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lunes, 27 de diciembre de 2021

Misterio de Navidad

 


Nota: Desde la página web Zenda, nos invitan a participar en el concurso navideño de cuentos. Aprovecho la convocatoria fuera del concurso del Tintero de Oro para presentar mi propuesta a Zenda, invitando a la comunidad a probar suerte. Dejo las bases en el siguiente enlace: 

https://foro.zendalibros.com/forums/topic/sexto-concurso-de-cuentos-de-navidad/?utm_campaign=20211217&utm_medium=email&utm_source=newsletter

––––––––––––––––––––––––––––––

Santa no podía dormir. Por lo general era de los que caían dormidos sobre la almohada para no abrir los ojos hasta el alba, pero cuando se acercaba el mes de noviembre sufría en sus carnes el mal del desvelo. En esos casos se levantaba sigiloso de la cama pues su esposa era de sueño ligero y ya en el taller, con una taza de chocolate humeante ante él, trabajar en el tallado de una nueva locomotora de juguete.

La señora Claus conocía la causa de su insomnio. Desde hacía ocho años el genio de la ilusión recibía a principios de noviembre una carta en la que un niño llamado Miguel Abadejo le pedía con letra grande y redondeada una locomotora de madera. Hasta ahí todo normal en una vida tan especial como la de Santa Claus, si se dejaba de lado lo temprano de la petición. El quebradero de cabeza surgía porque el ruego no iba acompañado de dirección alguna donde entregar el regalo. ¡Ni siquiera el nombre le aparecía a Santa en su libro de los niños del mundo! Y mientras tanto las locomotoras sin entregar acumulaban polvo en uno de los estantes del taller, molesto recuerdo de una petición no satisfecha.

 

—Querido. Acaba de llegar la carta pero...

—¿¡Pero…!?

Aquello se salía de la norma. Jamás en todos esos años había habido motivos para un «pero» y con emoción contenida, no exenta de una buena pizca de incredulidad, Santa cogió la carta que le alargara su esposa. ¡Por fin! Sobre su blanca superficie, bajo un sello por donde se asomaba la soprano Montserrat Caballé, una mano de mujer había escrito una dirección con el código postal del pequeño municipio de Alcalá del Abacoa, en la comarca de Los Alcores. El enigma estaba a unos pocos miles de kilómetros de ser descifrado.

—Querida. Como no querrás quedarte esperando noticias...

—¡Faltaría más!

—...vamos a necesitar unas ropas menos llamativas y una nueva identidad.

—Siempre quise llamarme Martta.

—¿No te gusta tu nombre?

—En absoluto.

—A mí sin embargo me resulta muy… atractivo.

—¡Anda ya, vejestorio! Prepara el trineo mientras yo voy a buscar las ropas. Y ve pensando qué vas a hacer con la barba.

—¿Con la barba?

 

—Así es. Miguel es residente nuestro desde que su hija María nos confió su cuidado, hace ya varios meses.

Silvia Justo, directora de la residencia Otoño dorado, atendía curiosa a la extraña pareja de ancianos. Tras presentarse como Niklas y Martta, responsables de comunicación de Santa Claus Village, el pueblo navideño levantado en Finlandia, le habían preguntado en un español cargado de acento por el misterioso Miguel.

—Entonces nos hallamos ante un lamentable error —afirmó desolado Santa—. Nosotros buscamos un niño de unos catorce años.

—En mi experiencia como madre de dos adolescentes, creo que «niño» no es la palabra más adecuada para esas edades.

—En mi experiencia como…  responsable de comunicación, la infancia perdura hasta en las madres de dos adolescentes —respondió el anciano, su afilada mirada fija en los ojos de la directora, quien sintió cómo ilusiones que creía olvidadas se removían en su interior como gatitos recién despiertos.

—Miguel Abadejo, dicen.

—Exacto. Tenemos una carta suya.

—¿Puedo…?

—Por favor.

Querido Santa —leyó Silvia en voz alta—. Este año me he portado muy bien y me gustaría que me trajeras un tren de madera. Te quiere, Miguel. Es la letra de nuestro Miguel, sin duda.

—¿Pero cómo puede ser? ¿Podríamos hablar con él?

—Aunque tuviera el consentimiento de su hija, Miguel hace mucho que vive encerrado en su propio mundo interior. En ocasiones le da por escribir, por eso he reconocido la letra. Lo que no puedo explicar es cómo ha llegado esta carta hasta ustedes.

»Quizás Paloma, la enfermera que lo asiste, pueda ayudarnos. Si me disculpan.

