Resumen de los capítulos anteriores: Las señales así lo indican. Un señor de la guerra intergaláctico pretende someter a todos los sistemas en el mayor despliegue bélico que el Universo haya conocido. Contra él se han alzado Los Hermanos, y César será una pieza fundamental para la alianza. aunque eso signifique renunciar a su vida en Rebis.
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Una
losa de incomodidad cayó sobre César tras el click de la puerta al cerrarse. Su
enigmático anfitrión jugueteaba de nuevo con los pulgares, aunque en esa
ocasión acompañaba el entretenimiento con una cancioncilla entonada. Cuando el
estribillo se hizo hueco a empujones en el cerebro entumecido de César, el
muchacho se vio obligado a salir de su ensimismamiento al reconocer la sintonía
de una serie muy popular en los círculos adolescentes. Podría ser algo
premeditado… «Seguramente» era algo premeditado, pero su efectividad fue
incuestionable, y César centró toda su atención en el viejo empresario. Sabía
que se esperaba que fuera él quien diera el primer paso, y ya no tenía fuerzas
para luchar contra aquella maquinaria desprovista de piedad; debía continuar la
partida a la que se había comprometido a jugar.
–A usted no me lo han presentado.
–Sebastián Canela, presidente de
Industrias Dimaco, a tu disposición.
»Toma mi tarjeta –dijo tendiéndole un
rectángulo de cartulina blanca en la que se podía leer su nombre y cargo bajo
el logotipo de la empresa.
–¿Dimaco?
–Los dimacos eran un cuerpo de
caballería pesada –explicó Sebastián señalando el logotipo, que representaba
una moneda antigua con la efigie de un soldado montado a caballo–, antecesores
macedonios de los dragones. Se dice que fueron creados por el mismísimo
Alejandro Magno.
»Pero no estamos aquí para hablar de
historia antigua –sanjó con una sonrisa–. Seguro que tienes muchas preguntas
burbujeando en la olla a presión en que se ha convertido tu cabeza, ¿verdad?
–Señor Canela… –«Sebastián», le corrigió el otro con amabilidad–. Sebastián… No
quisiera que malgastara su tiemp…
No le dejó continuar. El empresario negó
con la cabeza, alzando imperioso la diestra en un gesto que no admitía réplica.
«Has de estar en nuestro bando de forma
incondicional –sentenció–, y para
ello he de responder aquellas preguntas que aún te puedan hacer dudar».
–No sabría por cuál empezar –alcanzó a
decir el chico.
–Por supuesto, hijo mío, por supuesto.
Siempre podemos centrarnos en esas que todo hombre se ha planteado alguna vez:
¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?... ¿Quiénes somos? –al ver la cara
desconcertada de César, Sebastián no pudo evitar soltar una carcajada gutural,
que lo asemejó a un perro viejo y bonachón–. Pero en vez de una clase intensiva
de filosofía, creo que preferirás que te cuente un cuento. Ponte cómodo.
»Érase una vez un pequeño planeta azul,
el único portador de vida en su sistema solar. Sus habitantes, a pesar de haber
sido dotados con el don del raciocinio, o precisamente a causa de éste,
resolvían sus disputas de la manera más irracional que podían discurrir. Los
hongos nucleares dieron fin a la segunda gran guerra tribal y el miedo a una
tercera, más devastadora, se apoderó de todos los corazones. Como no podía ser
de otra forma, las grandes potencias no dudaron en armarse ante aquella amenaza
fantasma.
Sebastián hizo una pausa en su relato y
se acercó al ventanal que había estado cerrado durante la visita de los
hiliones, abandonándose a la contemplación del anónimo fluir de la vida
rebisiana. Y así centró su atención en un grupo de yuppies encorbatados que
dejaban de coquetear con sus secretarias para observar cómo un pentágono de
mantenimiento paraba sus brazos hidráulicos entre maldiciones y juramentos,
pues un estrafalario tipo, ataviado con un roído bombín, se había plantado en
medio de la obra para recoger un peluche abandonado. Con él bajo el brazo, el
individuo continuó alegre su camino, los obreros volvieron al trabajo tras una
última perla subida de tono dedicada al espontáneo, los yuppies a su flirteo de
macho beta disfrazado de alfa y Sebastián a la historia interrumpida, al
momento en que pequeñas células terroristas también se armaron con ingenios
nucleares para sustentar sus ideales con la fuerza del miedo, y a la respuesta
desproporcionada con elevados daños colaterales, «”Justos por pecadores”, que diría la Biblia», con la que se les combatió.
Fue entonces cuando las pequeñas naciones mundiales, temerosas de atraer la
atención de unos y otros, urdieron una conjura audaz.
–La carrera espacial estaba en su
momento más bajo. Las potencias que la habían desarrollado hasta ese momento no
podían seguir manteniendo una empresa estéril y meramente propagandística
cuando la tercera guerra se estaba forjando. En su lugar, y para asombro del
mundo entero, nuestra coalición de pequeñas potencias tomó el testigo, mandando
al espacio cuanto residuo pudiera servir en la construcción de la mayor obra de
ingeniería que ojos humanos hubieran visto antes. Ni que decir tiene que nadie
apostaba por ella –el cuentacuentos no pudo controlar el esbozo de una sonrisa
mientras dejaba vagar la mirada a su alrededor–: Software a los que las
modernas videoconsolas daban mil vueltas, componentes de lavadoras,
frigoríficos y televisores que ni los chatarreros recogían,… Toneladas de
material plástico que era reciclado en plena órbita. Androides de primera
generación, más útiles como maniquís que como operarios, trabajaban codo con
codo con cientos de humanos en la construcción de lo que hoy es el centro
histórico de la estación, y cuando ésta quedó ensamblada y en perfecto
funcionamiento bajo el enigmático nombre de Rebis, el mundo entero proclamó un
unánime grito de asombro. ¿Te estoy aburriendo?
