peligroso a la manera de las antiguas películas de espías.

*        *        *

–Vaya, Diego. No te había reconocido.
Diego Leal lucía unas elegantes canas y pequeñas arrugas en torno a los ojos y la boca, la cicatriz que le cruzaba la mejilla derecha oculta tras una finísima capa de maquillaje, de forma que nadie podría reconocerlo en el atlético maduro que visitaba al anciano. «También soy zurdo –comentó alzando con la izquierda su vaso de café–. Y todo para verlo a usted… Joe Bloggs».
–De acuerdo. Reconozco que no es de lo más original –respondió el viejo con una despiadada sonrisa que desmentía al honorable caballero británico al que trataba el personal médico–. Lo bueno de esta clínica es que no investigará mientras cumpla con la mensualidad.
»Pero dejémonos de rodeos, Diego. ¿A qué has venido? Me muero; no tienes que ensuciarte las manos conmigo.
–Nos traicionaste… Joe, y el dejarlo pasar sería mala política de empresa. Además, necesito que me contestes a una pregunta.
–¿Quieres saber por qué asesiné al embajador de Vinavistán?
–Eso nos trae sin cuidado. Nos importa poco si fue por dinero o por rencor; no fueron pocas las veces que te enfrentaste a Chernov cuando era agente del KGB en la antigua Unión Soviética.
»Lo que quiero saber es cómo lo mataste.
–Verás Diego –contestó el anciano con regocijo–, hasta una apisonadora como tú puede matar con relativa sofisticación. Con Chernov, yo hice Arte.

*        *        *

Doce años antes…

«Siempre llueve en Torreblanca», decían las gentes del lugar. Por supuesto el dicho era una exageración de los vecinos del pequeño municipio gaditano de la Sierra de Grazalema, pues la región sufría una severa sequía estacional durante los meses de verano, pero cuando comenzaban las lluvias... Aquel día del año 93 llovía realmente con ganas, por lo que joven Iván maldecía y se santiguaba a partes iguales con cada nueva curva de la zigzagueante carretera de montaña.
Apenas dos horas antes, el conductor personal de Dmitri Valentínovich Chernov, embajador de la República de Vinavistán en España –y su tío paterno–, se hallaba agradablemente achispado en la clausura de una exposición sobre el cambio climático que durante dos meses había expuesto en la capital andaluza un trozo de casi dos toneladas del glaciar del Aneto. El colofón del evento, repleto de comida, bebida y, sobre todo, de sensuales mujeres de mirada perturbadora, fue la llegada del helicóptero Mi-26 que Vinavistán ponía a disposición de los organizadores para llevar el trozo de glaciar de vuelta al Pirineo aragonés, y fue entonces, aprovechando el aplauso cerrado con el que los asistentes celebraron el aterrizaje del aparato, cuando el embajador le confesó en un aparte a su sobrino «Ahora nos vamos a ver a Katya», y los vapores del alcohol se le esfumaron al muchacho como la niebla al mediodía.
Katya Barzova era una bella moscovita que había pasado de ejercer la prostitución de lujo en un apartamento de grandes ventanales con vistas a Hyde Park para la mafia rusa a propietaria del exclusivo club Dama Roja a las afueras de Torreblanca, a hora y media de camino desde Sevilla, la mitad por intrincadas carreteras de montaña. Y hacia allí se encaminaron en el Mercedes de la embajada, por terrenos oscuros como boca de lobo y con un aguacero arreciando por momentos.
–He de parar un momento, tío Dmitri.
–No hay problema, Iván –respondió el embajador absorto en los viejos recuerdos y bajas pasiones que esperaba rememorar con Katya–; la Dama Roja no va a moverse.
Mientras el joven se sumergía en el estudio del plano que con guiño cómplice le había dibujado el responsable de la gasolinera donde pidió información veintitantos kilómetros atrás, un profundo retumbar que no encajaba con el entorno hizo vibrar el interior del vehículo, sorprendiendo a sus ocupantes.
–Es curioso –comentó el embajador extrañado–. Suena como lo haría mi helicóptero.