Una joven de pelo oscuro y rostro redondeado acudió a la llamada de la directora. La pobre chica se puso lívida cuando Silvia le explicó la razón de la presencia de aquellos dos extraños.

—Fui yo quien la envió. ¿Han venido desde tan lejos por mi culpa?

—No debes preocuparte, querida. Estamos de vacaciones y nos pillaba de paso —improvisó la señora Claus para tranquilidad de la desolada joven—. No buscamos culpables, solo resolver un misterio.

Paloma explicó cómo a finales de octubre encontró tan entrañable carta en el cuarto del anciano. Tras comentárselo a su hija María, quien recordó cartas similares durante los últimos años que Miguel vivió con ella, no creyó hacer mal alguno si la enviaba, escribiendo en el remite la dirección de la residencia.

—Parece ser un recuerdo relacionado con su infancia, de cuando le pidió a Papá Noel un juguete que no le trajeron los Reyes Magos.

—¿Siempre en octubre? —preguntó Santa.

—Eso es.

—¿Por qué octubre?

—Imposible saberlo.

Tras la relevación todos guardaron un triste silencio.

—Miguel tiene mucha suerte de tenerte a su lado, querida —afirmó Santa—. Bueno, señora Cla... Martta, debemos irnos. Ya hemos molestado bastante a estas jóvenes.

—Por supuesto, Niklas. Les agradecemos enormemente su ayuda.

—¿Querrían ver a Miguel? —ofreció la directora tras pensarlo unos segundos—. Creo que a María no le parecería mal, dadas las circunstancias.

El anciano nunca tuvo conocimiento de la visita del matrimonio Claus, sumido como estaba en su mundo de ensoñaciones, pero aquella Navidad el abeto de la residencia Otoño dorado amaneció misteriosamente con un pequeño tren de madera para Miguel. 

 

B.A.: 2021

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sábado, 11 de diciembre de 2021

En busca de Santa

 

Nota: Las palabras contenidas en las cartas que se ven más abajo están contabilizadas para que el relato no supere el máximo de 900. Por otro lado, al final del relato hay un dramatis personae donde se pueden consultar información sobre los personajes implicados.

 

––––––––––––––––––––––––––––

–Eres un egoísta, Noel.

Gaspar acompañó el reproche apuntando a la oronda figura con el índice de la diestra pero al anciano la pose de tipo duro de Su Majestad no le impresionó en absoluto. Muy al contrario, respondió a Gaspar con un «Llámame Claus, es más popular» que al otro tiñó la cara de un rojo tan vivo como el color de su espeso pelo.

–Dejémonos de tonterías –cortó de raíz Melchor–. Hemos venido para hacerte entrar en razón, Claus. El mundo te necesita. ¡Los niños te necesitan!

–¡Paparruchas! Los niños sólo necesitan el nuevo videojuego de la saga Zomblince o un teléfono móvil para subir sus gracietas a Tik Tok. En cuanto al resto del mundo, puede meterse sus necesidades por…

–¡¡Claus!! –exclamó su mujer escandalizada.

–Perdona, querida.

–Menudo cabezota –dijo Olentzero sin apartar la vista del fuego que ardía en la chimenea.

–Mira quién fue a hablar.

Un incómodo silencio cayó sobre los presentes. La estancia estaba tan caldeada que los tres Reyes se despojaron de sus pesadas capas para dejarlas en los solícitos brazos de la señora Claus. «¿Les apetece un refresquito? ¿Un Jerez, quizás?», ofreció a sus invitados mientras cortaba unas buenas porciones de bizcocho casero con la ayuda del ruso Ded Moroz.

–Déjate de meriendas, querida. La visita ya se marcha.

–Deja tú de refunfuñar. ¿Dónde están tus modales? Habrase visto…

»¿Le traigo un zumo de zanahorias, señor Conejo?

–Con el Jerez me apaño bien, gracias –respondió el genio de la Pascua dando buena cuenta de su copita.

La tensión se disipó rápidamente, en buena medida gracias a la hospitalidad de la dueña de la casa. Los tres Reyes departían con la bruja Befana mientras el Ratón Pérez y el Hada de los Dientes examinaban curiosos la colección de figuritas de la señora Claus, todas ellas representaciones de su marido en las poses más curiosas.

–Esto es un caganer –comentaba sobre una figurilla que representaba a Santa Claus en el momento de hacer de vientre–. Una tradición de tierras catalanas.

»¿No queda Cataluña cerca de donde usted vive? –preguntó mirando la robusta figura de Olentzero, carbonero de profesión.

–Sí, señora, pero no suelo ir mucho por allí, la verdad. Esa zona es del tió de Nadal. También de su esposo y de Sus Majestades los Reyes.

