–«Puede ser o puede que no lo sea. Esa es la cuestión, o sea, la duda.
¿Se me entiende?»
–Sam, Y veme
por esto otro, mayordomo de Su Majestad, ¿no le parece realmente mala la
actuación de Chéspir, El de los versos
disparejos?
– Nahna, Bruja
del Páramo, calificarlo de «mala» es quedarse corto. Este actorucho de baja
estofa convierte a Chuache, Exterminador
de rimas, en trovador del año.
–Y aparte de lo mal que recita y de ser un
fantasma… ¿Cuál es el problema por el que me ha convocado con tanta urgencia?
–Necesito su ayuda para deshacerme de él.
–¡Ay, hijo! Lo mío son las pociones y emplastos
naturales. Para problemas de espíritus debe recurrir a un nigromante.
»¿Le ha consultado a Tímpurras, Sanador de la Estepa?
–Sí, pero se sale del presupuesto.
–Veo que Su Majestad, El del puño cerrado, vuelve a las andadas. Ya estuvo una vez a
punto de ganarse un hijo bastardo por querer ahorrarse unos cuartos de oro.
–Mucho me temo que he de ser yo quien se encargue
de la factura en esta ocasión.
–¿Y eso?
–Es una historia larga.
–Cuéntemela. A lo mejor así me convence.
–«Date cosas buenas, Macareniel, Cuerpo alegre, porque la vida es para
eso… ¡Ay!»
–¡Vaya! El tal Chéspir le da a todos los palos.
–Ya lo ve, Nahna.
–¿Y esa historia?
–Me da un poco de vergüenza.
–Al mal paso dele prisa.
–Usted gana. Verá, antes de fallecer coincidí con
Chéspir en cierto lugar del reino cuyo nombre no quiero acordarme.
–En la taberna de Eldelbar, ¿no?
–Esto… Sí. Pero no me juzgue por ello.
–¡Jamás se me ocurriría!
–Pues eso. Estábamos los dos en el Grifo de cerveza tras su última
actuación y me invitó a unas rondas. Parecía que solo deseaba entablar
conversación pero lo que realmente buscaba eran chismes sobre Su Majestad para
escribir sus monólogos.
–No le contaría lo de su necesidad de píldoras de
genio azul, ¿verdad?
–Mucho me temo que sí.
–Y por supuesto Su Majestad se enteró de tamaña
metedura de pata.
–No puede hacerse una idea de hasta dónde llegaron
los gritos del Cabeza del reino.
–¿Mató usted a Chéspir para silenciarlo?
–No tuve necesidad. Hizo cierto chiste sobre la
esposa de Ozello, El criador de cuernos,
que no fueron del gusto del cabrero.
–¿Entonces dónde está el problema?
–Tras finar, el espíritu de Chéspir se aparece
ante el lecho conyugal cuando Sus Majestades entablan relaciones íntimas.
Concentrarse en tales menesteres puede ser muy difícil si alguien recita a voz
en grito una oda al árbol caído.
–Me hago cargo.
–¡Y Su Majestad me echa la culpa de ello! Ha
jurado por su invencible espada…
–«Invencible espada». Cuán cachondo puede ser El guía de la villa.
–…que los cerdos reales se darán un festín con mi
pobre cuerpo si no me deshago de Chépir antes de la próxima luna llena.
–Se lo merece por su indiscreción.
–Ayúdeme, Bruja
del Páramo. Es mi única esperanza.
–Buenooo… Pero no le va a salir barato.
–Pida lo que sea.
–Eso después. A ver, déjeme pensar. ¡Ya lo tengo!
Vamos a organizar en honor a Chéspir una pantomima. ¿Sería capaz de convencerle
de algo?
–Mi vida está en juego. Podría venderle jabón de
leche de burra alada a una familia de orcos si fuera necesario.
–¡Esa es la actitud! Pues bien, se va a acercar a
nuestro amigo para decirle que si quiere aparecerse en palacio ha de
presentarse a una prueba, prueba que por supuesto no pasará.
–¿Y si se niega?
–Entonces Tímpurras lo mandará a los infiernos con
sus oscuras artes.
–¡Pero si no puedo contratar sus servicios!
–Sam, es un farol. Habrá jugado alguna vez a la
baraja arcadiana, ¿no?
–Lo mío son las pintas de cerveza.
–No sé si alegrarme por ello o no. A lo que vamos.
Es un farol; una farsa. Debe convencerle de que tiene que hacer la prueba, y
aceptar el resultado, o se las verá con Tímpurras.
–¿Y para cuándo sería esa prueba?
–Para mañana. Dejemos que Su Majestad disfrute del
trabajo interpretativo del comediante una noche más.
–«¿Saben cuál es la pasta preferida del rey
Arturo? El Canelot. Jua, jua, jua.»
–Encima chistoso.
Al día siguiente
–¡Sam! ¿Qué hacen aquí todos estos espíritus?
–Buen día tenga, Nahna. ¿Ha visto cuántos he
conseguido reunir en tan poco tiempo? Cuando ayer nos despedimos pensé que si
organizaba un concurso de talentos nuestra pantomima sería más realista para
Chéspir.
–Talento es de lo que usted carece.
–Pero Nahna. Yo…
–Vamos a ver, Sam, El del cerebro de mosquito. ¿Ha pensado qué va a hacer con el
ganador?
–Esto…
–Ya me lo imaginaba. Pues ya puede ir ensayando
cómo le va a explicar a Sus Majestades que desde hoy el castillo tiene un
fantasma oficial.
–Mientras nos deshagamos de Chéspir…
–Terminemos con este sinsentido de una vez; haga
pasar al primero de los «aspirantes».
–El primero es Rocca Sigfredi, Ébano de Guasap. Se hace llamar El Trípode. Yo le veo con muchas
posibilidades de pasar la prueba.
»Es bailarín raro. O extraño. No recuerdo cómo se me
ha presentado.
–Vamos a ver, Sam. ¿De verdad le parece bien que
el espíritu de un bailarín exótico, que no raro, apodado El Trípode, se pasee por el lecho conyugal de Sus Majestades?
–¿Sí?
–Muy caro. Le va a salir muy caro.
B.A.: 2024
Serie: Érase una vez en el reino de Arcadia Bajo
Arcadia´s Got Talent