*        *        *

–Así que robaste el Mi-26, pilotándolo en plena noche y bajo una tormenta del demonio hasta la Sierra de Grazalema –comentó Diego con evidente respeto–, para después atentar contra el embajador tirándole encima dos toneladas de hielo glacial…
–...que la misma tormenta se encargaría de disolver –concluyó el resumen el anciano, encantado. Diego recordó las fotografías que acompañaban el informe de la Guardia Civil sobre la muerte de Chernov y de su sobrino doce años atrás. En ellas se mostraban el lujoso Mercedes totalmente aplastado, como si le hubiera caído encima una avalancha, algo incomprensible cuando en la zona no se halló resto alguno de derrumbe. Y aún así, el grupo científico era contundente en su conclusión: el impacto se había producido en ese lugar.
–¿Cómo se te ocurrió un plan tan… brillantemente descabellado? –preguntó al fin el agente.
–Verás, Diego. Conocía lo suficiente a Dmitri como para saber que no desaprovecharía la ocasión de visitar a la Barzova, y recordé un comentario que me hizo en cierta ocasión refiriéndose a la Dama Roja: «Siempre llueve en Torreblanca». Una llamada a información meteorológica, y el helicóptero y el bloque de hielo ocuparon su lugar en el plan.
»Como te dije antes, aquel día hice Arte.
Tras la confesión, el hombre que se hacía llamar Joe Bloggs quedó en silencio, absorto en sus recuerdos, hasta que una inquebrantable resolución hizo brillar sus arrugados ojos. «¿Sabes una cosa? Me has recordado lo que es estar vivo. Llevo dos años muriéndome lentamente en esta clínica, inventándome historias como único pasatiempo con la patética esperanza de tirarme a la enfermera Morgan».
–Estoy preparado. ¿Qué tenías pensado?
Diego miró pensativo la vida que se rendía ante él y por toda respuesta señaló los objetos que descansaban sobre la mesilla. «Veo que conservas los gemelos que preparaba Intendencia para tus misiones tras el Telón de Acero».
–Muy apropiado, Diego… También tú harás hoy Arte.
»Tienes un par de minutos.
–Adiós, Joe Bloggs –dijo el agente desde la puerta.
–No Diego. Mi nombre es Walter, Evan Walter –y dicho esto, arrancó la falsa pieza de nácar de uno de los gemelos y se la metió en la boca.

B.A., 2.015

Nota de autor: Joe Bloggs es la forma inglesa de nuestro Juan Nadie o
del John Doe estadounidense.

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Serie Diego Leal


Siempre llueve en Torreblanca 




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11 comentarios:

  1. Te confieso que me estaba perdiendo un poco, incluso he pensado que había otro capítulo y me estaban faltando datos. De pronto todo me ha encajado: los objetos, la relación entre ambos, la forma de morir... Me ha gustado mucho. ;) Y eso de hacer Arte al matar jeje Y el paseito por Andalucía se agradece. Genial. ;)
    Un abrazo. =)

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    1. Gracias, Soledad. Entiendo que te hayas perdido un poco. Yo tenía la historia completa en la cabeza mientras que tú has tenido que desgranarla poco a poco, sin saber cuál iba a ser el resultado. Sólo espero que la incertidumbre y las dudas hayan valido la pena.
      Un saludo.

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  2. Muy bien compañero, has pensado en todos los detalles para crear una trama sugerente y espectacular, digna de nuestro gran Diego Leal, con los datos necesarios para retrotraernos a ese ambiente de la Guerra Fría aun estando en una época mucho más actual. Me ha gustado el dinamismo que le da al relato esa estructura que entrelaza el diálogo entre los dos protagonistas con el narrador omnipresente y, como te digo, todos esos detalles, marca de tu estilo, que demuestran un trabajo concienzudo y afán por dar verosimilitud a la historia.
    Desde el primer momento me estaba preguntando por esa forma artística de matar, y me has sorprendido, ciertamente. ¡Vaya idea la de arrojar un iceberg colgado de un helicóptero sobre el coche del ruso un día de lluvia! Hasta Diego Leal tendría que quitarse el sombrero. Mera curiosidad: ¿ocurrió algo similar a lo que cuentas en al año 93? (no sé, pero no creo que hayas puesto esa fecha al azar teniendo en cuenta tu meticulosidad)
    Por cierto, que este verano estuve en Sevilla y creo que un iceberg de varias toneladas podría haberse derretido en unos segundos a temperatura ambiente, je, jeee. Aunque bueno, el resto de la península no lo pasó mejor.
    Un fuerte abrazo amigo