–Qué curioso.

–¡Basta de cháchara! –explotó Claus ante tan buen ambiente–. Santa Claus ya no existe para el mundo así que terminad vuestras bebidas y largaos de una maldita vez.

–Claus. Recapacita, por favor –suplicó Baltasar con su voz grave–. No sabes el daño que estás haciendo.

–¿A qué viene este alarmismo? No llevamos regalos a nadie. ¡Son las familias y los allegados quienes se encargan de comprarlos!

–Somos quienes revestimos esos burdos objetos de brillante ilusión –explicó con dulzura Befana–. Sin nosotros no serían más que… cosas.

–Además, creo que es necesario hacer una puntualización –dijo Pérez alzando su garrita derecha en demanda de turno–. En muchas ocasiones, cuando la familia no tiene recursos, sí llevamos regalos. ¿O acaso has olvidado para quién tallas esos bellos juguetes de madera en tu taller?

–Hace años que no lo hago y no ha pasado nada.

–No ha pasado nada porque tanto nosotros, como aquellos que faltan hoy aquí, hemos hecho tu parte.

–No sé qué decir.

–¡Por fin conseguimos callarte! –aplaudió jubiloso Melchor–. Y si sigues sin estar convencido quizás estas misivas lo hagan.

–¿Con más peticiones me queréis disuadir?

–Lee de una vez –estalló Gaspar.

Con las gafas que le alargara su esposa bien ancladas sobre el puente de la nariz, el desconfiado Claus se dispuso a leer la primera de una gran pila de cartas recopiladas y traídas hasta Laponia por sus compañeros genios.

 

 

–¿Qué es esto?

–Son tus niños –explicó Befana a punto de romper a llorar–. Tuvieron sus regalos, ¡por supuesto que los tuvieron, esa es la magia de la Navidad!, pero son listos y notaron tu ausencia.

»Sigue leyendo, por favor.

 


 


Y así, en todas y cada una de las cartas, desde los más dispares lugares y encomendándose a su genio de la ilusión, los niños del mundo pedían como una sola voz el retorno de Santa Claus.

Ante tanto cariño recibido el viejo testarudo lloró un auténtico río de felicidad, emborronando las cartas que atesoraba entre sus manos crispadas. De repente, para su sorpresa, los papeles quedaron limpios de peticiones y mostraron en su lugar apresurados mensajes de agradecimiento. En el corazón de los demandantes una súbita calidez les había avisado de la buena nueva, dejando inmediatamente cuanto tenían entre manos para dar las gracias a sus benefactores.

–No tenía ni idea…

–Eso ya no importa –dijo Gaspar visiblemente emocionado–. Lo importante es que has vuelto con nosotros.

–Muchas gracias, Gaspar. Muchas gracias a todos, de corazón… ¿Señora Claus?

–¿Sí, querido?

»Zafarrancho de combate. La cuenta atrás para el retorno de Santa Claus ha comenzado; tenemos un saco repleto de ilusión que repartir la próxima Navidad. ¡¡Ho, ho, ho!!

(899 palabras)

 

B.A.: 2021

 

Dramatis personae (para quien no quiera recurrir a la Wikipedia)

 

Los tres Reyes Magos: Según la tradición cristiana, nombre de los tres sabios de Oriente (Melchor, Gaspar y Baltasar) que rindieron homenaje al recién nacido Jesús de Nazaret llevándole oro, incienso y mirra como regalo. Se celebra su llegada en la noche del 5 al 6 de enero.

Santa Claus (Papá Noel, San Nicolás,…): Personaje legendario que según la cultura occidental trae regalos a los niños por Navidad. La tradición cuenta que vive en Laponia junto a su esposa, la señora Claus.

Olentzero: Personaje de la tradición navideña vasca, carbonero de profesión, que trae regalos a los niños el día de Navidad en el área de Navarra y el País Vasco, así como en el País Vasco francés.

Bruja Befana: Figura del folclore italiano que reparte regalos durante las fiestas navideñas. Un cuento popular dice que ayudó a los tres Reyes Magos a encontrar el camino a Belén.

Ded Moroz: Figura de la tradición eslava recuperada a comienzos de siglo para ocupar el lugar de Santa Claus.

Tió de Nadal: Tradición navideña catalana. Su versión más extendida consiste en coger un tronco al inicio de Adviento para darle calor y comida. En Nochebuena los niños lo golpean con bastones para que cague regalos y dulces.

Ratón Pérez: Personaje fantástico que se encarga de recoger los dientes que se les caen a los niños para cambiárselos por dulces, monedas u otros regalos.