César negó con el cabeza, incapaz de
apartar la vista de aquellos ojos en los que giraban minúsculas venillas rojas
hasta formar una espiral.
–Bien. Como te decía el mundo dejó por
un día de pensar en la guerra, sorprendidos por el buen puerto al que había
arribado aquella nave de locos. Pero la verdadera sorpresa estaba aún por
llegar. ¿Te gustan los clásicos, César? Está lleno de buenos ejemplos en los
que los pequeños vencen a los poderosos, ya sea por su valentía, por su ingenio
o por un combinado de ambas cosas. El rey David, Leónidas y sus 300,… Los
pitufos. «Nadie es mi nombre –diría
aquel sinvergüenza de Ulises a Polifemo, engañándolo–, y Nadie me llaman mi madre y mi padre y todos mis compañeros».
Como héroes literarios, los responsables de Rebis habían robado a los dioses
distraídos parte de su poder y todo un cinturón nuclear ceñía el planeta a 400
km sobre su línea de ecuador.
»Las grandes potencias estaban furiosas
por el engaño sufrido, pero no podían ignorar el nuevo frente que se desplegaba
sobre sus cabezas, listo para la defensa de los territorios asediados por el
terrorismo y las guerras de prevención. Las escalas de pánico mundiales
descendieron un nivel hacia la tercera Gran Guerra y eso, paradojas de la vida,
supuso el restablecimiento del equilibrio atómico, que culminó con la firma de
la Carta de San Lorenzo. Fue un
coincidencia que el tratado multilateral de no agresión se firmara coincidiendo
con las perseidas, y todos quisieron ver en la lluvia de estrellas, que
sustituía aquella otra negra y atómica, una buena señal para el futuro. Se
había alcanzado la paz nuclear para varias generaciones.
Toc, toc, toc, Unos toques discretos
indicaron a Sebastián el final de la reunión. «Debemos dejarlo aquí; no quiero que tengas problemas con el toque de
queda».
–Samuel te traerá mañana a mi despacho y
terminaré de contarte este cuento.
»Ahora corre.
Ya tenía ganas de continuar la lectura de esta impresionante saga intergaláctica. Y, si no me equivoco, aún nos queda por disfrutar. Yo me lo estoy pasando pipa. Desde el principio me gusta tu forma de narrar, pero la continuidad de esta serie te permite jugar con el formato de los pequeños relatos dentro de una ambiciosa novela coral. Aquí nos muestras parte de uno de esos relatos incluidos en la trama general: asistimos al nada ficticio destino humano y la gestación de Rebis y nos quedamos con las ganas de saber el resto... Luego ya pensaremos en lo que ocurrirá con ese Señor de la guerra y sus secuaces. Y también como siempre, un texto repleto de detalles, como el nombre de la empresa (aquí has bajado la guardia y nos has explicado su significado, ja) y guiños como el que has hecho al inmortal Charlotte... Y más cosas que seguro me pierdo por desconocimiento, ja ja
ResponderEliminarEn suma, un placer seguir tu estela (uff, cuidado, que el corrector me la ha cambiado por "esquela"), compañero de fatigas
Nos leemos. Un fuerte abrazo
Ya te puedes imaginar que ha sido el p... corrector el que me ha cambiado Charlot por Charlotte...
ResponderEliminarHistorias dentro de historias dentro de historias... ¿Verdad, Isidoro? Como una matrioshka intergaláctica.
ResponderEliminarBien me conoces ya, compañero de fatigas, y sabes mi predilección por los nombres con significado (he explicado que es un "dimaco", pero no la razón por la que lo he usado, je, je, je. Sólo diré que tiene que ver con cierto agente secreto... Y hasta aquí puedo leer), por los diálogos y por las historias y personajes secundarios que forman parte del todo.
Sigo adelante con Rebis, y me alegro que lo disfrutes leyendo igual que yo escribiéndolo; espero que nunca pierda tu compañía.
Un abrazo y una patada fuerte al puñetero corrector.
Muy buena e imaginativo el discurrir de los acontecimientos que has imaginado para la rebelión de las naciones pobres, parece que Rebis es después de todo un refugio de los parias de la tierra frente a la codicia y la insensatez de las grandes potencias. Esto le añade un plus de interés a la trama que justo se nos acaba de revelar. Nos dejas con la miel en los labios respecto a la continuación de esa conversación entre Sebastián y César, que promete ser interesante. Tal vez se nos revele el papel exacto que juega el pobre chico en esta historia, o tal vez no. Lo cierto es que el encuentro promete. Un abrazo, Bruno.
ResponderEliminarY las sorpresas aún no han terminado, amigo Jorge. En el próximo capítulo Sebastián seguirá desgranando la historia de Rebis al pobre César y... No adelantemos acontecimientos.
EliminarNo creo que en la realidad las potencias pequeñas pudieran llegar a un acuerdo de estas dimensiones (fíjate si no en la pobre España, que va siempre a trancas y barrancas en cuestiones políticas), pero esto es al fin y al cabo una historia de ciencia ficción ¿No? Je, je, je.
Un abrazo y gracias por tu fidelidad.