Uno
Las luces se encendieron tras el desconcierto en forma
de alarma. Amaneció, y el lunes no era lunes, sino que era martes; así se lo
habían indicado los encargados de recepción la noche antes. Desde aquel
fatídico jueves de hacía ya tres años, el jueves pasó a ser viernes, el viernes
se transformó en sábado y así continuó hasta completar la semana, los meses y
los años transcurridos desde entonces, borrando con ello del recuerdo colectivo
de los supervivientes ese día dieciocho en el que la Marea Roja arrasó los
continentes de manera imprevista, sesgando vidas y almas, y obligándolos a
refugiarse en los túneles del metro.
Soñolientos tras un sueño inquieto, Inés,
Yago y Sam absorbieron la nueva realidad que los rodeaba, y los sentidos se les
embotaron con la visión de los cuerpos aglomerados, el aire enrarecido y la
certeza de que la muerte los cubría con su espesa capa roja, cazadora paciente
en busca de una brecha por la que entrar en el subterráneo. Durante tres años
habían vivido creyendo que ese mal de origen desconocido no perturbaría su
existencia en el complejo Mirador Balboa. Egoístas ante la desdicha humana que
tenía lugar a un tiro de piedra de su cómoda existencia, los habitantes del
complejo habían seguido con sus miserias, pagando hipotecas, borrachándose los
fines de semana que se disputaba algún partido «importante» y siéndoles
infieles a los suyos a la menor oportunidad. Comiendo hasta la gula;
reproduciéndose descontroladamente… Y ahora, los pocos que habían escapado con
vida tenían que suplicar por unos centímetros de cemento en los que acomodar
sus despojos.
Una chica se acercó al trío. Su piel era
del color del café con leche y gruesos tirabuzones de pelo negro enmarcaban
unos grandes ojos marrones. Iba aseada todo lo que el férreo régimen de las
instalaciones le permitía, y la escasez de alimentos se hacía evidente en los
pómulos hundidos y en lo marcado de sus costillas. Aún así, sonreía a los
nuevos con sinceridad, no como el resto de hacinados con los que habían tratado
hasta el momento, que ocultaban el desprecio hacia aquellos que durante años
los habían ignorado bajo una falsa amabilidad. Yago se adelantó a los otros,
atraído por la piel dorada de la chica, presentándole a su hermano Sam, a su
cuñada Inés y, con un suspiro, al que dentro de siete meses sería su sobrino.
–Sí, ya he sido informada de su
desafortunado estado –lo dijo con auténtico pesar, sin intensión de ofender, y,
si se pensaba fríamente, había que entender la lógica de aquellas personas; con
tantas bocas que alimentar y tan escasos recursos, un embarazo sería para ellos
del todo «desafortunado»–. Por supuesto nos haremos cargo de la situación, pero
tras el parto tendrás… –sus ojos se clavaron en los de Inés– tendrás que
someterte a una pequeña intervención. Reversible, por supuesto. Debemos
controlar nuestra natalidad.
Sam soltó un bufido que Yago se apresuró
a cubrir con un rápido «Entendemos»,
tras lo que, de la mano de Abrilia, nombre de la guía, conocieron el complejo,
sus rigurosas reglas y las que serían sus tareas a partir de entonces.
Y los días pasaron, y con ellos
disminuyeron sus ganas de vivir.
Entreacto
–La
Marea nos alcanzará a todos. Tarde o temprano.
–¿Cómo puedes estar tan seguro?
–He hecho cálculos; era matemático en el
Balboa.
–¿Y nos queda mucho?
–¿Qué edad tienes?
–Veintinueve.
–No llegarás a los treinta.
(Sus labios se posan en el
cálido cuello de la chica, como si quisieran beberse el café que tiñe su piel)
–Huyamos entonces. Solos tú y yo. Si
hemos de morir, quiero hacerlo en el exterior. Junto a ti.
–¿Y que ocurrirá con Sam? ¿Cómo voy a
abandonar a Inés en su estado?
–Ellos se tienen el uno al otro. Además,
me he dado cuenta del odio con el que te mira tu hermano. Y de cómo evita Inés
mirarte a los ojos cuando te habla. No te necesitan… No te quieren junto a
ellos cuando nazca ese niño.
–Abrilia, he de decirte una cosa… Es mi
hijo.
(Le cuenta una más de las
tragedias humanas que tan comunes eran tres años atrás. Una pelea en el
matrimonio, un acercamiento inoportuno y una consecuencia irreparable; una
responsabilidad ineludible)
–Entonces, estaré junto a ti cuando nazca
tu hijo.
Dos
Los muertos se contaban por centenares. La Marea Roja se extendió
con rapidez una vez dentro del subterráneo, inflamando los músculos de la
garganta de los infectados hasta causarles la muerte por asfixia. Ignorando al
caos, Yago, Sam y Abrilia velaban el parto de Inés, que dejó en las manos
ensangrentadas de la muchacha una pequeña criatura que le devolvía la mirada
con total tranquilidad. Cuando con un lienzo limpiaron al recién nacido,
descubrieron con horror que su piel era anormalmente rojiza. No era un monstruo
en el sentido exacto de la palabra, pero sí antinatural. Sam fue el que más
impresionado quedó con la visión, se llevó las manos al rostro y huyó de la
pequeña sala tras escupir un «Es todo
tuyo» al lívido rostro de su hermano, dejando tras de sí los gritos
desesperados de Inés; escapando hacia una muerte segura. «Es mi hermano», fue lo único que alcanzó a decir Yago para
justificar su carrera en pos de Sam, y allí quedaron las dos mujeres,
contemplando hipnotizadas a aquella criatura que aún no había llorado. Y fue
precisamente esa ausencia de llanto lo que llenaba la razón de las abandonadas
cuando sus gargantas empezaron a inflamarse.
Epílogo
El niño lleva en el mundo poco más de una hora cuando
unas manos extrañas cortan el cordón que aún lo mantienen unido a su madre.
Para los invasores, él es la llave del futuro; el enlace entre su mundo
moribundo y el que fuera nuestro. La Marea Roja , en la que viven con familiaridad y
que fue creada en cuerpo y alma a partir de la desaparecida atmósfera de su
planeta natal, terminará por diluirse, y para entonces esperan haber encontrado
un medio que les permita vivir en la
Tierra a partir de ese mutante adaptado a tan dispares
mundos. Además, con él pretenden engendrar en las hembras capturadas una
subraza de esclavos inmunológicamente adaptados. La aniquilación sistemática
nunca ha sido un dilema a tener en cuenta cuando se busca la supervivencia de
una especie.
Pero los fríos cerebros extraterrestres
no pudieron preveer que la naturaleza humana de este ser único llevaría a la
operación, planificada durante pacientes siglos, al desastre. Unos ojos
marrones envueltos en piel dorada se cruzará en el camino de «La clave», nombre
con el que se referirán al niño huérfano, negándole la razón y quebrando su
destino. Lo lleva en los genes, al igual que su padre, algo contra lo que no se
puede luchar. Pero eso, amigos lectores, no se debe contar en un epílogo ¿No
creen? Dejemos esta historia en el dramático punto de inflexión en que la
especie humana se enfrenta a su exterminio de la mano de una invasión
extraterrestre. Todo lo que venga detrás… será otra historia.
B.A., 2014
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