Hada de los dientes: Personaje similar al Ratón Pérez propio de la cultura occidental de habla inglesa.

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viernes, 12 de noviembre de 2021

Sin atenuantes

 


En un país cualquiera. En la guerra de siempre.

 

Corrían por el barrio toda clase de rumores sobre él, malsano pasatiempo éste de la maledicencia fomentado quién sabe si por su cara marcada a navaja o por pecar de mirada huidiza: que si fue condenado por asesinato; que si era un traidor del bando enemigo; que si le gustaban los niños; que si… Yo contaba por aquel entonces diez años. Era impresionable e imaginativo, y cuando de la noche a la mañana desapareció mi amigo Manu junto a toda su familia mis pensamientos volaron ineludiblemente hacia Caracortada, como lo bauticé un día nada inspirado.

Instigado por la imagen de mis héroes de cartón piedra sentí la súbita necesidad de buscar venganza y así, sin vacilación alguna, me presenté en comisaría a fin de denunciarlo. El insano ambiente de guerra, tan proclive a buscar traidores y espías bajo las piedras, contribuyó a que me tomaran en serio en vez de despedirme con un capón y el tipejo fue ejecutado tras un juicio sumarísimo.

Mucho tiempo después me sorprendió ver a mi desaparecido amigo en un reportaje sobre aquellos tumultuosos años. Resultó que Caracortada formaba parte del movimiento clandestino que ayudaba a los perseguidos por el gobierno militar a ponerse a salvo al otro lado de la frontera, siendo la familia de Manu su última misión.

Mis buenas intenciones no atenúan el delito cometido. Soy culpable de la muerte de Caracortada y pagaré por ello hasta el fin de mis días.

 

B.A.: 2021


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lunes, 11 de octubre de 2021

El estudio del Dr. Melvin

 


–Bueno. A ver cómo se comportan hoy las musas.

–¿Musas? ¿Hay más yo?

–Es una forma de hablar, muchacho. Ya nos conoces.

–Yo conozco tú. Sólo.

–Tampoco nos diferenciamos mucho los unos de otros. ¿Empezamos?

La criatura clava aterrada sus ahuevados ojos en el hombre cubierto con una bata que en tiempos lejanos fue blanca, lienzo donde incontables manchurrones rojos y ocres dibujan una obra abstracta de tintes siniestros. Canturreando por lo bajini una tonadilla de moda, acompañamiento musical de la marca de refrescos Tombolina, el hombre prepara los útiles necesarios para la jornada en ciernes, con la esperanza de que sea fructífera. «¿Empezamos?», vuelve a preguntar al ser, inmovilizado por decenas de correajes a la plancha de acero pulido donde yace desde no sabría decir cuándo. A través de un suero intravenoso le llegan gota a gota los nutrientes indispensables para la subsistencia y desde su informe cabeza parten decenas de electrodos que se pierden en las entrañas de diversos aparatos electrónicos.

–¡FAVOR PARARRR…! –grita el ser nada más iniciado el proceso de extracción pues resulta altamente doloroso–. ¡¡PARAR TUUU…!!

–Relájate, muchacho, o será peor –le aconseja el hombre sin dejar de juguetear con los mandos de un aparato de televisión de aspecto casero. Neurocientífico de profesión, vinculado desde sus orígenes al programa Correcaminos para el estudio de la naturaleza extraterrestre, al doctor Melvin se le da bastante bien la tecnología, siendo de su invención la mayoría de los aparatos allí expuestos. Aún así, para su fastidio y hartazgo, no consigue eliminar las interferencias que llenan la pantalla.

–¡Hicimos un trato! –le reprocha el doctor tras abortar la extracción, el índice amenazante como el cañón de una pistola amartillada–. Yo te liberaba si tú me dabas lo que necesito, y últimamente no hallo en ti colaboración alguna.

»¿Acaso quieres disgustarme? ¿Crees que no te denunciaría?

–No importa mi.

–¿Serás desagradecido? –casi escupe el doctor a pocos centímetros de la cara del prisionero, a suficiente distancia para que no le alcance con sus mandíbulas en forma de pico como ya ocurriera en una ocasión anterior, al inicio del programa, cuando a punto estuvo de perder parte de la nariz–. Creo que es hora de recordarte nuestras particulares técnicas de estudio.