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  3. Lo mejor de tus comentarios, amigo Isidoro, son la cantidad de dudas que expones; me dan la certeza de que no sólo has leído mi relato, sino que lo has exprimido al máximo.
    La elección del año, como bien has pensado, no es casual. Por un lado, está lo suficientemente cerca de la disolución de la URSS, de la que pertenecía mi imaginaria República de Vinavistán (en el 93 necesitaría darse a conocer al mundo occidental, y por eso tendíería su mano y ayuda al primero que lo necesitara); por otro lado, me inspiré en el Pabellón de Chile de la Expo'92 a la hora de imaginar el contenedor frigorífico que conservaba el trozo de glaciar (no sé si sabrás que expuso durante la Expo un iceberg antártico). Sería extraño una exposición sobre el cambio climático en el mismo año que la Expo'92, así que decidí situar la acción en el año siguiente. ¿Quén sabe? A lo mejor era el mismo contenedor frigorífico.
    Tampoco fue casual localizar el municipio de Torreblanca en la Sierra de Grazalema. Debes saber que es el punto de España donde más llueve, aunque parezca mentira, así que sería un sitio ideal para llevar a cabo un plan tan brillante, permitiéndome además justificar el dicho "Siempre llueve en Torreblanca", que me gusta como suena. El glaciar llegaría algo mermado por el viaje, pero el golpe sería igualmente brutal.
    Espero haber resuelto todas tus dudas. Un saludo, compañero.
    P.D.: En Nuestra Señora del Espigón aceptarán encantados a tu Quijote del siglo XXI. Pregunta por el director y di que vas de mi parte.

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    1. Muchas gracias por iluminarme. No sabía lo del iceberg en la expo, pero me imaginaba que nada en tu relato estaba sin motivo, je,je, y, como siempre digo, esta labor da un notable mérito a tus escritos, porque los convierten, no en un producto para entretener sin más, sino en una obra hecha con amor por lo que se hace, para los demás y para uno mismo. Eso es ARTE.
      Gracias por la referencia del Psiquiátrico. Intentaré convencer al chaval

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  4. Muy buen relato. Me encanta como has cuidado hasta los detalles más insignificantes para crear una historia tan original. Me has tenido en vilo desde el principio. Te felicito. Un saludo

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    1. Gracias. Paso mucho tiempo indagando en internet para darle a mis relatos ese puntillo de verosimilitud, y parece que lo consigo. Un saludo.

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  5. Me gusta como escribes.Te he leído y me voy que tengas un dia maravillosos

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    1. Muchas gracias. Tus palabras me animan a seguir escribiendo. Un saludo.

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  6. Pues ya he leído todo lo referente a Diego Leal (excepto ese spin-off del hijo de su casera, que he de verlo también). En esta ocasión me ha sorprendido gratamente que su presencia haya sido casi testimonial, ya que el peso del relato lo ha llevado el anciano ex-agente/asesino.

    La verdad es que Isidoro deja pocas preguntas por hacer para los demás jaja. Sí que recordaba lo de Grazalema y la lluvia por las clases de geografía del instituto, así que bien ubicado en ese aspecto el relato. Sin duda un iceberg es una forma escandalosamente fría de palmarla por hacer la gracia jaja. Ya en serio, este capítulo podría haber sido tranquilamente una escena de James Bond, donde el famoso agente secreto improvisaba sobre la marcha.

    Hasta que saques un nuevo relato de este personaje, aprovecharé para ir leyéndome otras cosas de tu blog. Sigue gustándome tu estilo, no te quepa duda compañero. ¡Un abrazo!

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    1. Gracias por tu fidelidad, amigo José Carlos, y el bueno de Diego Leal también te lo agradece enormemente. Como bien dices este relato podría ser un capítulo de James Bond y, como ya he dicho en alguna ocasión, él es mi mayor referente. Soy fan hasta la médula tanto del Bond literario como cinematográfico, y Diego Leal es mi sincero homenaje a su padre, Ian Fleming.
      Del spin-off del que hablas es de Sex Machine, no de Cara de Niño, y no es más que una pequeña aparición, pero me agradará saber tu opinión sobre ese relato, al que presento a otro de mis personajes recurrentes, el ilusionista von Morbius.
      Un abrazo fuerte, compañero.

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