 Sin atender las súplicas de quien respondiera en otro tiempo al nombre de Bleqqs-Prut, el hombre pulsa el botón de Play de un reproductor de vídeo, llenando cuanta pantalla se halla encendida con lo que parece una película snuff de tema fantástico. Atados a sendas mesas de mármol blanco dos seres de fisonomía pulpoide, congéneres sin atisbo de duda del horrorizado cautivo, son estudiados por una serie de individuos ataviados con equipo médico que cortan aquí, punzan allá, no siempre con el «paciente» misericordiosamente sedado. Las imágenes tienen el volumen en silencio y aún así es tangible el dolor sufrido por los dos especímenes, desnudos y expuestos como meros animales en un laboratorio de investigación.

–Estas grabaciones se han realizado hoy mismo. Tiene escenas realmente deliciosas.

–¡¡NOOO…!! –grita el ser, y su sufrimiento se debe más a la empatía que siente hacia sus compañeros de viaje que a la posibilidad de sufrir semejante crueldad–. ¡Parar, favor!

–¡Si ahora viene lo mejor! A nuestro amigo de la izquierda… –«Blaiqs-Pude –se dice el ser, recordando los bellos momentos vividos junto a su amigo y pareja en aquella aventura que fuera el reconocimiento del planeta azul donde hallarían tanto infortunio–. Se llama Blaiqs-Pude, ¡mil veces seas maldito!, y tiene la voz cristalina como las aguas del lago Glensfuldu».

»…y al otro le van a abrir en dos su blandurria cabeza con el escalpelo láser. Si te fijas bien verás cómo…

–¡FAVORRR…! Haré todo.

–Por supuesto que lo harás.

El despreciable hombre tarda un poco más de lo necesario en detener la reproducción, regodeándose en el sufrimiento del cautivo cuando ve cómo el cerebro de su compañero es expuesto a la luz de los focos entre indescriptibles dolores.

–No debería ser tan considerado. ¿Acaso no fui yo quien se la jugó para sacarte de allí? Y desde entonces te he protegido y alimentado. Limpio tus excrementos. ¡Incluso te he enseñado nuestro idioma para que puedas hacerme partícipe de tus necesidades! A cambio sólo quiero plasmar en mis lienzos cuantos recuerdos y sueños poseas. Gracias a mí, la memoria de tu pueblo vivirá eternamente. Consuélate pensando en ello.

–¿Y ciencia tuya?

–¿Quién quiere ser un siervo anónimo al servicio de la ciencia cuando tiene en su mano la posibilidad de convertirse en el mayor artista de los últimos tiempos? Y que conste que lo dicen los que saben, no yo.

»¿Seguimos entonces?

El dolor vuelve a aguijonear el musculoso cuerpo del que una vez amó a quien tenía la voz clara como las aguas del Glensfuldu. De su cerebro convulsionado es extraído un tsunami de señales eléctricas que toman forma en las pantallas gracias a la tecnología diseñada por el neurocientífico, siendo aquellas imágenes imposibles de colores nunca antes vistos por el ojo humano que la mano experta del doctor reproduce con fidelidad sobre una docena de lienzos.

–¡Qué maravilla! ¡Qué formas, qué colores…! ¡Qué mundo el tuyo, amigo mío!

Gotas de tinta negra cubre el cuerpo de Bleqqs-Prut cuando es sacudido por una violenta descarga. «Un día, hermanos míos matarán vosotros», profetiza la criatura con sus últimas migajas de fuerza.

–Posiblemente, muchacho, y les deseo lo mejor. Hasta entonces...

 

B.A.: 2021

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jueves, 9 de septiembre de 2021

Una habitación con vistas

 


—Esto es lo que quiero para mi casa.

Las vistas desde la terraza de la habitación del hotel donde pasan las vacaciones son espectaculares. El mar se agita ante él tranquilo como un bello animal adormilado, cubierto por un cielo limpio de nubes en el que revolotean decenas de gaviotas de blanco purísimo. Cádiz dibuja una línea quebrada hacia su izquierda, colmada de luz, y a su puerto recala en lenta maniobra la enorme estructura de un crucero con su cargamento de turistas ávidos de sol. Desde luego, un horizonte así es imposible en su ciudad de residencia, interior y calurosa como pocas, pero se conformaría con un ático desde donde poder disfrutar del verdor de un parque centenario o del ajedrezado de las azoteas del barrio viejo, erizado de antenas de televisión entre líneas infinitas de colada puesta a secar.

«Cuidado con lo que deseas, puede hacerse realidad». No termina de evocar la célebre frase atribuida a Oscar Wilde –él la conoce por El cuervo, película de culto noventera donde Brandon Lee hallaría fatídicamente la muerte–, cuando le sorprende verse saliendo de la recepción del hotel junto a su familia, cargados de todos los pertrechos necesarios para disfrutar de un plácido día de playa. Un chirrido de neumáticos seguido de un golpe seco le anuncian que la máxima se ha cumplido en esta ocasión, y con la fatalidad inherente de su nueva esencia fija la vista en un borreguito de espuma en medio del prado azul del mar.

 

B.A.: 2021



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viernes, 11 de junio de 2021

Huérfanos de Luna

 



La Luna se apagó y muy pocos lo notaron. En un mundo tecnificado, de almas artificiales y sueños sobre ovejas eléctricas, no había cabida alguna para los soñadores, y los enamorados ya no suspiraban a la luz de las estrellas.

Tiempo hacía que el cambio climático era una realidad. Las mareas se habían vuelto imprevisibles y las estaciones duraban lo que su antojo, unas veces más, otras el equivalente a un encogimiento de hombros. Así las cosas, cuando la vida transcurría en el seno de realidades virtuales en alta definición, quiso la Luna entender que había llegado el fin de su tiempo y entonces se dejó morir. Lenta, muy lentamente. De ella sólo quedó un pedazo de roca esférica sin luz alguna, eternamente eclipsada y en órbita de veintiocho días, y su árida superficie fue mancillada por publicistas que la consideraron el lugar idóneo para colocar grandes pantallas de cristal líquido desde donde promocionar el producto indispensable del momento.

La diosa Selene se durmió y muy pocos la arroparon, y de su faz taciturna, una única lágrima de luz cayó sobre la superficie de su eterna compañera de viaje, que en extraordinaria alquimia dio lugar a un niño de cara de luna llena.

 

El niño caminaba por la playa, cabizbajo. Hacía un viento fortísimo y su pelo enmarañado se hallaba emblanquecido a causa de la sal marina. Vestía un chaquetón enorme de corte indefinido, y un pantalón a rayas negras y rojas que parecía sacado de una vieja película de piratas rodada en Technicolor. Sus pies descalzos, encallecidos pues nunca usaron zapatos, eran inmunes a los afilados dientes de cuanta concha o piedra hallaban en su camino.

Nadie reparaba en él. El pequeño era un alma más de las muchas que deambulaban por aquella tierra inhóspita desprovista de corazón, y sin embargo nada tenía que ver con tantos otros náufragos de la vida. Un observador atento vería cómo las aguas se sentían atraídas por su escuálida presencia hasta besar con amor sus pies desnudos y los días, caprichosos desde tiempo atrás, ajustaban su duración a la cadencia de sus pasos.

El niño, quien no respondía a nombre alguno, se hallaba sumido en una perpetua turbación que duraba desde su primer recuerdo. Era incapaz de saber de dónde venía ni hacia dónde se dirigía. Dedicaba las jornadas a la mera supervivencia, deambulando sin rumbo fijo en busca de aquello que le diera sentido a su existencia.

 

Anochecía. El aire se volvió más frío y el viento arreció con virulenta fuerza. Aunque el mal tiempo era una constante, el niño no pudo más que sorprenderse cuando vio a dos jóvenes sentados en la punta de un rompeolas trazado con cubos de hormigón, impasibles a los elementos en lucha a su alrededor. Parecían seguir el lento avance de la roca publicitaria, cuyas pantallas pregonaban con fervor las virtudes y los beneficios de un buen trago de Tombolina Cola. Hacia ellos puso rumbo el niño, pues era mucha su curiosidad y nada lo que hacer.

La joven se hallaba arrebujada entre los brazos y piernas de su pareja. No hablaban; no se movían. Se limitaban a disfrutar del cuerpo afiebrado del otro como los enamorados de antaño y junto a ellos, a razonable distancia, se sentó el niño. Los jóvenes lo dejaron hacer.

–¿No es una belleza? –rompió inesperadamente el silencio la voz de la chica, dirigiéndose sin equívoco alguno hacia la figura envuelta en trapos que era el niño.

–No es más que otro absurdo anuncio de refrescos.

–Las pantallas no, tontorrón, la diosa Luna.

»Somos muchos los huérfanos que dejó atrás pero todos conservamos la esperanza de que algún día vuelva a brillar.

Y entonces la vio. Jamás hasta ese momento el niño había sido consciente de la presencia de la Luna, siempre oculta tras una mascarada de colores estrafalarios, y fue aquel un momento de suprema clarividencia pues entonces supo que su destino era alcanzarla. Desconocía la razón pero se le hacía insoportable pasar un segundo más sin poder abrazarla.

Inesperadamente, el mar ante ellos se plegó, atraído por el niño con una fuerza como nunca antes conociera el hombre. Los barcos en ruta estuvieron a punto de zozobrar y a todo lo largo de la costa las aguas se retiraron dejando tras de sí kilómetros de arena encharcada, peces boqueantes y almejas de brillante concha. Para sorpresa de los amantes, el niño moldeó con el movimiento de sus manos una lengua de agua y sal que se elevó al cielo estrellado a la manera del tentáculo de un monstruo de leyenda. El extraordinario prodigio arropó con extrema delicadeza el menudo cuerpo y con él en andas fue al encuentro de quien ahora el pequeño reconocía como su madre perdida.

Cuando los dos se fundieron en uno sobre la línea del horizonte, los recuerdos del niño hicieron ver a la Luna que su existencia aún tenía sentido y con una potente explosión que convirtió en lágrimas de cristal las pantallas sobre ella ancladas, el satélite recuperó el brillo perdido para dibujar en el cielo la más bella de las superlunas, sobre cuya superficie los jóvenes pudieron distinguir unos rasgos infantiles. Las aguas volvieron a su lugar entre salpicaduras de espuma batida y las mareas, de nuevo reguladas, marcaron desde entonces el paso de las estaciones.

Aquel día, los amantes y los soñadores dejaron de ser para siempre jamás huérfanos de Luna.

B.A.: 2021




Nota: «Huérfanos de Luna» se ha llevado la segunda posición
en la XXVII edición del Tintero de oro.


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viernes, 14 de mayo de 2021

Superproblema

 




Nota: En español no hay un término específico para la fobia a las cucarachas. En internet se puede encontrar la forma anglosajona katsaridaphobia así como la palabra blatofobia, que es un derivado de blatodeo, familia a la que pertenecen las cucarachas. 

––––––––––––––––––––– 

El eminente psiquiatra Edmundo Greyes atendía a Dorian Largo, su nuevo paciente, quien tumbado sobre el espectacular diván que dominaba el gabinete exponía con cierta turbación su fobia a las cucarachas. Recalcaba lo difícil que le resultaba para desarrollar su labor pero tras media sesión el psiquiatra aún no sabía a qué se dedicaba.

–¿En qué trabaja, señor Largo?

–Más que trabajo es una responsabilidad social.

–¿Y es?

–¿Confidencial?

–Absolutamente.

Dorian tomó aire y con una larga exhalación confesó–. Yo soy la Corredera Humana.

–El superhéroe.

–¿Sorprendido?

–Si supiera la de seres extraordinarios que pasan por mi consulta…

–No me cree. Se lo demostraré.

Antes de que el doctor pudiera declinar la oferta, el hombre ya se hallaba en suprema concentración y al instante una legión de cucarachas surgió de los más inesperados lugares. «He de cantarle las cuarenta al exterminador», pensó el psiquiatra.

–¿Convencido? Poseo una resistencia sobrehumana y me cuelo por doquier. Además, tengo total control sobre ellas. ¡Pero me dan un asco atroz! Sería el hazmerreir de los Centinelas del Futuro si se enteraran.

»Pudo atacarme una paloma radiactiva. O un gato. Pero no. Una cucaracha mutante se cagó en mi ensalada. Dita sea…

–No desespere. Intentemos que supere el malestar enfrentándole a su fobia en una situación controlada. Llame a una de ellas y manténgale la mirada.

–No creo…

–Inténtelo.

–Si insiste… Mmmmnnno. Imposible –claudicó al poco tiempo la Corredera Humana–. Se está riendo de mí.

–Jamás en la vida…

–Usted no. La cucaracha.

 

B.A.: 2021


Serie: Terapias del doctor Edmundo Greyes



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lunes, 12 de abril de 2021

La jauría

 


–Llamando a Control Central. Control Central, aquí transbordador espacial Verne V. Pido autorización para la 4ª órbita.

–Control Central a Verne V. Verifique que la presión está dentro del límite.

–Las lecturas del sistema de control ambiental son normales.

–Conforme. También son correctas desde aquí. Inicien la entrada en la 4ª órbita.

–Recibido. Estamos comprobando todos los mecanismos. Perfecto. Dispuestos para salir al espacio.

–Verne V. Pueden salir en cuanto estén preparados. No esté fuera mucho tiempo, Cris.

–No se preocupe. Nos atendremos al plan. Listos.

–Control a Verne V. Comienza la cuenta atrás. 4, 3, 2,1,… ¡Fuera!

–Control. Aquí Cris. He salido bien. ¡Las vistas son grandiosas! El brazo robótico funciona a la perfección.

–Control a Verne V. ¡Atención! Hemos detectado una extraña lectura por popa. Los instrumentos lo identifican como una onda de radiación neutrónica.

–¿Radiación neutrónica?

–Lo sé. Parece una locura. Una mala calibración, sin duda. De todas formas, no parece que les vaya a afectar.

»Vuelva a la nave mientras lo comprobamos.

–Entendido, Control.

–Un momento. Cris, llaman desde la estación de Hawái. ¿Cómo dice? ¡¿Eso es imposible?! Mierda. Control a Verne V. Cris, Hawái nos informa que la onda ha puesto rumbo de colisión contra ustedes. ¡Repito! La onda se dirige hacia ustedes. ¡Vuelva inmediatamente a la nave!

 

Desde la magnífica atalaya que son los 11 metros de largo del brazo robótico al que se encuentra anclado, al astronauta Cris Gala se le erizan los pelillos de la nuca pues hacia ellos se dirige lo que parece una nube plateada, ondulante como el océano enfurecido. El miedo se convierte en pavor cuando los rayos del sol naciente, allí abajo tras el planeta Tierra –o arriba, o donde quiera que el sentido de la orientación sitúe a la diosa Aurora– incide sobre la masa multiforme, y el hombre puede distinguir cómo una veintena de perros enfebrecidos pugnan con saña entre ellos por ser quien encabece la fantasmagórica jauría, entrelazados unos con otros para crear un ser fantástico y abominable sólo posible en las pesadillas de Lovecraft. Diversa es la procedencia de estos espectros vagabundos, ecos todos ellos de cánidos que fueron lanzados al espacio exterior para mayor gloria de sus traicioneros amos humanos, convertidos en meros números de otra estadística más por un imprevisto, un mal cálculo o una despreciable decisión.

«¿Onda de radiación de neutrones? ¡Y una mierda!», se dice Cris mientras acciona con desespero los controles de dirección del brazo robótico, pero éste no ha sido diseñado para moverse a altas velocidades y así, centímetro a centímetro, el astronauta ve acercarse a exasperante lentitud la seguridad de la astronave.

Quedan unos pocos metros cuando se le echa encima el temible fenómeno. Su cuerpo es una presa fácil, allí atado e indefenso en la soledad del espacio, y no puede más que alzar plegarias apenas recordadas hacia el cielo estrellado. La férrea estructura de su traje espacial encaja bastante bien el encontronazo pero las dentelladas son muchas, y dadas con verdadera saña, y a ellas hay que sumar el rasgar de decenas de garras afiladas como cuchillas de afeitar.

La saliva le empieza a arder en la boca en el preciso momento en que toca con la punta de los dedos la compuerta de la astronave, evidencia ésta, junto con la hinchazón que siente bajo la piel –su cuerpo no corre el riego de ezplotar como lo haría en las ficciones hollywoodienses– de una despresurización. La agresión ha abierto una brecha en alguna de las partes flexibles del traje y junto con el vacío del exterior de intenso olor a carne a la plancha y metal caliente, entran los atacantes en forma de neblina que gruñe, muerde y desgarra.

Afortunadamente, Cris cae en la inconsciencia, bendita sea mil veces, pues hasta que a los 29 segundos colapsen sus pulmones, los fantasmagóricos animales se dedicarán a despedazar con violencia su cuerpo indefenso, ahorrándole el dolor de sentir cómo la carne es separada de los huesos y los órganos internos expuestos como ofrendas rituales de una civilización apenas recordada.

La jauría deja atrás el cuerpo sin vida del astronauta, rodeado de rubíes que brillan a la luz del nuevo día como lo haría un puñado de sangre congelada, y hace del transbordador espacial su nueva presa, dispuesta a no dejar pieza sobre pieza hasta entrar en él, pues aún no ha sido colmada su sed de venganza. Y así, una vez abra una vía de acceso en la compleja estructura, el equipo humano de la Verne V caerá uno tras otro sin misericordia alguna bajo la furia ciega de aquellos cuya fidelidad fue traicionada.

 

–Control Central a Verne V. Control a Verne V. ¡CONTESTEN, MALDITA SEA! Cris, David,… Quien sea. ¡Qué demonios está pasando!

Tras una última transmisión que suena como lo haría un puñado de perros rabiosos, el ruido de la estática llena el denso silencio de la sala. Tampoco en Hawái se atreve nadie a hablar, consientes del fin del transbordador espacial Verne V y de toda su tripulación.

La conclusión a la que llegará el gabinete de crisis convocado de urgencia para esa misma tarde será que una onda de radiación neutrónica, imposible de prever, ha sido la causante de la tragedia, explicación ya usada con anterioridad en varios casos de satélites de comunicación perdidos. Harán falta varias misiones fallidas más para conocer la verdadera y terrible razón.

 

B.A.: 2021


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